HOMILíA CLAUSURA DE LA VISITA PASTORAL

December 31, 1969


HOMILíA CLAUSURA DE LA VISITA PASTORAL

 

“Ten valor y sé todo un hombre”

Son palabras del rey David, que transmitió a su hijo Salomón cuando sentía que se acercaba el día de su muerte. ¡Que hermoso este testimonio que escuchamos!, porque el padre que ama a su hijo le da el mejor consejo, ––la propia experiencia de vida––, y ésta es la experiencia que ha tenido David a lo largo de su historia, “la fidelidad de Dios”, y se lo dice: “Ten valor y sé todo un hombre, si haces esto el Señor cumplirá la promesa que me hiso a mí”.

El testimonio de quien ya está terminando su vida es de lo más valioso que puede existir, pues ya hay un camino recorrido que avala las palabras, ya hay un testimonio que puede garantizar sobre todo de alguien que ama al amado, este testimonio es para que él también tenga una experiencia de relación en la fidelidad con Dios para poder cumplir la tarea que Dios le pide.

David sabe que después de su reinado en el pueblo de Israel --no es nada fácil--, los conflictos y dificultades que vive la población tienen que ser atendidos y al mismo tiempo tiene que cuidar de su propia persona, ante las caídas y pecados para mantenerse en la amistad y en la fidelidad con Dios a pesar de su fragilidad y de su debilidad. La fuerza de David ha sido tal y como lo atestiguan estos libros del Antiguo Testamento, que siempre reconoció humildemente su fragilidad y siempre acudía a Dios, buscando de esa relación toda la capacidad de realizar su misión como rey.

Hoy día, en nuestra cultura se trata de evadir la realidad de la muerte, nos da miedo hablar de ella, nos da miedo pensar en nuestra propia muerte y nos da miedo porque queremos vivir, porque queremos pensar en el presente, sin embargo, en la medida en que relacionemos nuestro presente con lo que nos espera, con lo que Dios nos ha prometido, es decir, con lo que es la vida eterna, esa que anhelamos tanto quedarnos aquí eternamente a pesar de todas nuestras circunstancias y la presencia constante del mal, imaginemos  entonces esa vida eterna en donde los conflictos, el sufrimiento y la misma muerte son vencidos.

Por eso debemos recoger ese testimonio del rey David y hacerlo nuestro. Los que ya somos adultos mayores, tenemos una experiencia vivida que nos ayuda a interpretar lo que sucede con mayor facilidad. No tengamos miedo a manifestarla, particularmente a quienes amamos, a los más pequeños, no tengamos miedo de decir  lo que vale la pena vivir, no tengamos miedo de decir con toda verdad las advertencias que debemos tomar en cuenta, los peligros que nos acechan, pero sobre todo infundir el valor tal y como lo hace David con Salomón: “Ten valor y sé todo un hombre”, así también cumplimos nuestra tarea misionera.

Cuando en el Evangelio escuchamos que Jesús prepara a sus discípulos en experiencias de misión, los envía para que ellos aprendan la importancia de entrar en relación con los demás, de ir a tocar puertas, de ir a esas casas que no saben quién vive ahí y descubrir ese rostro, ––como nos pasó a todos los que salimos a la gran misión el pasado 17 de mayo––, la mayoría se alegraba al vernos tocar su puerta. El Señor les dice a sus discípulos: “no lleven nada para el camino, ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”, es decir, solamente lo necesario para tocar puertas, un morral, una playera, una gorra, eso es lo que necesitamos, ¡no más!, porque toda nuestra confianza está puesta en el Señor que nos envía porque él es quien está detrás de nuestro camino y de nuestro diálogo con aquellos que buscamos y visitamos. Continua diciéndoles: “cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar”, es decir, hagan amistad, dialoguen, relaciónense, pues ellos no sólo han abierto sus puertas, sino que también han abierto su corazón, no perdamos esa oportunidad y continúa diciendo: “donde  no  los reciban”, no se preocupen, sepan dar alguna advertencia para señalar que están dispuestos a volver cuando decidan abrir su corazón.

El Señor, a través de estas instrucciones y en esta acción de enviar a sus discípulos le deja a la Iglesia de todos los tiempos una experiencia que debemos practicar, ––la misión––, por eso nos alegra esta insistencia con la que nos habla el Papa Francisco de que seamos una Iglesia en salida, no solamente hay que estar en los templos, sino que hay que salir de ellos para anunciar lo que aquí vivimos, transmitir nuestra propia experiencia de vida, hay que compartir lo que la fe significa para nosotros, por ello hay que formarnos a la escucha de la Palabra y reunirnos en pequeñas comunidades, ahí es donde se fortalece el espíritu de la misión y por tanto el espíritu del misionero. Escuchando siempre al maestro, al Señor porque vamos en su nombre, porque queremos transmitir esta Buena Nueva que nos trajo Jesucristo, no nuestras ideas, no nuestros prejuicios, no nuestros proyectos, sino lo que él quiere.

Cristo quiere redimir al hombre, restaurarlo, él mismo les da a sus discípulos la capacidad de expulsar a los demonios, la capacidad de vencer al mal, de ungir con aceite a los enfermos e ir a curar las heridas que encontramos en nosotros. Las palabras adecuadas nos la dará el Espíritu del Señor, para tocar el corazón y para dejar ese bálsamo, ese consuelo propio del Espíritu de Dios.

Para esto fuimos llamados, por eso le agradezco a Dios y al mismo tiempo les pido que todos nos unamos a esta actitud de gratitud al Señor por habernos permitido iniciar el proceso de renovación pastoral tan exitosamente en nuestra Arquidiócesis, tal vez sea pequeño aún para lo que significa la tarea conjunta, pequeño aún para el camino a recorrer, pero que hermoso es haber dado un primer paso donde ha habido respuesta, ––esto nos alienta––, pero sobre todo el envío del Señor. Unámonos con ese corazón agradecido y digamos; ¡gracias Padre, porque nos permites caminar para ir transformándonos en una Iglesia misionera! Que así sea.

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla