HOMILÍA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

December 31, 1969


HOMILÍA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

“El Señor les conceda el espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo”.

Así dice san Pablo al inicio de esta segunda lectura: Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda espíritu de sabiduría. ¿Qué es el espíritu de sabiduría? Primer elemento; y segundo, la revelación para conocerlo. Son dos cosas que se le piden a Dios nuestro Padre para que nosotros podamos conocer a Jesucristo, al Señor de las Misericordias. El espíritu de sabiduría es el fruto de la experiencia humana vivida a la luz de la fe. La sabiduría en esa expresión bíblica significa que a lo largo de cada una de las personas, de las generaciones, de las comunidades, de los pueblos; en esa historia que a veces está llena de experiencias positivas y alegres, pero otras de experiencias negativas, tristes; que hay que afrontar en ambos casos y vivirlas a la luz de la fe, trae como fruto la sabiduría. Entonces, este es el primer elemento.

El segundo es la revelación que necesitamos de parte de Dios, que nos dé a conocer. Por eso, en el Evangelio encontramos que Jesús antes de subir a los cielos y despedirse de sus discípulos, les dice que hay que enseñarles a, los discípulos todo lo que yo les he mandado. Las enseñanzas que ha hecho Jesús en su vida terrena, esas enseñanzas que están recogidas en los Evangelios, en el Nuevo Testamento, y a la luz de ellos, todas las enseñanzas del Antiguo Testamento, son la revelación para conocer a Jesucristo, de manera que unas son de enseñanza directa de Cristo; y otras son de nuestra experiencia de vida, de lo que nosotros vamos viviendo.

Hoy celebramos la Ascensión del Señor a los cielos. El Señor que se va, deja esta tierra para ir de donde venía, de casa de su Padre, para decirnos que nuestro destino final no es aquí. Aquí estamos de peregrinos. Por eso, la Iglesia fomenta, promueve y practica constantemente las peregrinaciones. Como esta que han hecho hoy de la Parroquia del Carmen, para estar con nosotros, como las que hacemos a la Basílica de Nuestra Señora de los Remedios, como las que hacemos a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, etcétera. Las peregrinaciones tienen este sentido: recordarnos que somos peregrinos, que esta tierra no es nuestro destino final, sino es lo que ha vivido Jesucristo… regresar a la casa del Padre, ese es nuestro destino. A eso estamos llamados. Pero, ¿qué debemos de hacer mientras peregrinamos aquí? ¿Qué tenemos que realizar para lograr también llegar como Cristo a la casa del Padre? He aquí el sentido de esta advocación que tiene Jesucristo aquí en Tlalnepantla… el Señor de las Misericordias. Él nos ha mostrado misericordia a nosotros, porque Él es el rostro de Dios nuestro Padre. Jesucristo vino al mundo para mostrar el amor y la misericordia de Dios nuestro Padre, de cómo es Dios, nos lo reveló, nos lo dio a conocer. No es un Dios justiciero, no es un Dios vengativo, no es un Dios que castiga como a veces pensamos: “esto es castigo de Dios”. ¡No! Ese no es el Dios que nos enseñó Jesucristo. El Dios que nos enseñó Jesucristo es el que ama a su creatura. Nos creó, somos sus hijos y está pendiente de nosotros. Ese es el verdadero rostro de Dios… la misericordia expresada por Jesucristo, no se queda allí. Estamos llamados nos dice san Pablo en esta misma lectura, a dar al mundo testimonio de nuestra vocación de la esperanza. Para que comprendan los demás cuál es nuestra esperanza; y para poder dar esa esperanza nosotros, a nuestra vez, tenemos que seguir los pasos de Jesucristo misericordioso, es decir, aprender a transmitir también nosotros, la misericordia. Por eso, nos tenemos que preguntar, quienes son papás, quienes tienen esa hermosa experiencia de amar a sus hijos, de expresar la misericordia. Así deben de ser los hogares, las familias. Son santuarios de la vida. Ahí está una situación, privilegiada para aprender a vivir la misericordia. La misericordia que lleva a la reconciliación, a la comprensión, a la ayuda, al consuelo, al acompañamiento. Por eso, no es de cristianos, no es de discípulos de Cristo, la violencia que a veces conocemos, y que se da en el interior de las familias. No nos tenemos que gritar, no tenemos que agredirnos, no tenemos mucho menos que pegar físicamente. Eso está en contra de las enseñanzas de Cristo. Nosotros tenemos que vivir la misericordia, a vivir, el perdón, la reconciliación. Esa es la forma en que le vamos a dar esperanza, no sólo a nuestra familia, sino a la sociedad, al mundo entero. Por eso, hemos venido aquí, por eso estamos de fiesta, por eso es gozosa esta celebración del Señor de las Misericordias, porque así como Él tiene misericordia con nosotros, nosotros debemos de salir de aquí para transmitir esa misericordia.

En la primera lectura escuchábamos como a los discípulos que se quedaron viendo cómo Jesús se iba y estaban ahí y no se querían mover, el ángel les dijo: galileos, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo? Hay que seguir porque ese Jesús que los ha dejado volverá, y como dice al final el Evangelio de hoy: Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo. Jesús fue a los cielos, a la casa de su Padre para decirnos que ese es nuestro destino, pero también para interceder misericordiosamente por nosotros a la luz de ese amor del Padre en favor de nosotros. Por eso, de muchas maneras está presente en nosotros, por eso estaos de fiesta, pero también debemos regresar a nuestras casas llenos de alegría porque podemos transformarlas en hogares donde se viva la misericordia.

Que el Señor pues nos conceda a todos este gozo de ser verdaderos y auténticos discípulos de Cristo, el Señor de las Misericordias. Que así sea.