“Desde entonces Saúl miraba a David con rencor”
Así nos refiere la reacción que tuvo el rey Saúl al escuchar el canto de las mujeres que a coro decían que David había matado más hombres que Saúl, ––David fue quien con gran valentía le había dado al pueblo de Israel y por tanto a Saúl la victoria sobre los Filisteos––, sin embargo, Saúl reacciona con envidia, con celos, en lugar de reconocer el servicio, en lugar de reconocer que había obrado muy bien David, sintió esa envidia que suele surgir cuando en lugar de mirar el bien obrado, cuando en lugar de mirar el efecto positivo que ha causado una acción se contempla la persona así misma, es decir, se mira con una actitud egoísta, pensando sólo en él, dice el texto que cuando entraron celebrando la victoria, las mujeres danzando y cantando decían a coro: “Mató Saúl a mil pero David a Diez mil”.
Por supuesto que esto no le gusto a Saúl pues él era el rey, ––pensó para sí; por qué le atribuyen más a mi servidor que a mí que soy el rey––, el pueblo estaba alegre, contento, expresando la acción benéfica que había realizado David, y Saúl se dejó llevar por ese terrible mal que siempre destruye y causa muerte, la envidia. En un texto de la sabiduría nos dice precisamente que por la envidia entró la muerte en el mundo. ¿Cómo contrarrestar esta tendencia que frecuentemente aparece en nosotros? Lamentablemente la sentimos, la experimentamos y que en ocasiones nos dejamos seducir por ella.
La envidia corre por las entrañas incluso de una misma familia, cuando empieza la envidia entre un hermano y otro, el remedio, es: ¡la espiritualidad de la comunión!, Juan Pablo II al inicio del Siglo XXI nos lo expresó en el número 43 de la “Novo Millennio ineunte” por dónde tenía que caminar la Iglesia, y entre ello decía; “debe caminar animada por la espiritualidad de la comunión”. Una espiritualidad que descubre al otro, no como un competidor, no como un adversario, sino todo lo contrario un regalo de Dios para mí, es decir, el otro es mi hermano, con sus carismas, capacidades, habilidades Dios me lo ha regalado para complementar lo que en mí no hay o tal vez hay de manera limitada.
Descubriendo esta riqueza se realiza la espiritualidad de la comunión y se beneficia la Iglesia y la sociedad. Eso es lo que vemos en este joven, hijo de Saúl, vemos claramente que en él ha entrado la espiritualidad de la comunión, es fortalecido por la amistad, siendo el heredero del reino no tiene envidia por quien sí podría haber sido su competidor y de hecho será el sucesor de Saúl, ––David––. Quien más podría haberse dañado por el pensamiento que tiene Saúl responde con una actitud positiva, donde descubre que David ha hecho un bien, Jonatán se lo dice a su padre: “no hagas daño a tu siervo David, pues él no te ha hecho ningún mal, sino grandes servicios”.
Así, Jonatán logra convencer a su padre y devolver a David al lugar del servicio que tenía en el ejército del reino de Israel. Más adelante la historia nos contará que cada vez más crecía la envidia en Saúl y en lugar de superarla le va causando frustración y así ya no tenía la gracia ante Dios con la que contaba y con la que fue elegido para ser el rey de su pueblo.
Es lamentable esa cadena que se desata cuando no se detiene la envidia en su momento, crece y no tiene límites, por eso hay que detenerla desde el principio, hay que estar atentos para que cuando aparezca en mí, la perciba, de inmediato la detengo, y con los elementos de la espiritualidad de la comunión decir: ¡Dios que tanto me ama me ha regalado a este hermano para mí!
Con esta espiritualidad de la comunión es con la que queremos construir este proceso de renovación pastoral de nuestra Arquidiócesis, y el Evangelio de San Marcos que hemos escuchado nos presenta un ejemplo; “Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar de Galilea y era seguido por una muchedumbre de Galileos”, los Galileos son los paisanos de Jesús, ––él nació ahí en Galilea–– y han respondido a sus enseñanzas, a su predicación, sin embargo, continua el texto: “una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y de Sidón habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba”, es decir, se movieron desde sus poblaciones para ir al encuentro con este profeta que aparecía en Galilea.
––Es una migración––, dejan su pueblo para ir al encuentro de Jesús, ¿Cuál es la reacción de los galileos?, toman una actitud de aceptación, de gozo, de alegría porque los otros pueblos vecinos, muchas veces enemigos ahora están reunidos y congregados en torno a una persona que reconocen como profeta, como enviado de Dios y que pasa haciendo el bien. Por eso se va congregando esta multitud con un mismo sentimiento de fraternidad, es una expresión de esta actitud que surge cuando nos reconocemos en torno a un enviado de Dios como miembros de una misma familia.
Esto es lo que realizamos cada vez que nos congregamos aquí en la asamblea eucarística, cuando venimos movidos por nuestra fe para encontrarnos con Jesucristo, independientemente de donde vengamos, nuestra Iglesia está formada de diferentes procedencias pero siempre será una la espiritualidad de la comunión. Esto se fortaleza en la medida que vamos caminando en una experiencia personal y comunitaria de reconocer que esa unidad nos la da Dios Trinidad que nos ha regalado en la encarnación de su Hijo Jesús el modelo para nuestra vida y para nuestra sociedad.
Hoy los invito a que seamos esa Iglesia que vive la espiritualidad de la comunión, que seamos esa Iglesia que reconozcamos en Cristo nuestro punto de comunión, que aprendamos de él, no solamente a reconocer las cualidades de los otros, sino también a ayudarnos mutuamente, cuando pasamos por una prueba, acompañarnos, cuando tengamos alguna dificultad, auxiliarnos, para que la solidaridad sea expresión de esta comunión.
Tomar conciencia de una Iglesia que reconociendo en Cristo la convocatoria reconoce también de Cristo la fortaleza del Espíritu, una Iglesia que descubre que estamos llamados para hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo.
Muchas cosas nos acongojan, nos preocupan, nos angustian, sin embargo, debemos ver hacia adelante y preparar el camino que queremos recorrer para trasformar nuestra sociedad. Así como hoy celebramos a Santa Inés, quien fue una niña que a la edad de doce años entregó su vida por la fe en Cristo y fue martirizada en los principios de la Iglesia. Así también debemos poner atención en la formación y preparación de nuestros niños, de nuestros adolescentes, de nuestros jóvenes, para que descubran el gozo de servir en su Iglesia, a conocer cómo alabar al Señor y cómo ir conociendo su Palabra.
Si transmitimos el conocimiento de la grandeza de Cristo a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes, y de todo lo que nos él nos da, nuestro espíritu crece, se desarrolla desde nuestra infancia y continuará en cada una de las etapas de la vida, si por el contrario, marginamos a Dios de la formación, de la enseñanza y de la educación de los pequeños, estamos destinando a una generación a caminos de muerte, de adicción y de violencia. Que el Señor nos siga ayudando para que nuestras comunidades parroquiales tengamos siempre esta atención especial con las futuras generaciones, que les dejemos un camino por recorrer lleno de esperanza, ¡si les entregamos a Cristo!, claro que se lo vamos a garantizar. Pidámosle así al Señor y por ello renovemos nuestro compromiso, de ser una Iglesia fundamentada en la espiritualidad de la comunión para ser discípulos y misioneros.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla