“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.”
En este V Domingo de cuaresma, a punto de acercarnos a la semana santa, ––celebración del misterio Pascual que manifiesta hasta donde llega el amor de Dios por nosotros sus creaturas, sus hijos––. La Palabra de Dios nos presenta esta escena tan conmovedora, una mujer que ha cometido adulterio y según la ley debía ser apedreada hasta morir, la llevan a Jesús para que él diga que se debe hacer, cumplir la ley o absolver.
Jesús en un gesto inesperado para aquellos que llevaban a la mujer, se queda callado, empieza a escribir en el suelo, se desesperan quienes llevaron a la mujer, ––Fariseos y Escribas, gente de autoridad––, querían ponerle una trampa porque sabían que él había manifestado que Dios era misericordioso, sin embargo las autoridades religiosas de la época de Jesús pensaban que Dios era justo, implacable y que no toleraba las fallas a la ley.
Por ello le llevan a la mujer y le dicen: “tú que predicas la misericordia, ¿cumples o no cumples con la ley?”, cuando ven que Jesús se quedó callado le preguntaban de nuevo, ––con insistencia dice el Evangelio––, al oír esas palabras Jesús respondió: “aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Continúa diciendo el texto que empezaron a escabullirse, desde los más ancianos hasta quedar solos Jesús y la mujer. Todos sintieron su conciencia interpelada por su propia condición de pecadores, nadie se atrevió decir ante Jesús, yo no tengo pecado, el único que no tenía pecado, el único inocente, ––Jesucristo––, le dice a la mujer: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? Nadie te ha condenado, ella contestó: “Nadie Señor”, Jesús le dijo: ¡Tampoco yo te condeno, vete y ya no vuelvas a pecar!".
En esta escena del Evangelio podemos descubrir, cuántas veces nosotros considerando que nuestros pecados no son graves, juzgamos a los demás indignos ante pecados atroces, deseamos que Dios los castigue de alguna forma, cuántas veces han pasado por nuestro pensamiento, sin embargo, eso no es lo que Dios quiere, ––castigar con la muerte––, por eso la Iglesia propone una y otra vez, también lo que el Papa Francisco últimamente ha dicho que no es una solución la pena de muerte ante el incumplimientos de la ley por los delitos, porque Dios siempre nos da una nueva oportunidad de vida porque nos ama, --aunque hayamos caído-, tenemos que redescubrir ese amor de Dios en nuestra propia vida y en la vida de los demás.
Así podemos entender lo que dice la primera lectura del profeta Isaías; no recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo, yo voy a realizar algo nuevo, no se queden esclavizados en sus acciones pecaminosas, en sus acciones delictivas, no se queden atados a ese pasado que no les gusta, yo voy hacer algo nuevo con ustedes, Dios es misericordia.
Ese amor que se manifiesta en Jesús es el que atrajo a Pablo, a tal punto que lo único que le importaba era conocer y seguir a Jesucristo hasta el final de su vida, darlo a conocer y vivir conforme a lo que aprendía de Jesús, así lo refiere la segunda lectura.
Hermanos, lo que Dios propone en la primera lectura del profeta Isaías al decir: “yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando, ¿no lo notan?, hare que corran ríos en la tierra árida para apagar la sed de mi pueblo”, es que identifiquemos; ¿cuál es la sed de nuestro pueblo? ¿Qué es lo que deseamos? ¿Qué es lo que anhelamos? ¿Qué es lo que quisiéramos que pasara en nuestra población? Esa sed llega a los oídos de Dios y él está dispuesto a apagar esa sed dándonos el agua que da vida, dándonos ese dinamismo para poder generar esa sociedad que anhelamos, que queremos, una sociedad donde nadie se ponga por encima de los demás, donde todos reconozcamos nuestra propia dignidad de personas, donde conjuguemos las relaciones entre unos y otros como miembros de una misma familia ¡la familia de Dios!
¿No lo notan? Ya está brotando, cada uno piense en su propia vida, en su propio contexto, ¿no lo notan? Dios ya está en tu corazón, ya está actuando en nosotros, tiene algo de ti, no te quedes atado al pasado, Dios ha pensado en ti y en tu futuro porque te ama como a hijo predilecto.
Que también nosotros como Pablo estemos alegres, entusiastas y felices de seguir a Cristo, de conocerlo, de experimentar la fuerza de su resurrección, de compartir sus sufrimientos y acercarnos en él en su muerte con la esperanza de resucitar como él de entre los muertos. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla