Su vocación hermanos es la libertad.
Así escuchamos que el Apóstol San Pablo decía en la segunda lectura: nuestra vocación es la libertad. Lo que está diciendo es, que seamos libres, que desarrollemos nuestra dignidad de persona, y que seamos capaces de discernir y tomar decisiones firmes, como la que Jesús tomó de subir a Jerusalén, según nos cuenta el Evangelio de hoy.
Ser libre significa que con plena conciencia asumo una decisión y vivo conforme lo que he decidido. No sólo implica el conocimiento de la realidad, ––de mi realidad––, sino también la capacidad de discernir, de esclarecer qué es lo que quiero, qué es lo que deseo y qué es lo que pienso que Dios quiere de mí; es decir, ver con claridad para qué me ha dado Dios la vida.
¿Esto será posible pensando que el ser católico es obedecer las leyes de Dios? ¿Eso es libertad? Con esta forma de pensar, ¿no se nos está imponiendo algo, sin permitir tomar la decisión con libertad? ¿Es posible conciliar obediencia con libertad? O acaso, ¿tenemos que someternos pensando que la obediencia es simplemente la aceptación de lo que me manden, de lo que me ordenen? Con esto, ¿dónde queda la libertad?
Es interesante profundizar las palabras del Apóstol San Pablo en la segunda lectura y entender el discipulado al que nos llama Jesucristo en el Evangelio de hoy. San Pablo afirma: Cristo nos ha liberado para que seamos libres, la libertad hay que conservarla, no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Lo contrario a la libertad es la esclavitud. Más adelante explica esto mismo: su vocación es la libertad, pero cuiden de no tomarla como pretexto para satisfacer su egoísmo. Está advirtiendo que nuestra libertad no sea el pretexto de hacer lo que me plazca, es decir, lo que yo quiera, lo que se me antoje, ¡eso no es libertad!
Continúa el Apóstol diciendo: vivan de acuerdo con las exigencias del Espíritu, así no se dejaran arrastrar por el deseo egoísta del hombre. Esto es: aquel que se deja llevar por el egoísmo y con pretexto de su libertad se da a la satisfacción egoísta, le da rienda suelta a sus tendencias, a sus instintos en la búsqueda de placer, de poder y de dinero, ese se hace esclavo, se convierte en un adicto que no ve más allá de lo que sus ojos ven. Por ello añade: este desorden egoísta está en contra del Espíritu de Dios, en cambio dice: si los guía el Espíritu ya no están ustedes bajo el dominio de la ley.
Si entendemos que la libertad la ha dado Dios, no para hacer lo que por tendencia e instinto queramos hacer, sino para que esclarezcamos qué es un bien para mí y para los demás, entonces estamos siendo conducidos por el Espíritu de Dios. Cuando nos conducimos por el Espíritu de Dios, somos libres porque ordenamos nuestros instintos, nuestras tendencias, nuestros atractivos primarios y los ponemos al servicio de lo que hemos distinguido que Dios quiere para nosotros, esclarecemos nuestra vocación, y por eso obedecemos teniendo en cuenta lo que pasa en nuestra vida, dependiendo de los contextos que vivimos tanto familiares, sociales, de las relaciones con los amigos, vecinos descubrimos que es un bien, ponemos en común ese bien, y así decimos: ¡esto hay que hacer! Esta es la obediencia a Dios, que habla desde los acontecimientos, desde la historia, desde el prójimo.
Las leyes son una referencia, son un parámetro para que yo rectifique, en el caso de haberme equivocado o haber sido engañado por otros, y que estuviera pensando que hago un bien, cuando en realidad estoy haciendo un mal. Así las leyes buenas, ––los diez mandamientos––, me sirven para reorientar mi camino y saber qué es lo que me está pasando, por qué no voy acorde a lo que está planteado como algo bueno. Siempre tendremos la gracia del perdón para la corrección, para retomar el camino porque esa es la esencia de Dios, “la misericordia”, porque Él nos ama.
El camino de libertad no se contrapone a la obediencia, se contrapone a la esclavitud. Y el camino del hombre libre es aquel que no se apega, como algo definitivo, a las cosas temporales que nos rodean. En este sentido podemos entender las condiciones que plantea Jesús a quienes lo quieren seguir en el texto del Evangelio de hoy. A uno le dice: las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el hijo del hombre no tienen donde reclinar la cabeza; es decir, tienes que estar dispuesto a los condicionamientos que te vaya tocando vivir, no a los que tú quisieras haber tenido, sino a los que realmente tienes, ¡no te apegues! ¡No te aferres a lo que son tus sueños, pero que no es tu realidad! Al contrario, hay que hacer de la realidad un camino para alcanzar tus sueños.
Una vez que has esclarecido lo que el Espíritu de Dios pone en ti y lo has confrontado reconociendo que ésa es la verdad, entonces comprenderás a Jesús que dice: el que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios. Cuando esclarezco el bien y descubro que es bien para mí y para los demás; entonces hay que decidirse como Jesús que tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén y afrontar las adversidades como la primera que narra el Evangelio de hoy, cuando los samaritanos se negaron a recibir a Jesús y sus discípulos se enojaron, se molestaron y de inmediato preguntan al maestro: ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?
Ésta es otra tentación, cuando vamos en camino del bien, quisiéramos que los demás también fueran como nosotros por ese camino del bien, y al darnos cuenta que van camino del mal, quisiéramos hacer que baje fuego del cielo para exterminarlos pero, ¡no es ésta la pedagogía de Dios! Porque Él nos ama a todos, porque somos sus hijos y no quiere que nadie se pierda. Jesús los reprende y les muestra que ésa no es la manera, sino continuar nuestro camino según nuestra decisión, aunque muchos otros aún no lo entiendan, ni colaboren con ella.
Hermanos, eso es ser discípulos y misioneros de la misericordia, seguir a Cristo y tener misericordia para todos los que todavía no lo conocen. Aún no lo han descubierto, y por tanto no lo siguen. Pidámosle al Señor que seamos discípulos misioneros de la misericordia, optando por esta vocación en libertad y conducidos por el Espíritu de Dios. Que así sea.
+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla