“El Espíritu del Señor está sobre mí.”
Con estas palabras del profeta Isaías, Jesús define su misión en la Sinagoga de Nazaret, con las mismas palabras los invito a ustedes sacerdotes a recordar el momento de su unción sacerdotal, somos todos conscientes de que es el Señor quien nos llamó y nos concedió su Espíritu para que estuviera sobre cada uno de nosotros, en lo personal y como Iglesia, en este caso como presbiterio de esta Iglesia particular.
La razón de esta unción, de esta vocación es como lo dice claramente el profeta Isaías y Jesús lo asume: “Me ha llamado porque me ha enviado para anunciar la Buena Nueva”, ¡esa es nuestra misión!, nosotros no somos portadores de malas noticias, de noticias alarmantes, de noticias de desastres, somos portadores de la Buena Nueva. ¿En qué consiste esta Buena Nueva? ¿Cuál puede ser la Buena Nueva para nuestro tiempo, para nuestra generación, para nuestra Iglesia?; “anunciarla a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, dar la libertad a los prisioneros, a pregonar el año de gracia del Señor".
Esa es la Buena Nueva, ––libertad, dignidad, solidaridad, amor––, quizá en un primer momento al escuchar esta descripción de la Buena Nueva podemos descubrirnos limitados, incapaces, no podemos ir a la cárcel a abrir las puertas para que los reclusos salgan de ella, no tenemos esa autoridad, no tenemos a nuestra mano todos los recursos que tienen una secretaría como SEDESOL para darle a los pobres lo que necesitan, no tenemos tampoco la capacidad de curar, de sanar físicamente, necesitamos de los médicos con quienes nosotros mismos recurrimos. ¿Cómo podemos hacer realidad esta misión?
Si levantamos la vista y dejamos que nuestros ojos vayan más allá de la realidad inmediata y si somos los primeros en vivir esta presencia del Reino y permitir con sencillez, con humildad que esta Buena Nueva que anunciamos se realiza en la comunión con todos los demás discípulos de Cristo, con todos los bautizados, pues no podemos cumplir esta misión solos, aunque seamos muchos, somos cerca de medio millón de presbíteros en el mundo, somos cerca de cinco mil obispos en el mundo esparcidos en la tierra. Para anunciar esta Buena Nueva necesitamos los mil doscientos millones de católicos, porque a través de ellos la acción del Espíritu Santo va a realizar esta presencia del Reino en medio de nosotros.
Lo primero que tenemos que hacer es aceptar nuestra limitación, no somos más que portadores del anuncio para llevar esta primicias, de esta historia de la Iglesia y de este tiempo, porque estamos convencidos que Cristo camina con nosotros, esta convicción de fe hará que el Espíritu Santo intervenga, entre, actúe y haga realidad esta Buena Nueva.
Por eso, como preparación de esta renovación de las promesas sacerdotales que la liturgia nos invita realizar, quiero recordar estos dos trozos de la homilía del Papa Francisco en la que nos describe la tentación que puede venir a nosotros los presbíteros cuando al ver la inmensa necesitad de nuestra sociedad que lucha por valores y que no los alcanza, que se sabe dañada y terriblemente agredida, nos puede venir esta tentación que nos advierte el sucesor de Pedro y para eso vino a México, para hablar a los presbíteros de esta manera:
“¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros una y otra vez, nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado, al episcopado, que tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar”. Con estas palabras el Papa Francisco se dirigía a los presbíteros en Morelia.
Hoy quiero animarlos para que al renovar sus promesas sacerdotales ustedes le digan al Señor: ¡quiero superar esa tentación! Y para superarla no hay mejor manera que descubrir los signos de la presencia del Espíritu Santo en medio de nosotros, él está actuando, miren con que entusiasmo, con que alegría, con que capacidad de alabanza se preparan nuestros misioneros para el próximo ocho de Mayo, para reiterar ese gesto de comunión diocesana y salir a tocar puertas a los que están más distantes y alejados, esto es fruto del Espíritu, es regalo de Dios.
Entrar en la dinámica de la gran misión ha sido posible porque ustedes han abierto su corazón a la acción del Espíritu, debemos reconocerlo, asumirlo y animarnos. Vean con que entusiasmo se reúnen las pequeñas comunidades en su parroquia para la Lectio Divina, con que alegría participan en sus liturgias, vean a nuestros fieles reunidos aquí para orar por nosotros, para estar con nosotros, porque saben que la acción del Espíritu es real, se da, nos transforma, nos cambia, de inmediato nos hace creaturas nuevas cuando le respondemos con esa decisión firme de creer que el Espíritu del Señor está sobre nosotros, que él nos ha ungido, nos ha enviado para anunciar esta Buena Nueva de que Dios no ha abandonado al mundo, camina con nosotros.
El paso que juntos hemos dado en el proceso de la catequesis con los niños es un regalo de Dios, es la acción del Espíritu, ––pasar en un solo año de tres mil a cuatro mil catequistas, de treinta y dos mil niños a cuarenta y dos mil niños, en nuestra catequesis parroquial––, es una demostración de que la acción del Espíritu Santo se está dando en medio de nosotros.
Avizoremos nuestro futuro, esto es prometedor, es alentador, veamos a los adolescentes si en la etapa más crítica de su vida, se descubren acompañados de Cristo, de entre ellos surgirán cantidad de vocaciones específicas al servicio de la Iglesia. ¡Tendremos sucesores!, si así los acompañamos garantizaremos el camino de nuestra Iglesia Particular. “El Espíritu del Señor está sobre nosotros”, renovemos nuestra promesa de trabajar en comunión, con la convicción de que es el camino de la comunidad de los discípulos de Cristo. Al renovar nuestras promesas sacerdotales sintamos que esta familia la ha congregado el Espíritu para servir a la Iglesia de Tlalnepantla. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla