“Su padre lo vio y se enterneció profundamente”
En este IV Domingo de cuaresma, la liturgia nos presenta este bellísimo texto de la parábola del hijo pródigo tomada del Evangelio de San Lucas, volvamos a ella para tratar de aplicarla a nuestra propia experiencia.
Vemos tres personajes; un padre y dos hijos, el hijo mayor que siempre ha sido fiel a su padre y que ha estado con él en todos los trabajos de la vida diaria y el hijo menor que está desbordado por la curiosidad de conocer el mundo y sabiendo que su padre tiene recursos económicos suficientes no se contenta con quedarse junto a él y a su hermano, sino que pide a su padre la herencia que le corresponde, el padre accede y el hijo se va. Luego de una vida disoluta el hijo regresa, es recibido por su padre con una gran fiesta, pero el hijo mayor se enoja diciendo: “a este hijo que se porta tan mal lo premias, en cambio yo que me porto tan bien, no he recibido ningún regalo de tu parte”.
Estos elementos nos presentan un proyecto de vida, veamos a cada uno en su contexto; el personaje del “hijo pródigo” que sale de la casa paterna, quien pide la herencia, la derrocha y toma una conducta que lo lleva al fracaso, además lo lleva a experimentar hambre e indigencia. Este personaje nos quiere mencionar un primer paso de nuestra vida, ––todos en algún momento––, al menos si no hemos seguido ese modelo del hijo menor, hemos tenido en nuestro corazón esa intención de independencia, de autonomía, de hacer de nuestra vida lo que nos parezca bien, de recorrer nuestra vida en diferentes aventuras, ––si no lo hemos hecho en la práctica al menos lo hemos tenido en nuestro pensamiento––.
A partir de este modelo podemos ver que necesitamos darnos un tiempo, un espacio en silencio y soledad para encontrarnos con nosotros mismos, ––eso es lo que le vuelve a dar vida al hijo menor y pensar––: “yo aquí trabajando para ganarme algo de comer y deceso de comer las bellotas que le dan a los cerdos, en cambio en casa de mi padre los trabajadores reciben el pan. Me levantaré e iré a mi padre y le diré, padre perdóname”. El encuentro consigo mismo, es el paso fundamental que debemos dar todos, descubrirnos a nosotros mismos y descubrir, si en nuestra historia personal tenemos algo que ha sido negativo, ––como en el caso de este hijo menor––, decir como él: “pediré perdón a mi padre, me reconciliaré, le diré que me trate como a uno de sus trabajadores, ya no merezco llamarme hijo suyo, pero perdóname”, con esta actitud, el hijo se está perdonando así mismo, él sabe que perdonándose encontrará el perdón de su padre.
¿Cuántos de nosotros nos quedamos en este paso y nunca nos perdonamos a nosotros mismos nuestros errores cometidos? ¿Cuántos seguimos heridos por aquellas cosas que no supimos afrontar en el pasado y nos encontramos victimándonos o responsabilizando a los demás de nuestros actos? ¿Cuántas veces hemos sido hijos menores? Nosotros también como este hijo menor tenemos que descubrir que nuestro Padre está en casa, saliendo todos los días a la puerta para ver cuándo regresa el hijo que tanto ama y eso es lo que tiene que hacernos volver y regresar al proyecto que Dios tiene para nosotros, no el proyecto que individualmente diseñé y que me ha llevado al fracaso, sino el proyecto para el cual Dios me dio la vida.
Cuando ya regresamos y hemos dado ese hermoso paso y nos hemos encontrado con nosotros mismos, tomamos la decisión de seguir al Señor y caminar conforme a su proyecto, muchas veces nos encontramos como el segundo hijo, en una cotidianidad que pierde su sentido, en una rutina que no sabes por qué haces las cosas y esperas a que alguien te premie, que alguien reconozca lo que haces para continuar haciéndolo, haces las cosas a rastras, las haces por obligación o simplemente porque te toca hacerlas, porque no te queda de otra, tal como el hijo mayor: “mi padre no se fija en mí, sólo se fija en este hijo suyo que está regresando después de llevar una vida deshonesta y le da cabida en su casa además le hace fiesta, y a mí que me esfuerzo todos los días por serle fiel no me haces una fiesta”. Este es el segundo paso.
Nuestro encuentro con nosotros mismos tiene que dar cauce para abrirnos a las relaciones con los demás, este hijo mayor se sumergió tanto en el quehacer desatendiendo las relaciones con su padre y con los demás. No quiere saber nada de los otros sino en función de lo que hace, descuida el diálogo y la relación fraterna descuida que en el otro puede ejercer su servicio.
Cuando damos este segundo paso, ––que en la parábola no sabemos qué pasó con este hijo mayor porque está dirigida a aquellos que criticaban a Jesús porque andaba con publicanos y pecadores––, también quizá nos encontramos en este mismo proceso, sin dar ese paso definitivo que es llegar al modelo del padre. Ser padre para nosotros y transmitir el amor que Dios nos tiene a los demás, que nuestra persona sea una casa de acogida, que nuestros rostros sean siempre para fraternizar, es decir, para manifestar que te reconozco como un hermano hayas hecho lo que hayas hecho, así, te doy una nueva oportunidad para rehacer tu vida.
Esto es lo que hace el padre en esta parábola, a esto estamos llamados todos y cada uno de nosotros, descubrir y experimentar ese rostro misericordioso de Dios entre nosotros. Él quiere que yo sea como él, y él es ese padre, no puedo quedarme como el hijo menor ni como el hijo mayor, tengo que llegar a ser como este padre amoroso que transmite el perdón y la reconciliación, y que recupera para cada uno de los que se le acercan y lo reconocen que hay una nueva oportunidad siempre en la vida.
Por eso en la segunda lectura nos decía San Pablo: “en nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar por Dios”, para eso es este tiempo de la cuaresma, para reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios nuestro Padre, así con la alegría que quiere transmitirnos este Domingo IV de Cuaresma hacia la fiesta de la Pascua, hacia esta semana santa, que nuestra fiesta sea el haber redescubierto el proyecto que Dios tiene para mí, en relación con los demás.
Que la Pascua sea una experiencia como lo menciona San Pablo: “el que vive según Cristo es una nueva creatura, para él todo lo viejo ha pasado, ya todo es nuevo, porque todo esto proviene de Dios”, a esta experiencia estamos llamados los discípulos de Cristo, a transformarnos constantemente hasta llegar a alcanzar este modelo del padre que la parábola nos ha presentado.
Pidámosle al Señor que nos dé la gracia y nos conceda relacionarnos más íntimamente con él para ser transmisores del amor de Dios a los demás. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla