“Querido Tito, mi verdadero hijo en la fe que compartimos”
Con estas palabras se dirige San Pablo a uno de sus seguidores, discípulos que se entregaron completamente a la causa del Evangelio, al anuncio de esa Buena Nueva que Cristo traía al mundo. Así comenzó esta primera generación de Obispos en la Iglesia, cuando los apóstoles, ––entre ellos Pablo––, descubrieron que no se daban abasto para la atención de las comunidades de nuevos cristianos que se iban formando. Este trozo de la Carta del apóstol Pablo a Tito que hoy hemos escuchado, nos deja tres elementos para nuestra reflexión que se relacionaran perfectamente con el Evangelio. Para retener estos puntos y para retenerlos los relacionaré con unas palabra que estan en el mismo texto: “Conducir”, “Apoyar” y “Organizar”.
El texto nos dice: “yo Pablo, soy servidor de Dios y apóstol de Jesucristo, para conducir a los elegidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad”, ésta es la primera tarea de un Obispo de la cual, también colaboran íntimamente los Presbíteros desde el inicio de la Iglesia.
La conducción implica acompañamiento, instrucción, orientación, pero sobre todo una convicción de la experiencia de que Cristo vive y camina en medio de nosotros, por eso Pablo se define así mismo elegido de Dios y apóstol de Jesucristo, ésta es la razón por la que me encuentro realizando la vista pastoral a todas las parroquias de la Diócesis y es responsabilidad del Obispo delegar en cada uno de los presbíteros para atender las comunidades parroquiales, pues es mi responsabilidad tal como lo fue para los apóstoles desde el inicio de la Iglesia.
Continúa el texto diciendo: “esta acción de conducir se apoya en la esperanza de la vida eterna”, esto quiere decir, que lo que hacemos aquí en esta tierra y en esta vida que Dios nos ha regalado, está íntimamente conectada con la vida eterna, ––nuestra conducta, nuestra manera de proceder, nuestro interior, nuestro corazón tiene que estar consciente de que lo que hacemos y el proyecto que Dios nos ha dado en nuestra vocación, está en íntima relación con la eternidad, con el cielo––¸ Dios nos ha regalado la vida para prepararnos al encuentro definitivo con él. Ésta es la razón de nuestra peregrinación, por ello toda la enseñanza de la Iglesia está en relación con la vida eterna.
Finalmente estos primeros versículos de la carta añaden: “el motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como te lo ordené”, vemos claramente que Pablo sabe delegar, aprende a elegir de entre sus discípulos quien puede hacerlo presente para esta tarea, ––conducir al pueblo de Dios––, por ello deja a Tito en esta Isla de Creta para organizarla y a su vez él, como nuevo Obispo elegir presbíteros para el cuidado de la comunidad.
Es de vital importancia que la pastoral de la Iglesia cuente con una organización, que tenga un espacio para sus actividades pensadas en una integralidad, es decir, que no hagamos acciones sueltas o acciones que se nos van ocurriendo, ––un día unas y otro día otras––, es necesario tener un proceso. Aquí en nuestra Arquidiócesis hemos entendido esto, estamos en un proceso de renovación pastoral, porque el Papa Francisco nos lo está pidiendo, desea que los católicos estemos integrados en pequeñas comunidades como buenos discípulos, leyendo la Palabra de Dios y compartiendo nuestra vida, porque de esa manera entra el Espíritu de Dios en nuestro interior, nos fortalece, nos orienta y nos ayuda a llevar acabo lo que es la misión de la Iglesia.
Organizar también significa que todos tengamos un espacio, una misión, una encomienda. Nadie puede decir que el trabajo de anunciar la Buena Nueva es sólo del Obispo o de los sacerdotes o de las religiosas o de los que están cerca de la parroquia y trabajan con el párroco con actividades propias de la comunidad. ¡No es así! Todos, allí en nuestra familia, allí en nuestro trabajo, donde entramos en contacto con otras personas, recordar que llevamos a Cristo dentro de nosotros.
Tenemos que anunciar la Buena Nueva, como dice San Pablo a Tito: “he cumplido su palabra y por medio de la predicación que se me encomendó por mandato de Dios, nuestro Salvador”. ¿Qué anunciamos? ¿Una propaganda cualquiera? ¿Un conocimiento de una información solamente?, ¡no!, anunciamos que esta vida terrena es para que nosotros desarrollemos nuestro espíritu y podamos con nuestras habilidades, con nuestras capacidades, colaborar para el bien de los demás, cuando miramos a los otros superando el egoísmo que nos hace pensar sólo en nosotros, empezamos a construir comunidad, construimos familia, parroquia, sociedad.
Esto es mucho de lo que nos está faltando, pues estamos viviendo un tiempo en el que nos están llevando dinamismos sociales a la desintegración, a una crisis muy fuerte de la familia y a un individualismo en donde cada quien cree que está sólo y debe hacer de su vida lo que parezca bien. Esto no es así, la vida de cada uno de nosotros crecerá y seremos tan felices, cuando entremos en colaboración con los demás.
Reconozco profundamente a los adultos que me han agradecido la catequesis escolarizada, es una actitud buena porque no están pensando en ellos mismos, sino que piensan en los niños, éste es el camino que hay que seguir, debemos pensar en el bien de los demás, de los niños, los adolescentes, los jóvenes, los ancianos, ésta debe ser nuestra preocupación como comunidad.
Todos tenemos un lugar, ¿por qué? Porque tal como lo dice Jesús en el Evangelio de hoy: “¿quiénes son mi Madre y mis hermanos?, añade: “son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”, es decir, son aquellos que descubren qué es lo que Dios quiere de ellos mismos, descubren la voluntad de Dios y la ponen en práctica. Esta tarea, ya la estamos realizando en nuestra Arquidiócesis, así construimos la familia de Dios, pues él fue quien generó el proyecto de la familia humana y esta relación de sangre que naturalmente nos une, papá-mamá, esposa-esposa, Padres-Hijos, para ser una célula y para crecer en una gran familia, no es para quedarnos solamente en nuestra propia familia, sino para relacionarnos con las otras familias a la luz de la Palabra de Dios, así seremos hermanos de Jesucristo, parte de la familia de Dios y tendremos garantizada nuestra participación en el Reino de los Cielos.
De esa forma jamás tendremos que tener miedo, ni a la muerte ni al infierno, porque siendo parte de la gran familia de Dios estamos garantizados, estamos integrados por el bautismo y sabemos que todos gozaremos de una eternidad feliz en compañía de Dios, nuestro Padre. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla