“Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”.
A la tercera vez que Jesús peguntó a Pedro que si lo amaba, Pedro desbordó su corazón y transparenta claramente que está en la mejor disposición y que su amor por Jesús no finalizará. Así se cura la herida de la traición, de la negación, del abandono cuando lo dejó camino del calvario; es decir, a Jesús en el momento más duro de su vida le faltó la compañía de los que lo amaban en la persona de Pedro.
Este diálogo nos ayuda a entender que nuestras fallas, nuestras equivocaciones, nuestros pecados nunca deben ser el término de nuestra relación con Dios. Jesús también nos pregunta a cada uno de nosotros; ¿me amas?, con esto nos está pidiendo que le correspondamos al amor porque él ya nos mostró su amor, ¡Él nos amó primero!
Es necesario entender a qué amor se refiere Jesús, porque no es ese amor de capricho, de querer satisfacer nuestros propios instintos, ese amor egoísta que solamente piensa en sí dejando a los demás de lado e incluso tratando a los demás como objeto para satisfacciones personales.
El amor que Jesús manifestó con su vida es este amor que nos refleja el Evangelio, un amor que se da en el servicio. Lo vemos en esta hermosa escena donde los discípulos se encuentran pescando y no han encontrado nada de pronto Jesús resucitado se aparece a la orilla, y les dice: “¿han pescado algo?, ellos dijeron ¡No!, él les respondió: echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Es un amor que orienta, un amor que está pendiente de nosotros, que acompaña, que sirve aun en las cosas más sencillas pero que son muy gratas; el texto continua diciendo: “tan pronto como saltaron a tierra vieron a Jesús que había puesto unas brazas y sobre ellas un pescado”.
Que grato es recibir el servicio para poder alimentarnos, ––el alimento es una necesidad básica del hombre––, eso personalmente lo hace Jesús con sus discípulos, ese amor-servicio, necesita correspondencia y los apóstoles se la dan, necesitan más pescados porque no alcanzará para todos con el que había preparado Jesús, los apóstoles arrastran la red hasta la orilla para escoger algunos pescados y así completar este hermoso encuentro con Jesucristo resucitado.
Sin embargo, vemos que el amor no se queda ahí en el servicio, va más allá. Cuando vemos estas preguntas que repite Jesús a Pedro, siempre a la respuesta de Pedro que confiesa su amor, Jesús dice: “apacienta mis ovejas”, el amor tiene que ser abierto, no exclusivo ni excluyente, no es solamente yo con Jesús, ¿me amas Pedro?... atiende a los que me aman, a mis ovejas. Ahí vas a expresar el amor y Pedro lo hará hasta dar su vida por la atención de sus ovejas. El amor es, ––según nos lo enseña Jesús––, un amor que exige amar a nuestros hermanos, amar a nuestro prójimo.
Jesús en toda su vida pretendió hacer la voluntad de su Padre que lo amaba, ––así lo hizo efectivo––, es decir, él le correspondió a su Padre en el amor entregando su vida, esto es el centro de la obediencia que encontramos reflejada en la primera lectura, los apóstoles, cuando quieren apagar la voz que anuncia el Reino de Dios proclamado por Jesús dicen: “primero obedecemos a Dios y después a ustedes”.
La obediencia no es simplemente el cumplimento de una ley o de una norma, sino más bien es la correspondencia en el amor. El que ama obedece la voz de aquel que lo amó primero, así lo hace Jesús y así lo hacen sus apóstoles por eso reciben la asistencia del Espíritu Santo y ellos se convierten en testigos: “nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que lo obedecen”.
Con esto aprendemos que no debemos restringir la obediencia cristiana al cumplimiento de los preceptos, más bien fundamentarla en su explicación, es decir, a la correspondencia al amor de Dios. De esta manera entenderemos la auténtica obediencia, esta obediencia que es la expresión, el ejercicio, el arte de amar.
Hermanos, pensemos en nuestra propia realidad, veamos que estamos hechos para crecer en este camino, por eso Dios instituyó la Familia, es decir, si los padres se dan a los hijos en el amor, los hijos corresponden en el amor, es mucho más fácil la respuesta del infante, del niño, del adolescente, del joven, cuando siente que sus padres se preocupan de él y lo aman, porque están buscando su bien y no simplemente que obedezcan por obedecer, sino que entiendan que lo que se les pide es por bien de ellos mismos, además de que se les explica el porqué de eso que se les está pidiendo, entonces nace la correspondencia en el amor y ¡ésto es un arte!.
En este III Domingo de Pascua en el que nos reunimos y nos vemos fortalecidos en nuestra fe al vivir el Misterio Pascual, ––el paso de la muerte a la vida en Cristo––, abramos nuestra esperanza a todos nuestros defectos y limitaciones, a todas nuestras fallas y pecados, digámosle a Jesús “¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero!”. Que cada uno de nosotros le dé su respuesta en el amor a Jesucristo que tanto nos ama. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla