HOMILíA EN LA CONSTITUCIóN DEL COLEGIO DE ABOGADOS DEL ESTADO DE MéXICO TOMAS MORO

December 31, 1969


HOMILíA EN LA CONSTITUCIóN DEL COLEGIO DE ABOGADOS DEL ESTADO DE MéXICO TOMAS MORO

 

Nuestros padres no escucharon las palabras de este libro y no cumplieron lo que en él está escrito.

Estas lecturas que acabamos de escuchar, la primera y el evangelio, no las hemos escogido específicamente por ustedes, pero vienen muy bien para hacer una reflexión sobre lo que es la ley, sus funciones, la importancia que tiene y, sobre todo, su interpretación. Vamos a descubrirla.

En esta primera lectura se narra un momento histórico del pueblo de Israel en donde, después de varios reinados posteriores a David y Salomón, que fueron brillantes por la forma de conducir al pueblo, van decayendo. Los siguientes reinados no fueron regidos por hombres sabios como necesita ser siempre un dirigente político.

De repente haciendo unas reparaciones en el templo de Jerusalén descubren en un muro un libro de la ley. Ese libro hoy los exegetas dicen que se trató de libro del Deuteronomio, uno que forma hoy el Pentateuco.

El pueblo y sus dirigentes habían olvidado la alianza entre Dios y su pueblo. El libro descubierto describía dicha Alianza y señalaba cómo reaccionaría Dios si su pueblo no observara los mandamientos. El Rey llora, se rasga las vestiduras y reconoce -dice el texto- que nuestros padres, no solamente no escucharon ni observaron las palabras del libro, las escondieron para que nadie las conociera, y cada quien pudiera comportarse como quisiera. Así llegaron a la anarquía y al caos; por eso la reacción de este buen Rey, el Rey Josías, un Rey según el modelo de David y Salomón, vuelve a dar a conocer la alianza entre Dios y su pueblo, como estaba ahí descrita para renovarla y volver a contar con la protección de Dios. Ésta es la historia narrada en la primera lectura.

Según la historia de Israel, la ley es la expresión de la alianza entre Dios y su pueblo. Quien hace las veces de Dios ante el pueblo son los dirigentes políticos, ellos deben velar por dar a conocer la ley, que es expresión de esta alianza.

Hoy en nuestros contextos, la ley debiera ser la expresión del pacto o alianza entre la ciudadanía y el gobierno. Por tanto, el objetivo de la ley es proteger la persona, el ser humano, la comunidad social. Ustedes como abogados son los intérpretes de la ley, la cual conduce el comportamiento social. Sin embargo la ley por sí misma no da vida. Quien da vida es el ser humano, y por ello, es necesaria la interpretación de la ley ante las situaciones que vive la persona y la comunidad.

La tarea de un abogado es interpretar la ley para impartir justicia, pero la justicia no es simplemente la aplicación literal de la ley; sino, a la luz de la ley, interpretar la conducta de la persona para que en el conflicto entre grupos o entre personas, que la ley está llamada a resolver, se esclarezca la verdad y se imparta justicia. ¡Qué gran responsabilidad tienen Ustedes, porque de esta interpretación de la ley va a depender la marcha de la sociedad!

En el año 2010, hace seis años, me tocaba mí la responsabilidad de ser Presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana y elaboramos con la participación de muchos sectores sociales una exhortación pastoral que se llamó “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” y ahí decíamos, al final de la primera parte, que hay tres factores fundamentales que están deteriorando la vida social del País y dificultando la paz.

El primero es la Cultura de la legalidad. Nuestro pueblo adolece de esta cultura. Bien sabemos, que somos muy sagaces, tenemos mucha experiencia para burlar la ley, y entonces se convierte en una vida de legalismos, y se va haciendo un hábito y una cultura de ilegalidad. Así se piensa que la ley hay que conocerla para saber como evadirla. Esto significa que el ciudadano no ha descubierto la importancia de las leyes, quizá porque muchas veces ha sido injustamente aplicada en contra de él o de su grupo.

Segundo factor, el debilitamiento del tejido social. El problema gigantesco que se ha dado en nuestro país en un siglo, de 1910 a 2010. El 80% de la población de nuestro país vivía en el campo y sólo el 20% en medianas ciudades; en un siglo se ha invertido, el 80% vive en las grandes ciudades y sólo el 20% en el campo. ¿Cuál es la consecuencia de esta migración interna? La pérdida del sentido de pertenencia y de identidad en la ciudadanía. Ha llegado inadvertidamente el anonimato y el individualismo que debilita el tejido social en automático.

El tejido social es indispensable para caminar conforme a la ley, buscando el bien social. Nuestro gran reto es reconocer que tenemos un rezago y una inercia galopante del debilitamiento social, y por eso necesitamos la colaboración e interacción de las instituciones y la iglesia. Cuando una sociedad está estable cada institución por sí misma es suficiente, es eficaz para cumplir su cometido. Cuando tenemos la sociedad que hoy tenemos ninguna institución es capaz de reconstruirla y de animarla a ir por un mismo camino. Éste es nuestro gran desafío.

El tercer factor que señalamos en esa exhortación pastoral fue la carencia en el consenso de valores. La globalización trae consigo grandes beneficios, sin embargo también provoca una tensión entre lo local y lo global que lleva a la fractura del consenso de valores. Hay planteamiento de valores o de nuevas maneras de entenderlos que no son todavía cultura de un pueblo, y se van imponiendo socialmente sin tener una etapa de discernimiento que garantice la disponibilidad y aceptación de ellos.

Estos tres factores explican la situación que hoy nos toca vivir. No debemos dejar que nos seduzca el refrán, de que tiempos pasados fueron mejores. Recordemos que en 1910 tuvimos una dramática revolución. Debemos afrontar nuestros tiempos. La historia nos ayuda a entender de dónde venimos para plantearnos con realismo y esperanza a donde queremos llegar.

Los invito a asumir la recomendación en el evangelio de hoy. Jesús habla de árboles, no habla de un árbol, sino de árboles buenos para reconstruir nuestra sociedad con buenos frutos: una cultura de legalidad, fortalecer el tejido social y alcanzar un consenso de valores. Nos necesitamos todos por encima de diferencia de pensamientos y visión. Las diferencias deben ser una riqueza y no una confrontación, para poder atender mejor a nuestro país.

Estoy convencido que somos muchos más los árboles buenos que producen frutos buenos que los árboles malos que están dando frutos malos. Lo que falta es la colaboración interinstitucional que facilite la cohesión en la acción.

Pongamos en manos del Señor este trabajo, que debe nacer desde nuestro corazón, en donde la presencia del Espíritu de Dios impulse la fe, que es la que sustenta los valores más fundamentales que necesita el ser humano. Unida la convicción religiosa a nuestras convicciones éticas y sociales lograremos una muy sólida fortaleza cívica.

No despreciemos nuestra convicción religiosa, no caigamos en la insistente influencia social que intenta reducir la fe al ámbito privado e individual, porque la fe, especialmente vivida en comunidad, proporciona la fuerza suficiente para afrontar las más graves adversidades y los más trágicos dramas de la vida humana.

A mí me alegra por eso, esta tarde. El estar aquí en torno a Cristo, de distintos partidos, de distintos sexos, y en torno la Palabra de Dios. Pidamos a Jesús, el Señor de la Historia, para que él nos ayude a darle un positivo impulso a nuestra sociedad, y recordemos la alianza de ser un pueblo con identidad y valores. Que pueda ayudar incluso al resto de nuestros pueblos latinoamericanos y a un mundo globalizado. Que así sea.