“Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Con estas palabras respondíamos a la primera lectura que nos manifestaba el deseo que Dios tiene, de que los miembros de su pueblo lo escuchen, “ojalá escuchen hoy mi voz, dice el Señor”. Reflexionaremos sobre dos elementos que nos proporcionan las lecturas que un verdadero discípulo debe vivir. El primero lo encontramos en la lectura del profeta Jeremías; “la capacidad de escucha”, y el segundo lo descubrimos en el Evangelio; “la comunión”.
El profeta Jeremías dice: “ésta es la orden que di a mi pueblo, escuchen mi voz”, hoy día como en aquel tiempo, tenemos esta gran dificultad, ––jeremías vivió 700 años A.C.––, El Señor desde aquel tiempo desea que atendamos a su Palabra, que le pongamos atención, de aquí deducimos que este es no sólo es un problema actual sino que es un problema permanente en ser humano, sin embargo, hoy este fenómeno de no aprender a escuchar se ha agudizado.
La psicología nos ayuda a entender que existe una tendencia del ensimismamiento, es decir, que uno se concentra en si mismo y que lo que uno piensa es lo que deseamos y aspiramos, lo que vamos concibiendo en la mente, es una capacidad hermosa que tiene nuestra mente, es una cualidad, pero que debe estar en relación con la escucha. Los oídos son dos, los ojos son dos, en cambio, la boca es solamente una, algo el Señor nos quiere decir algo con esta fisonomía que nos ha dado, ¡que hablemos menos y que escuchemos más, que veamos más!
Hoy en nuestra sociedad todos hablan, pero muy pocos “escuchan” y es que para escuchar necesitamos silencio, no sólo silencio exterior sino también silencio interior y eso es lo que poco encontramos en nuestra sociedad. Escuchamos ruidos por todos lados, la fiesta, porque el silencio es para los aburridos, es para los que no tienen imaginación de hacer algo y sin embargo es tan importante, porque sólo en el silencio podemos “escuchar”. Si ese silencio no solo es ambiental, sino también es interior, ––es el más difícil––, dejar mis preocupaciones, dejar mis ideas estacionadas por un rato para ver qué me dice y escuchar. Es un primer paso importante.
También implica algo que le damos muy poca importancia que es; la capacidad de hacer interlocución con lo que pienso, el encuentro consigo mismo, ¿qué es lo que yo pienso y qué es lo que me han dicho? ¿Qué es lo que yo escucho y qué es lo que considero que es?, este discernimiento entre lo que escucho y lo que pienso, ahí está una clave del desarrollo del discípulo de Cristo, es decir, el discernimiento necesario para dejarme confrontar, cuestionar, para que no acepte las cosas sólo porque ya las he pensado, sino porque ya lo he confrontado y veo que efectivamente eso que he escuchado me da vida, me da luz, me orienta, entonces lo acepto.
Después de ese discernimiento lo acepto y lo recibo para dar el último paso que es el compartirlo, es decir, ponerlo en común, ahí es donde vamos desarrollando la capacidad de hacer un cuerpo de discípulos de Cristo, una comunidad de discípulos de Cristo.
En el Evangelio encontramos que la “comunión”, es un elemento fundamental para la comunidad de los discípulos de Cristo, Jesús a propósito de la crítica que recibía sobre la expulsión de los demonios con el mismo poder del príncipe de los demonios, responde: “ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Belzebú, pero, si satanás está dividido contra si mismo cómo mantendrá su reino”, es decir, no puede ser tal y como ustedes argumentan.
Con esto podemos hacer una interpretación más sutil, el demonios puede arrojar otros demonios, ––ciertamente que si––, cuando vemos las mafias esclavizadoras de nuestra sociedad, al ver que a un jefe de un cartel del narcotráfico no es obedecido por uno de sus operadores, de inmediato lo manda matar, viene la muerte, por eso debe hacer lo que el jefe le diga.
Por eso es que tiene la autoridad de Belzebú para mandar a los otros demonios, sin embargo, Jesús va más a fondo, dice que un reino así siempre estará expuesto a la división y finalmente ese reino caerá, ––eso es lo que realmente sucede––, algunos investigadores sobre la materia afirman que la guerra contra el narcotráfico es una batalla perdida porque se derrota una cabeza pero nace un nuevo grupo, y así actúa el mal.
En cambio, Jesús propone algo distinto, la “comunión”, es decir, la unidad y no simplemente porque se llega a una negociación de acuerdos, sino la comunión que se cimienta en el amor, porque verdaderamente me amas, te correspondo con mi amor. Bajo este dinamismo debe crecer la comunidad de los discípulos de Cristo y para que esto suceda necesitamos hacer uso del primer elemento que nos regalaba la primera lectura, “escuchar”, escuchar a Cristo, escuchar la Palabra de Dios, "discernirla", "aceptarla" y "compartirla".
La unidad y la comunión no son fruto de una negociación entre nosotros, ––seria tolerancia, sería un acuerdo de respeto mutuo donde tú no me haces daño, yo tampoco, como una paz pactada––, Jesús no quiere eso, lo que él quiere es participarnos su vida, la vida de comunión que es Dios, la vida del amor y por ello nuestro camino como Discípulos de Cristo es aprender también a amar y a crecer en una comunidad cimentada en el amor.
Esto es posible si estamos en unión con Jesús, de ahí la importancia de la Eucaristía, en ella encontramos los dos elementos, la Palabra de Dios que se proclama para escucharla y la presencia real de Cristo como alimento, como pan. Pidámosle al Señor que en ella construyamos siempre nuestra comunidad de discípulos de Cristo. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla