Homilía del 16 de marzo de 2025

March 16, 2025


Homilía del 16 de marzo de 2025

 

II DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús. A todos les saludo esta mañana, a ustedes que están aquí en nuestra catedral Corpus Christi y también a las personas que nos siguen a través de los medios digitales. 

Seguimos el camino de Cuaresma que nos invita la Iglesia con esa palabra de: 'Conviértanse'. Como iniciamos el Miércoles de Ceniza, y desde entonces, la Iglesia nos invita a todos a caminar, a ser peregrinos, peregrinos de esperanza, porque queremos ser mejores, seguir el proyecto de Dios. A veces nos desanimamos al ver la situación de nuestro mundo, tan complicado, tan complejo, pero como en la segunda lectura, escuchamos a San Pablo que nos decía que no perdiéramos de vista los bienes del cielo, que no perdamos de vista cual es nuestro destino. Como la vida es tan corta y debemos vivirla con sentido, con intensidad, con alegría y con esperanza. 

Hoy, el Evangelio en este segundo domingo de Cuaresma se conoce como el Evangelio de la Transfiguración. Pero para entender este pasaje, de una manera más profunda, necesitamos entender el contexto: antes de subir Jesús a este monte, ya les había dicho a sus discípulos, a sus apóstoles, que tenía que padecer, que tenía que morir en la cruz y resucitar. Les dio ese anuncio y ellos estaban desanimados, estaban en crisis, porque ellos esperaban otro mesianismo, un Mesías liberador. Recuerden todos ustedes que en ese tiempo Judea, Israel, era como una colonia de Roma, es decir, estaban subyugados por Roma, por el Imperio Romano; de tal manera que tenían que pagar impuestos y pensaban los judíos que el Mesías que iba a llegar, incluyendo a los apóstoles, iba a ser un libertador, pero cuando Jesús les dice que ese no es su camino, que su camino es padecer, morir en la cruz y resucitar, de plano no le entendieron muy bien o estaban en crisis. Y fue cuando Jesús invitó a tres amigos muy cercanos, a Pedro, a Santiago y a Juan, que lo acompañaran a este monte, el Monte Tabor. Y entonces subió Jesús para hacer oración. Es un elemento que también está muy, muy fuerte en este pasaje del Evangelio. Jesús nunca perdía esa comunicación con su Padre, esa intimidad, de tal manera que subió a orar y se encontró a dos personajes muy importantes del Antiguo Testamento, a Moisés y a Elías, y empezaron a platicar. ¿Y de qué estaban platicando? De su camino, de lo que le iba a suceder en Jerusalén. Pero sucedió algo extraordinario, porque ahí estaban Pedro, Santiago y Juan, y entonces hubo una transformación, una transfiguración. Se iluminó el rostro de Jesús, y las vestiduras que traía, que eran blancas, se pusieron más blancas que la nieve. 

Yo siempre digo, cuando leo este pasaje del Evangelio, que Santiago, Juan y Pedro tuvieron una probadita del cielo, de tal manera que cuando Jesús bajó, Pedro, que siempre tomaba la iniciativa, le dijo: 'Oye, Jesús, maestro, ¿por qué no hacemos tres chozas, tres casitas aquí, tres campañas, tiendas de campaña, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías?'. Ni siquiera estaba pensando en ellos, porque estaban tan a gusto viendo esa escena de la Transfiguración, donde fueron ellos testigos, pero Jesús les dice: 'No, tenemos que seguir el camino, no podemos nosotros desviarnos'. Y algo muy interesante en el Evangelio fue que de la nube se escuchó una voz que decía, la voz del Padre: 'Este es mi hijo, escúchenlo'. Y la pregunta hoy, este domingo, para todos es: ¿le hacemos caso al Padre? ¿Escuchamos la voz de Jesús? ¿Queremos nosotros una resurrección sin cruz? 

Ojalá que sigamos caminando esta Cuaresma, sigamos caminando, porque sabemos que este camino nos lleva a la vida, morir para vivir. Jesús murió en la cruz, pero el Padre lo resucitó. Que también nosotros muramos al pecado, a aquello que nos estorba para vivir con alegría, aquello que traemos en nuestro corazón de rencores, de odios, de cosas negativas, y que acompañemos a Jesús en esta Cuaresma. 

Así sea.

+Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla