“Jesús quiso ser de nuestra misma sangre”
Es lo que oímos al inicio de la carta a los Hebreos, “Jesús quiso ser de nuestra misma sangre”. Para nuestra reflexión propongo dos preguntas y antes de dar la respuesta que trae el mismo texto es necesario que las pensemos; ¿por qué quiso Jesús ser de nuestra misma sangre? ¿Para qué quiso Jesús ser de nuestra misma sangre?
Normalmente nosotros no tenemos esta actitud de Jesús, es decir, si nosotros vemos a alguien que está en una condición superior a nosotros, anhelamos tener esa condición, ––si estoy en un trabajo en el área de servidumbre, quisiera pasar a la administración, si estoy en la administración quiero ocupar otro puesto––, eso es en el trabajo, sin embargo, también en la relación socioeconómica, ––si mi familia es pobre, quiero ser un poco mejor, quisiera tener la condición de mejor dignidad––, son los anhelos propios del ser humano, si así somos, cómo podemos explicar que Jesús siendo el Hijo de Dios, se quiso hacer creatura limitada, siendo víctima de la violencia de la agresión injusta y de la muerte más ignominiosa, la muerte en cruz. El texto dice claramente que: “Jesús quiso ser de nuestra misma sangre”, tiene que haber un motivo muy fuerte para tener este deseo.
Para retomar las respuestas a las preguntas anteriores, nos dice el texto: “como bien saben Jesús no vino a ayudar a los Ángeles, sino a los descendientes de Abraham, por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo”. Aquí tenemos la respuesta que el mismo texto nos da, él quiso ser de nuestra misma sangre para ayudarnos, porque quiere tomar nuestra condición de ser humano, haciéndose semejante a nosotros para ayudarnos, añade el texto la respuesta a la segunda pregunta: “para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte dominaba a los hombres y para liberar a aquellos que por temor a la muerte vivían como esclavos toda su vida”. Para esto vino Jesús, porque quiso ayudarnos para destruir con su propia muerte al diablo que mediante la muerte ––que tenemos todos que afrontar––, dominaba a los demás por el temor y los hacia esclavos toda su vida.
Jesús nos viene a liberar del temor de la muerte, ¿por qué el hombre le tiene miedo a la muerte?, porque piensa que ahí se acaba todo, porque piensa que ahí termina su vida, sin embargo, Jesús nos vino a decir que nuestra vida no acaba con la muerte, él mismo muere en la cruz y es sepultado, sufre la sepultura pero resucita al tercer día, para liberarnos de ese temor vino Jesús, además para anunciarnos mediante su resurrección la vida eterna, así para que nosotros podamos acceder a esa vida eterna en una vida en libertad. ¿Qué es lo que más nos hace esclavos?, nuestro temor, el temor más fuerte es a la muerte, nadie lo buscamos porque es un gozo y regalo de Dios la vida, ésta es para prepararnos para la vida eterna.
Experimentamos otros muchos temores que tenemos y que nos esclavizan, lo que quiere Jesús con el anuncio de su vida, con esta generosidad que nos muestra al bajar de su condición divina y al hacerse uno de nosotros, quiere mostrarnos, la misericordia divina, el amor misericordioso, esto fue lo que motivo a Jesús. Quien siente el amor, supera el miedo, –– ¿qué le pasa a un niño cuando está en la obscuridad? Tiene miedo, pero si escucha la voz de su mamá que le dice, qué te pasa hijo, de inmediato se le acaba el miedo––, esto mismo pasa con nosotros, es decir, cuando descubrimos y experimentamos el amor de Dios, nuestros miedos los superamos en la fuerza de ese amor y nos liberamos de las demás esclavitudes, cuántos miedos tenemos para manifestar la verdad, para aceptar que nos equivocamos, lo primero que pensamos es: –– ¿qué van a decir de mí? ¿Qué van a pensar de mí?––, pues que eres un ser humano, y que los seres humanos se equivocan, claro que eso no lo pensarán, de inmediatos decimos: ––me van a pegar, me van a regañar, me van a quitar el trabajo––, ¡miedos, miedos y más miedos!, el amor de Dios y la certeza de que no termina esta vida con la muerte, sino que se transforma es lo que nos libera.
Por eso el texto dice al final: todo esto lo hiso Jesús a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos, ––con los hombres––, y fiel en las relaciones entre Dios y los hombres. Precisamente Jesucristo redime perdonando, mostrando la misericordia de Dios nos facilita la relación con Dios. Todos tenemos miedo a Dios en un primer momento, por eso en ocasiones para que otro acepte la fe tomamos una actitud equivocada, le decimos, si no practicas tu fe te irás al infierno, en lugar de decirle, Dios te va a liberar y tendrás una relación personal con él, hay andamos nosotros metiéndoles nuestros miedos a los niños, jóvenes, adolescentes, queriéndolos traer con Cristo a través del temor. ¡Que equivocación tan grande!
“Jesucristo fue probado por medio del sufrimiento”, por eso él puede ayudar a los que están sometidos a la prueba, es cierto que en esta vida que transitamos tenemos situaciones dolorosas, de sufrimiento moral, sufrimiento económico, sufrimiento físico, es cierto, no lo negaremos, sin embargo, esto no tiene que apagar nuestro fuego encendido del amor de Dios, sino que, tiene que recordarnos que Cristo sufrió y sufriendo mostró el amor de Dios porque sufrió por nosotros.
El sufrimiento es purificador y redentor, ¡no debemos tenerle miedo al sufrimiento!, tampoco hay que desearlo ni buscarlo, cuando llegue no hay que tenerle miedo, ya que purifica y sobre todo es la oportunidad enorme de redimir, de mostrar un testimonio de que la fuerza de Dios está en mí, por eso puedo enfrentar la enfermedad o cualquier otro dolor.
Este es el camino que ha abierto Jesucristo, por ello estamos alegres, por ello el Papa Francisco declaró este año de la misericordia, para que mostremos el rostro misericordioso del Padre. Eso es lo que vemos en el Evangelio que dos ancianos gozan, ––Simeón y Ana––, porque confiaban en Dios, estaban viejitos y parecía que llegaba el final de sus vidas y no venía el salvador, sin embargo les toca ver al salvador entrar al templo en los brazos de María su madre.
Jesucristo es la luz que nos ayudará, nos salvará. Este es el anuncio gozoso que nos toca transmitir, por eso es que queremos ser una Iglesia misionera, porque lamentablemente venimos de una cultura religiosa donde nuestros padres nos enseñaron la fe por herencia, sin explicarnos mucho el contenido de nuestra fe, porque todos eran católicos y no había necesidad de explicar lo que era evidente y de tan evidente pasó a ser obscuro y hoy nuestros católicos no conocen a Cristo. Lo invocan pero no saben quién es, no saben cómo relacionarse con él, no saben cómo escuchar su voz y no saben todo lo que nos ofrece esta redención que nos libera de toda esclavitud y que nos hace verdaderos hijos de Dios.
Tenemos que ser misioneros, haciendo vida este mismo mensaje de Cristo en nuestras pequeñas comunidades, en ese compartir el Evangelio en un pequeño grupo para iluminar nuestras vidas, así transformaremos nuestra Iglesia, la haremos una Iglesia gozosa tal y como nos lo dice el Papa Francisco: ¡alegre! Siempre alegre y entusiasta, que siempre tiene una buena nueva ante un mundo que nos dice puras malas noticias y nosotros con la mejor noticia y la tenemos bien guardadita, secretita, en la caja fuerte de nuestra casa.
¡No!, esa no es la actitud de un discípulo de Cristo, tenemos que ser misioneros, ––les invito a que sigamos de cerca el viaje apostólico de Papa Francisco aquí en nuestro México––, éste será el tema que tratará, escuchémoslo atentamente y recojamos su mensaje. Pidámosle a Cristo el Señor en esta Eucaristía que nos transforme, porque sólo a través de la obra de su Espíritu podremos lograr una verdadera transformación, que nos ayudará a ser la Iglesia misionera que Dios nuestro Padre quiere. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla