Lecturas: Isaías 6, 1-2. 3-8; Salmo 95; Efesios 3, 8-12; Lucas 1, 39-56
“Dichosa tú, que has creído”
Son las palabras con las que recibe Isabel la visita de la Virgen María, “Dichosa tú, que has creído”, hoy aquí reunidos a los pies de nuestra Madre, María de Guadalupe le pido que también a nosotros nos anime en nuestra fe diciendo: "dichosa tú, Arquidiócesis de Tlalnepantla, porque has creído". Cada una de las comunidades parroquiales que durante estos dos años y medio que recorrí las 203 parroquias que integran nuestra Arquidiócesis, constaté que ustedes creyeron en su pastor, en su propio párroco al llamado para encontrarnos. Además, pude ver en ustedes, la alegría, el entusiasmo y la disposición para este trabajo conjunto como Iglesia. Por ello esta mañana aquí donde nos sentimos en casa de nuestra Madre, quiero compartir con ustedes unas reflexiones en torno a esta hermosa Palabra de Dios que nos ha regalado.
Para ello, es importante recordar cuál es la misión de la Iglesia, ––es verdad que hemos empezado a responder como Iglesia particular––, sin embargo, la misión de la Iglesia tiene una perspectiva muy amplia que siempre es importante tener presente y San Pablo en la segunda lectura nos lo recuerda: “por medio de la Iglesia se ha dado a conocer la sabiduría de Dios porque a través de Cristo podemos acercarnos libre y confiadamente a nuestro Padre a través de la Iglesia. Con estas palabras el apóstol recuerda que si Cristo fundó la Iglesia fue para prolongar su propia misión, Cristo fundó la Iglesia para prolongar su encarnación, su presencia en el mundo, es decir, es a través de nosotros que Cristo sigue vivo, a través de nosotros que Cristo sigue actuando.
“Es una gracia, un regalo de Dios que nosotros tan insignificantes, tan pequeños, tan débiles y frágiles seamos los elegidos para anunciar a Cristo a los paganos. Es importante reconocer en esta palabra; “paganos” lo que en el texto bíblico quiere decir, en ocasiones pensamos que pagano es aquel que no tiene fe o que se declara ateo, que no tiene ninguna religión, sin embargo, el significado es mucho más amplio, “pagano”, es todo aquel que en su conducta no expresa lo que cree. Es todo aquel que aunque dice con la boca que cree en un Dios, cuando se relaciona con sus hermanos no los descubre como el prójimo a quien hay que amar. Así descubrimos cuántos paganos están con nosotros a nuestro alrededor, --qué tarea tan gigantesca nos corresponde realizar--.
Hemos dado un primer paso, fue muy importante recuperar esa fuerza del Espíritu de Dios en nuestro corazón, mirar a Cristo de cerca, muchos de ustedes participaron en ese retiro Kerigmático, ––“del Agua al Espíritu”––, y encendieron su corazón, sin embargo, a cuantos más les falta pasar por este proceso para que estemos en el mismo camino. Por ello es interesante retomar tres elementos de la primera lectura que nos ayudan a entender desde nuestra debilidad y desde lo gigante de nuestra misión para que nos motiven y siempre nos alienten y jamás tener miedo hacer presente a Cristo en el mundo.
El primero es que el profeta Isaías nos recordaba que se sintió lleno de temor al grado de temblar y decía: “hay de mí, estoy perdido porque soy un hombre de labios impuros”, reconociendo nuestra propia debilidad nos hace darle una respuesta a Dios, continua diciendo el profeta: “no solamente soy de labios impuros, sino que habito en medio de un pueblo de labios impuros”, es decir, no solamente soy yo, sino todos con quienes convivo también son personas frágiles, débiles, que hoy dicen una cosa y mañana otra, que hoy se dejan arrancar la esperanza de su corazón y después de un momento se vuelve a encender, porque esta realidad es la que nos atemoriza.
Pensar que es imposible transformar nuestra cultura, nuestro estilo de vida, ante todos los problemas y circunstancias que vivimos, ante todas las dificultades para generar esta sociedad fraterna como una familia de acuerdo al proyecto de Dios, una familia fraterna, y ––es el proyecto de Dios no nuestro proyecto––.
Segundo elemento, ante este miedo dice el texto que: “un serafín se acerca y toca los labios del profeta diciéndole: tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados perdonados”, nuestra fragilidad se cura con el encuentro de lo divino, de lo sagrado, con el encuentro con Dios, con el encuentro a través de Cristo que toca nuestro interior, que pone esa brasa ardiendo para que se encienda nuestro corazón experimentando el perdón y el amor, porque no hay nadie que pueda perdonar que no ame, sólo el auténtico perdón que reconcilia y restaura es aquel que procede del amor. Dios nos ama profundamente pues somos sus hijos y está pendiente siempre de nosotros.
El tercer elemento lo tenemos después de este encuentro kerigmatico del profeta con Dios: “escuché tu voz que decía: a quién enviaré, quien ira de parte mía y yo le respondí aquí estoy señor envíame a mí”. A eso los invito, el próximo domingo ocho de mayo reiteraremos la gran misión diocesana y podré decir también; “a quién enviaré”, y sé que ustedes como ya respondieron una vez, seguirán respondiendo mientras tengamos la tarea de convertir a todos los paganos que viven en medio de nosotros al conocimiento de Cristo para que sepan acercarse con toda confianza a Dios que es amor y que es misericordia.
Hermanos, quiero pedirles que juntos desde nuestro interior le digamos a María de Guadalupe; que podemos seguir su camino de fe, de tener esa fe en lo que Dios dice y nos promete y que lo cumpliremos, digámosle que creemos en este proyecto de Dios para la humanidad, de vivir la fraternidad entre nosotros. Ésta es la insistencia del Papa Francisco, a eso viene a México, a decirnos; ¡no teman! No teman, de todas esas circunstancias dolorosas que nos afligen como sociedad. No tengamos miedo, sigamos dando a conocer a Cristo para transformar nuestro pueblo en un pueblo fraterno y solidario.
Digámosle a María, que haremos nuestras las palabras que Isabel le pronunció: “dichosa tú que has creído”, es decir, tenía fe, así también nosotros tenemos fe y queremos que se realice como en ella grandes maravillas de Dios y unidos a sus palabras podremos decir: ¡proclama mi alma la grandeza del Señor, porque el Señor ha hecho maravillas en esta Iglesia de Tlalnepantla! Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla