HOMILíA EN LAS ORDENACIONES DIACONALES Y PRESBITERAL

December 31, 1969


HOMILíA EN LAS ORDENACIONES DIACONALES Y PRESBITERAL

 

Esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos.

Esta es la afirmación que hace Jesús a la respuesta que ha dado Pedro en nombre de todos los apóstoles y sus discípulos a quienes les ha preguntado “Según ustedes, ¿Quién soy yo?” Pedro, tomando la palabra, dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Cuando Jesús afirma que esta revelación viene del Padre, ¿cómo es que le llegó a Pedro? ¿De qué manera fue informado Pedro? ¿Por alguna revelación particular?¿Alguna aparición? ¿Algún mensaje, mediante otra persona? ¿Cómo fue informado Pedro? La respuesta lógica es porque Pedro siguió a Jesucristo, respondió a su llamado y lo conoció; fue encontrando en la persona de Jesús algo que no había en las otras personas, fue descubriendo una manera de ser, una forma de actuar, un comportamiento en la atención con los demás que no lo había visto nunca en otro hombre. Pedro lo veía orar, él sabía que Jesús buscaba la voluntad del Padre, que actuaba conforme a la voluntad del Padre, fue muy atento a todas la enseñanzas y a las parábolas ¿Quién le informó a Pedro? La misma persona de Jesús con su testimonio de vida.

Es Jesús la revelación del Padre y es la tarea de todo ser humano que pretende ser discípulo de Cristo, a través de la persona de Jesús descubrir, qué es lo que quiere Dios nuestro Padre, conocer el pensamiento del Padre, pero nosotros no tenemos esa oportunidad de Pedro, no se nos aparece Jesús, no lo tocamos, no lo escuchamos, no lo seguimos como lo siguió Pedro y los demás discípulos.

¿Quién hace esta misión? ¿Quién es ahora quien puede dar a conocer lo revelado por el Padre en la persona de Cristo? -Juan Carlos a esto estás siendo llamado, Ustedes Antonio, Eduardo, David a esto están siendo llamados- Es la Iglesia la que prolonga el dinamismo de la Encarnación, es la Iglesia la que tiene la misión de hacerlo presente en el mundo de hoy y en medio de la Iglesia. Jesús mismo le dice a Pedro que hay una jerarquía para el servicio de esta misión, no para privilegios y honores, como bien dice el Papa Francisco constantemente, sino para servir a la causa del Evangelio y anunciar la presencia de Cristo en el mundo, del Reino de Dios en medio de nosotros.

¿Cómo lo podemos hacer? Pedro descubrió que Jesús manifestaba la comunión con el Padre, buscaba su voluntad, oraba y también se dejaba conducir por el Espíritu Santo, era guiado por el Espíritu de Dios; es así como los apóstoles son informados, es decir se les ha revelado en la persona de Jesús, que Dios es Trinidad, que Dios es comunión, y por ello, Jesús da la vida por la comunión, ora por la comunión de los hombres. Es la comunión la base, la piedra en la cual funda Jesús a su Iglesia y su misión será realizada en comunión con los Obispos y bajo su guía. Por eso, los Sucesores de los Apóstoles, los Obispos debemos estar en comunión con el Sucesor de Pedro; y a nuestra vez, los Obispos, en nuestra respectiva Iglesia Particular, debemos estar en comunión con quienes son nuestros colaboradores indispensables, nuestros Presbíteros.

La comunión es la piedra fundamental de la Iglesia, por eso la principal alerta que debemos siempre tener es el riesgo contante de la división entre nosotros. Pero no debemos de tener miedo cuando se presentan diversas posiciones al interior de la Iglesia, dice el Papa Francisco, debemos ser una Iglesia Sinodal, una Iglesia que escucha, una iglesia que camina junta, que todos sus miembros van en comunión. El riesgo de la división proviene del maligno, que penetra todo, que se presenta de distintas maneras e incluso con disfraces de bondad, como decía San Ignacio de Loyola: cuando el demonio no puede atraer directamente presentando el mal, entonces disfraza el mal y lo presenta como un bien. Jesús previene a Pedro para que no tema y le dice “los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”.

No debemos de tener miedo, con alegría, con entusiasmo podremos cantar como cantaba el salmo “El Señor me libró de todos mis temores”. En verdad, ¿quién no tiene temor en esta vida? ¿Quién puede decir que jamás ha tenido miedo? Todos experimentamos temores, y más cuando sobre nuestros hombros encomiendan una carga tan grave, tan importante ‘hacer presente a Cristo en el mundo, establecer el Reino de Dios en medios de nosotros. ¡Quién no tiene miedo!

La experiencia de Pablo, narrada al final de la segunda lectura, es consoladora “cuando todos me abandonaron el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su reino celestial” Pablo no expresa esto al inicio de su ministerio, al inicio de nuestro ministerio todo es nerviosismo, todo es temor. Pero nuestra confianza debe estar puesta en que es el Señor el que me llama y yo le respondo a él, y él me responderá a mí en el momento oportuno. Pablo está haciendo esta confesión de su experiencia al final de su vida, dice: ya estoy llegando a mi hora final, ya he caminado, ya he compartido y les puedo decir que el Señor siempre ha estado a mi lado.

Quienes ya hemos recorrido el camino, un servidor cuarenta y tres años, podemos decir a Ustedes que hoy inician: el Señor nunca falla, el Señor esta siempre custodiando, a veces pasa lo que a Pedro en la primera lectura, dice la escena, fueron liberados misteriosamente de la prisión, y van experimentado esta liberación, pero es curioso lo que se afirma al final del texto, que Pedro no se daba cuenta porque estaba como dormido, lo vive como un sueño, como algo irreal, es hasta que sucede todo, y se ha realizado la liberación de la prisión, cuando dice: “ahora sí estoy seguro de que el Señor envío a su ángel para librarme de las manos del opresor y de todo cuanto el pueblo judío esperaban que me hicieran”.

Tantas veces el Señor actúa, y en el momento que actúa pensamos que es nuestra valentía, que es nuestro amor, que es nuestra fuerza interior, no nos damos cuenta que es el Señor que está detrás, pero después de los hechos, si somos hombres de oración, si asumimos lo que vivimos, no para orgullo nuestro, sino para bien de la Iglesia, descubriremos que el Señor ha estado con nosotros.

La oración es la alerta que debemos tener siempre encendida. Sin embargo, el espíritu de oración no significa muchos rezos, muchas devociones aquí y allá, no, eso no es lo más importante, simplemente sirven para mantener mi religiosidad, pero lo más importante es, como hacía Jesús, oración en soledad, de silencio, de ponerse delante de su Padre y de descubrir dónde está, cómo me ha acompañado, para rectificar cuando deba corregir, para fortalecer cuando deba consolidar, para agradecer cuando sepa descubrir que lo hecho por mí es obra del Señor, y yo solamente soy, como dice el Evangelio de Lucas, el servidor que ha hecho lo que tenía que hacer.

Éste es el camino al que están siendo llamados Ustedes, los nuevos ordenados. Éste es el ministerio que hoy se les confiere, este es el don, una gracia, un regalo que el Señor les concede. No lo merecemos, es regalo, por eso hoy es día de alegría, es día de esperanza, es día de entusiasmo, por eso estamos hoy todos congregados, todos los que han venido aquí a acompañarnos, porque es un gran día de fiesta, porque ¡el Señor ha estado grande con nosotros! Que así sea.