“Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo, dice el Señor”.
Nos toca este día, la palabra de Dios, con una de las escenas más hermosas del profeta Oseas. La relación paterna, la figura de un hombre que lleva en brazos a su hijo y después le enseña a caminar, que lo lleva de la mano, que está pendiente, que está siempre con él, que cuando cae lo levanta, que le enseña a hablar, que le enseña a moderar su conducta: un verdadero padre, un padre que ama. Así dice Dios a su pueblo: así eras tú Israel para mí. Cómo pues será posible que yo tenga deseos de venganza, de ira, de separarme de ti aunque cometas la infidelidad, el error, el pecado. Mi corazón se conmueve dentro de mí y se inflama toda mi compasión, no cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín.
Con esta escena tan humana, nos manifiesta el rostro de Dios, el rostro del amor, lo que es Dios. Un padre que siempre está pendiente de su hijo, que lo ama entrañablemente, que siempre le da la opción necesaria del perdón, de la reconciliación, de la rehabilitación, de la restauración. Esta escena del profeta Oseas, es impresionante y de aquí quiero tomar la reflexión para esta tarde en esta visita pastoral. La Iglesia nos dice el Papa Francisco, es la madre ¡es la madre! La madre junto con el padre tienen esta responsabilidad: amar a sus hijos. Y es una responsabilidad hermosa, es una responsabilidad que se lleva con gusto, no sin pena, no sin problemas; pero siempre con una gran disposición, porque el sostén es el amor. La Iglesia nos dice el Papa Francisco tiene que ser un espejo, del amor de Dios nuestro padre. Dice que recordaba las palabras de los padres de la Iglesia: la Iglesia es como la luna, que refleja la luz del sol, no tiene luz propia. La Iglesia como institución no debe de buscarse a sí misma. Por eso una y otra vez nos repite el Papa, que debemos de superar la tentación de la “autoreferencialidad”. Y aquí está la riqueza de la visión de la Iglesia: mostrar el rostro misericordioso, amoroso del Padre a los demás.
Bien esto es realmente el motivo, la pregunta es: cómo lo podemos hacer. ¿Quién es la Iglesia? Todos nosotros los bautizados ¿Quiénes son la parroquia? Todos ustedes, de allí que entonces la terea la debemos de organizar de forma que podamos en la práctica manifestar a quienes nos rodean, a los católicos distantes, el verdadero rostro del Padre. Cristo manifestó el rostro del Padre: “quien me ve a mí Felipe, ve a mi Padre”. Porque tanto hablaba de su padre que su discípulo Felipe le preguntó esa vez: ¡ya basta, con que nos enseñes al Padre con eso nos basta! Quien me ve a mí, ve a mi Padre. Y eso debiera de ser la misión de la Iglesia: quien ve a la Iglesia vea a mi Padre, el amor de mi Padre. Dice el Papa Francisco que así sueña la Iglesia, nos lo ha dicho en La Alegría del Evangeli,o en su exhortación apostólica. La sueña manifestando el rostro misericordioso del Padre.
Esta tarea es de todos nosotros. Tenemos que buscar las maneras de manifestar ese rostro amoroso. Todas las estructuras de la parroquia, todas las estructuras eclesiales, debemos de buscar que sean ocasión para manifestar la misericordia de Dios. El párroco, su obligación su responsabilidad es buscar esta conciencia de comunidad e irle dando esos espacios de participación a través de las mismas estructuras pastorales; para que la comunidad cumpla su misión, él es el conductor. Pero los responsables de dar el testimonio del amor del Padre, somos todos. En la medida que descubramos esta naturaleza fundamental de la vida de la Iglesia, nos sentiremos, no solamente comprometidos con el párroco para hacer esta obra o aquella, sino entusiasmados con compartir nuestra misión de ser Iglesia. Eso es lo que estamos procurando, es lo que les decía hace un rato antes de la Eucaristía. Esta es la renovación de la Iglesia, recuperar su naturaleza misionera, como la definió el Concilio Vaticano II. Su naturaleza de dar testimonio y de anunciar con el testimonio el amor del Padre. A eso los invitamos. Esta es la razón de estar aquí reunidos en torno a Cristo. Él es quien nos va a dar las instrucciones como lo vimos en el Evangelio que dio las instrucciones a sus discípulos para ir a misión. Deseen la paz, díganles la paz está con ustedes, y quien la reciba, hagan vida y convivan con ellos, apóyense en ellos, quienes sean amantes de la paz, son discípulos de Cristo. Él nos va diciendo: no pongamos nuestra confianza en que nuestra misión de Iglesia va a realizarse porque tengamos muchos recursos económicos, muy buenas edificaciones, centros de pastoral, no; la principal riqueza son ustedes, la principal riqueza somos los bautizados, ese es nuestro principal capital, nosotros mismos. Porque es a nosotros a quienes ama el Señor, el Señor no ama, sino que valora la edificación de este templo, como la de tantos otros; pero a quienes ama son a los que venimos al templo y el templo es valorado por el servicio que da, es un instrumento, nosotros somos el objeto del amor del Padre. Y esto es lo que tenemos que aprender a vivir y a anunciar. Hoy nuestros contextos culturales son distintos a los del siglo primero, no podemos tomarlos al pie de la letra como dice Jesús, algunos elementos si: “gratuitamente han recibido este poder, ejérzanlo pues gratuitamente”; “no pongan su confianza en las cosas materiales, sino en la apertura de la gente que les abre las puertas de su casa”.
Que el Señor pues los ayude a realizar esta misión entre nosotros, pidámosle en esta Eucaristía que nos dé ese entusiasmo, esa alegría, de ser hijos muy queridos y amados por Dios nuestro Padre.
Que así sea.