HOMILíA CLAUSURA DEL AñO JUBILAR DE LA VIDA CONSAGRADA

December 31, 1969


HOMILíA CLAUSURA DEL AñO JUBILAR DE LA VIDA CONSAGRADA

 

“Mis ojos han visto a tu Salvador”

De esta manera expresa Simeón su alegría, su júbilo por el cumplimiento de la promesa que había recibido, cuando ve al niño Jesús en brazos de María entrar al templo: “mis ojos han visto a tu Salvador”. ¿Cómo nos dice el Evangelio que realizó ese indispensable proceso de preparación para poder ver al Salvador?

Simeón era un varón justo y temeroso de Dios”, es decir, era un hombre que tenía siempre en cuenta a Dios en sus actos y procedía de acuerdo a lo que iba descubriendo lo que Dios esperaba.

Aguardaba el consuelo de Israel”, compartía con su pueblo esta esperanza, esta expectativa generalizada en el pueblo elegido de Israel, era un entusiasta de esa espera ansiosa porque sabía que iba a ser el consuelo de Israel.

En él moraba el Espíritu Santo”, esta presencia del Espíritu que ahora de manera generalizada, Dios la ha regalado a todos al recibir el sacramento del bautismo, --así somos morada del Espíritu Santo--, Simeón, había tenido esta intimidad con el Espíritu de Dios a tal grado que pudo descubrir que no morirá sin haber visto antes al Mesías del Señor. Es un hombre de discernimiento, un hombre que está atento a lo que va sucediendo, dejándose conducir por el Espíritu, como nos lo dice el Evangelio: “movido por el Espíritu fue al templo”.

Estas características podemos tenerlas en cuenta para poder vivir la consagración que Dios ha hecho de nuestra persona. Celebramos la Vida Consagrada y al mismo tiempo agradecemos a Dios su presencia a través de ustedes. --las congregaciones religiosas--, agradecemos su colaboración, porque sabemos que son un regalo de Dios para nuestra Iglesia particular de Tlalnepantla.

Pedimos; que ustedes sean cada uno un anciano Simeón, ––tanto personalmente como en su comunidad––, es decir, que actúen siempre teniendo esa conciencia de la presencia de Dios, también pido; que aguarden el consuelo de que Dios camina con nosotros y va cumpliendo esa presencia estableciendo el Reino de Dios, a esto han sido ustedes llamados de una manera particular para la vida consagrada, para la vida religiosa, para poner su persona al servicio de un carisma en bien de la Iglesia, por ultimo; que sean conscientes de que como personas y como comunidad mora en ustedes el Espíritu Santo. De esta manera serán como Simeón y podrán decir: “mis ojos han visto a tu Salvador”, esto es lo que esperamos de la vida consagrada, el testimonio de quien ha visto el Señor y de que su entrega generosa es motivada por esta amistad e intimidad con el Señor.

A partir de esta reflexión existen dos puntos fundamentales en los que hay que profundizar. El primero: que deben estar siempre atentos para que el quehacer no ensombrezca el ser, aquella vieja disputa teológica que dividió a las comunidades religiosas en vida activa y en vida contemplativa, hoy después de la teología del Concilio Vaticano II sabemos que todos debemos ser contemplativos, todos tenemos que ver al Señor, de lo contrario nos absorbe el quehacer de tal manera que no damos el testimonio para el que hemos sido llamados. Claro que unos lo hacen en un camino de contemplación que se vuelve testimonio vivo de la cercanía con el Señor, en la intimidad hace una presencia específica que le da a todos los demás bautizados la fuerza de la importancia de tener un momento de oración con el Señor.

Otros, --que han sido llamados a la vida activa--es a partir de su contemplación con el Señor que tendrán siempre la fuerza para que en la cotidianidad de sus quehaceres sigan anunciando que lo que hacen no es simplemente un hacer por hacer, sino porque han visto que en ello entregan una acción que el Espíritu ha movido y que necesita nuestra sociedad.

El segundo punto para reflexionar es que el Papa Francisco nos invita a todos a transformarnos en una Iglesia en salida, una Iglesia Misionera, que no solamente esté esperando a que los fieles vengan al templo y sean servidos, sino una Iglesia que esté pendiente de los distantes y alejados y que las estructuras propias de la vida interne de la Iglesia estén al servicio de la misión, al servicio de los extraviados y de las ovejas perdidas.

Este llamado del Papa Francisco, lo veo en la vida consagrada de una manera muy especial. Ustedes tienen que estar atentos para que su consagración no se centre solamente en la obra de su congregación, es decir, que no se centre en sí misma. El Papa nos ha dicho a los Obispos que la Iglesia no debe vivir para sí, sino para los demás, que cuando se centra en sí misma y sólo busca el bienestar para ella se esteriliza, no es fecunda, por eso nos llama a ser una Iglesia misionera.  

De la misma manera la vida consagrada podrá ser muy fecunda cuando la congregación o la institución, ––que les da cobijo y casa, que les da sentido de su consagración––, no se busque sólo a ella misma, sino que busque servir a nuestro mundo de hoy, a nuestra sociedad desde su propio carisma, pero específicamente desde el punto en donde se encuentra ayudando a la Iglesia particular. Por ello, como Obispo, me pareció muy importante celebrar con ustedes esta Eucaristía, al concluir el año jubilar de la vida consagrada, aquí en la catedral. 

Ustedes están en nuestra Arquidiócesis, les invito a que vean por esta Iglesia particular sirviendo a nuestra sociedad en estos límites territoriales, esta comunión los hará florecer, esta comunión los hará crecer, nosotros mirando a los demás crecemos y nos desarrollamos porque ahí encontramos la presencia de Cristo.

Que el Señor nos ayude a quienes formamos esta Iglesia Diocesana y a ustedes que están participando de esta vida, al tener su presencia como comunidad en medio de nosotros. En esta comunión creceremos juntos y podremos ser esa levadura que tanto necesita nuestra sociedad para descubrir y establecer con mayor fuerza el Reino de Dios en medio de nosotros. Que así sea.

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla