HOMILíA JUEVES DE LA VII SEMANA DEL TIEMPO PASCUAL VISITA A LAS HERMANAS CLARISAS DEL MONASTERIO DE SANTA MARíA DE LOS ÁNGELES

December 31, 1969


HOMILíA JUEVES DE LA VII SEMANA DEL TIEMPO PASCUAL  VISITA A LAS HERMANAS CLARISAS DEL MONASTERIO DE SANTA MARíA DE LOS ÁNGELES

 

Yo les he dado la gloria que tú me diste.

Jesús hace esta afirmación, dirigiéndose a su Padre. Jesús ha realizado la misión de transmitir a sus discípulos la gloria que había recibido del Padre, no se queda con ella, sino que la transmite. ¿Qué podemos entender por gloria? Cuando Jesús habla que será glorificado por el Padre, de que ha llegado la hora de ser glorificado, se refiere a que afrontará la pasión y muerte injusta, y su Padre intervendrá de manera portentosa, como efectivamente lo hizo, resucitándolo de entre los muertos, dándole de nuevo la vida. El proyecto del Padre no era la crucifixión para su Hijo; por ello, ante la injusta muerte de Jesús, interviene glorificándolo, es decir resucitándolo de la misma muerte.

Esta obra de Jesús al venir al mundo y encarnarse, no tenía otro sentido que la redención. El misterio de la encarnación está íntimamente ligado al misterio de la redención: se encarna para redimir. Si el Padre interviene glorificando a su hijo, no lo hace simplemente en favor de Jesús por la condición de ser el hijo, sino que lo hace en favor de nosotros, sus discípulos. Esto es lo que Jesús afirma al decir: Yo les he dado la gloria que tú me diste.

Todo el camino del misterio vivido por Jesús en la encarnación para llevarlo a la redención, es gracias al Espíritu Santo. Recordemos que el Espíritu Santo es la personificación del amor entre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo es quien conduce a Jesús en su misión de encarnarse para redimir a los hombres. Por ello, Jesús le pide a su Padre que dé a sus discípulos este Espíritu; de hecho, Jesús lo promete directamente a ellos.

Nosotros solamente podremos ser glorificados por medio del Espíritu Santo. De aquí la importancia de aprender a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios. Este aprendizaje, propio de los discípulos de Cristo lo tendremos que hacer en la Iglesia, en comunión; de lo contrario, con gran facilidad nos extraviaremos.

Uno de los grandes retos del discípulo de Cristo es aprender a dejarnos conducir por el Espíritu Santo. Lo cual implica el discernimiento en comunidad eclesial. La experiencia de comunidad se hace indispensable en dicho camino.

La renovación de la Iglesia pasa por un cambio de mentalidad que nos permita redescubrir que no es la doctrina la que salva, lo que nos salva es la persona de Cristo. Hay que advertir que los cristianos vivimos bajo una inercia en la que damos más importancia a practicar la ley y la doctrina, que conocer y encontrarnos con Jesucristo vivo y resucitado. Nos hemos dejado conducir por la doctrina, y en muchas ocasiones incluso la imponemos a los demás. La doctrina es importante como una referencia o un parámetro, que me permite verificar si mi conducta refleja mi condición de discípulo.

Cristo nos salvará si lo seguimos a Él de la misma manera que Él siguió al Espíritu. Por tanto, nuestro discipulado es aprender a relacionarnos con el Espíritu en comunión eclesial. El cambio es muy fuerte, sin embargo, es indispensable en este contexto que estamos viviendo, un cambio de época; si lo logramos transformaremos el mundo, si no lo hacemos quedaremos reducidos a minorías. Ya lo decía el Papa Benedicto XVI en su estudio proyectivo de la Iglesia del siglo XXI.

Sería muy triste, que por falta de nuestra respuesta, la Iglesia quedara en las catacumbas como comenzó. ¡Podrá suceder! pero el Señor confía en nosotros, está dejándonos, respetendo nuestra libertad y respuesta, y de ella dependerá el derrotero de la historia.

Aunque el reto es grande, no debemos tener miedo, porque el mismo Jesús dijo: No teman, yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos, pero vayan y anuncien el Evangelio hasta los últimos rincones de la tierra.

Pidámosle al Señor por toda la Iglesia, y en particular por nosotros, que formamos la Iglesia Particular de Tlalnepantla y por todos sus sectores, para que poco a poco vayamos edificando orgánicamente una escuela de discipulado cristiano, para aprender a seguir a Jesús, y dejarnos conducir por el Espíritu de Dios que el Padre nos ha regalado. El regalo ya está, pero hay que aprender a usar ese regalo. Jesús dijo: yo les he dado la gloria que Tú me diste para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mi para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas como me amas a mí. ¡Que así sea!

 + Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla