“El Señor hizo así una alianza con Abraham”
Esta primera lectura nos permite recordar la alianza entre Dios y Abraham, donde podemos descubrir dos elementos fundamentales;
Primero, Dios no le pide nada a Abraham, por tanto, manifiesta que esta alianza es una alianza de la iniciativa de Dios, él es quien quiere estar de lado de Abraham y darle todo su apoyo en todos los momentos. El segundo elemento; Abraham creyó en lo que el Señor le decía, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo, cree en esta alianza, cree en este amor incondicional de parte de Dios.
Es todo lo que necesitamos también nosotros, ¡creer en este amor que Dios nos tiene como hijos suyos! Qué difícil es creer en el amor, cuando nos sentimos ofendidos, heridos, cuando recibimos castigos, penas que no merecíamos, es decir, injustas, cuando los otros nos marginan, nos rechazan, cuando vivimos el trauma del abandono, la soledad, la incomprensión, cuando sentimos que nadie vela por nosotros. Es cuando surge precisamente la fuerza de esta alianza que Dios ha rectificado no solamente a Abraham, sino a todos nosotros que formamos el Pueblo Santo de Dios.
Por ello es interesante ver dos observaciones tanto del Evangelio como de la segunda lectura, que nos permiten profundizar esta relación entre Dios y nosotros:
Primeramente, tomando el Evangelio donde se nos narra esta escena de la Transfiguración del Señor, nos dice que Jesús subió a orar a un monte y junto con él iban Pedro, Santiago y Juan, mientras oraban, Jesús apareció acompañado de Moisés y Elías, de inmediato, Pedro y sus compañeros escuchaban que hablaban de lo que debía pasar Jesús en Jerusalén, de esos momentos donde Jesús exclamaría, “Padre por qué me has abandonado”, es el sentimiento de dolor más profundo.
En el abandono es cuando más necesitamos la ayuda de alguien, en este drama de la soledad, nos muestra Jesús que ahí se manifestará la gloria de Dios, ahí sentiremos esa fortaleza necesaria para salir adelante tal y como lo hace Jesús, que termina diciendo antes de morir a quienes lo estaban ajusticiando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esa fuerza del Espíritu viene de Dios, este primer elemento nos permite recordar y creer como Abraham, que Dios jamás nos suelta de su mano, siempre está presente en nuestra vida y nos lleva de la mano.
Veamos esta imagen en nuestra experiencia familiar, sea la que tuvimos cuando éramos niños, sea la que vemos hoy en la actualidad de los niños que van de la mano de su Papá o de su Mamá o de algún ser querido, por la calle, no sienten ningún riesgo o peligro mientras sienten que su Madre y su Padre están junto a él y tienen mucha confianza. Espiritualmente está es también la experiencia que debemos desarrollar en nosotros.
La segunda observación que debemos tener en cuenta retomando la segunda lectura del apóstol San Pablo, decir con él: “nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador Jesucristo”, pues caminamos en esta tierra con la certeza de que nuestra patria es la casa del Padre, por ello: “Él transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo Glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas. “Manténganse fieles al Señor”.
Finalmente, con esta convicción que nos transmite San Pablo, caminemos a lo largo de esta cuaresma, manteniéndonos en la fidelidad de la alianza, Dios la ha hecho por iniciativa suya, nosotros no la pedimos, pero somos los favorecidos.
Es importante asumir esta actitud de Abraham, ––Creyó lo que Dios le decía––, que también nosotros le digamos al Señor: creo en lo que tú me dices, creo que me llevas de la mano, creo que transformarás mis miserias en Gloria tuya, creo que me llevarás con tu Espíritu y me presentarás ante mi Padre Dios, creo en ti aún en medio de la pasión, aún en medio de situaciones difíciles que me van tocando vivir, ayúdame a fortalecer en esta fe a los demás, de creer en lo que tú nos dices, creer en tu Palabra. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla