Yo fui quien enseñó andar a Efraín.
En la primera lectura que hemos escuchado, el profeta Oseas manifiesta el amor de Dios a su pueblo Israel, como el amor de un padre a su hijo. Esta pedagogía natural que encontramos en los padres de familia, esta figura concreta de enseñar a andar a un niño es hermosa porque todos hemos tenido la experiencia de como vacila un niño y como tropieza con facilidad, pero también como la mano de un adulto le da la seguridad para aprender a caminar.
Esta imagen de la infancia ayuda a entender no solamente el caminar fisiológico, sino también el caminar en la relación con los demás, y en la respuesta a Dios que nosotros damos como hijos. No es fácil este aprendizaje, sin embargo a lo largo de la vida se va aprendiendo y cada día descubriremos cosas que no habíamos relacionado, o que de alguna manera nos vuelve a sorprender en nuestra relación con Dios.
Por eso, el profeta en la expresión: yo fui quien enseñó andar a Efraín, no se refiere solamente a la infancia en la relación Dios-Pueblo, sino a la permanente compañía que Dios hace de nosotros. Ésta es la pedagogía que tiene que asumir la Iglesia, como Iglesia nosotros tenemos que enseñar al pueblo a andar y crecer en su relación con Dios.
La misión de la Iglesia es acompañar al pueblo en el aprendizaje de la relación con el Espíritu de Dios para fortalecerlo y hacerlo capaz del proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para nosotros como comunidad, como familia.
Con tres expresiones el profeta Oseas advierte que el pueblo podrá no corresponderle a Dios: pero mientras más lo llamaba, más se alejaba de mí… no comprendieron que yo cuidaba de ellos… mi corazón se conmueve dentro de mi y se inflama toda mi compasión, no destruiré a Israel. Ante la no correspondencia del pueblo al amor de Dios, debemos recordar que Dios nunca va a acabar con una condena, Dios siempre nos dará una oportunidad, de aquí la plena confianza en su misericordia.
El Evangelio de hoy recuerda que somos llamados discípulos de Cristo para ser anunciadores del Reino de los Cielos, porque ya está entre nosotros. Señalo dos expresiones, la primera: gratuitamente lo han recibido, ejérzanlo pues gratuitamente. La palabra “gratuita” la entendemos casi siempre en sentido económico: ¡Algo que no cuesta dinero! Pero la palabra “gratuita” está relacionada también a la gratuidad de la relación del amor. Si nosotros caminamos en esta relación y recíprocamente correspondemos de forma gratuita entenderemos la dinámica del amor.
La segunda expresión: Si aquella casa es digna de su mensaje la paz de ustedes reinará, si no es digna el saludo no les aprovechará. La reciprocidad Dios la tiene calculada. Nunca nos tiene que desanimar ni bajar la guardia cuando no encontramos respuesta. Por eso Jesús dice: y si no reciben el mensaje o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa sacúdanse el polvo de los pies.
No se queden con ese polvo que les causa desánimo, ese polvo que arruina, sacúdanlo. Humanamente la falta de respuesta nos frustra siempre, esperamos la respuesta cuando invitamos a alguien, y cuando le estamos ayudando a alguien, esperamos que ponga un poquito de su parte para seguir ayudando. Pues si acaso nos alcanza el desánimo, dice Jesús Ustedes sacúdanse el polvo, y síganme con plena confianza de que hay alguien, Dios nuestro Padre, quien jamás nos dejará sin su amor.
Con estos sentimientos, con estas reflexiones, los invito a poner en el altar de Dios nuestros proyectos, nuestros anhelos de dar respuesta al Señor sin exigir el éxito inmediato.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla