HOMILíA XXV ANIVERSARIO EPISCOPAL MONS. FRANCISCO JAVIER CHAVOLLA RAMOS OBISPO DE TOLUCA

December 31, 1969


HOMILíA XXV ANIVERSARIO EPISCOPAL  MONS. FRANCISCO JAVIER CHAVOLLA RAMOS OBISPO DE TOLUCA

 

Los llamaré amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre.

Con estas palabras pasamos de una presencia que impone y causa temor a una presencia, en la cual la misión se comparte y la presencia se vuelve íntima amistad.

En efecto la narración de la vocación del Profeta Isaías, en la primera lectura, refleja la imagen de un Dios, tres veces Santo, en donde la naturaleza humana, frágil y pecadora, difícilmente encuentra lugar, y por ello, Isaías se llena de pavor y experimenta la angustia de la muerte, conforme aquella enseñanza del Antiguo Testamento: ¡Quien ve a Dios muere. A Dios nadie lo ha visto!

Entendemos así lo dicho por el Profeta: ¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al rey y Señor Todopoderoso.

Sin embargo para sorpresa de Isaías un ángel del Señor, con un carbón encendido tocó los labios del profeta y le dijo: Al tocar esto tus labios, desaparece tu culpa y se perdona tu pecado.

En otras palabras, Dios, por medio de su ángel, ha compartido su Santidad a Isaías. Lo ha perdonado y lo ha purificado. Por ello, al escuchar la voz de Dios que pregunta, ¿A quién enviaré? Isaías sin miedo, ni temor, con gran firmeza dirá: Aquí estoy yo, envíame. Así recibe la misión de hablar en nombre de Dios al Pueblo elegido.

Esta escena presenta los elementos fundamentales de la Vocación al profetismo. Sin embargo, Jesús en el Evangelio, va más allá, y sorprende al afirmar que sus elegidos no solamente hablarán en su nombre y cumplirán una misión, sino: Los llamaré amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre. ¡Somos llamados para ser amigos de Dios y compartir su vida!

Sí, en Jesucristo la llamada no es simplemente para cumplir una misión, es mucho más que el quehacer, es una llamada a compartir la vida divina del Amor. ¡Qué hermosa y dignificante llamada la que Dios nos comparte en su Hijo Jesucristo!

Por eso, Jesús es el modelo a seguir y en el cual aprender la generosidad plena y la fidelidad en la obediencia al Padre. Por ello, Jesús afirma: Les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre.

De la vida en comunión nace la misión. Ahora podemos comprender porque el Concilio Vaticano II define a la Iglesia como Misterio de Comunión. Y porque, los Sucesores de los Apóstoles cimentamos nuestra vocación de Colegio Apostólico en comunión con una cabeza, el Sucesor de Pedro, ahora el Papa Francisco, y en comunión entre nosotros.

Así podemos comprender también, por qué la comunión de un Presbiterio con su Obispo y de los presbíteros entre sí. Y por qué la comunión en la comunidad parroquial sustentada en la comunión de las familias en su interior y entre ellas como barrio, colonia o sector.

La comunión es la piedra fundamental de la Iglesia, y al vivirla ya ha comenzado a cumplir con ese testimonio su propia misión, porque ya está dando a conocer la vida divina a la que estamos llamados todos los humanos.
Sin duda, al escucharme, Ustedes estarán de acuerdo y renovarán su conciencia vocacional, pero también más de uno dirá ése es un ideal que cuesta mucho trabajo realizarlo, una y otra vez lo intentamos, y una y otra vez tropezamos con la división y las fracturas fraternas.

Es bueno recordar y tener siempre presente la advertencia de Jesús: Ningún siervo es superior a su Señor. Igual que me han perseguido a mí, los perseguirán a ustedes.

También es de gran utilidad y ayuda la afirmación de San Pablo en la segunda lectura: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no estamos aplastados; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos aniquilan. Por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

La fragilidad se vuelve fortaleza: vasijas de barro que portan el ministerio que da vida. En cualquier momento pueden quebrarse y derramar su contenido: para pasar de la muerte a la vida.
De esta relación, la figura del Obispo se convierte a la vez receptor y transmisor de la experiencia de amistad que prolonga el dinamismo de la Encarnación: cabeza de una Iglesia particular, y con su Presbiterio, servidor para transmitir la Redención que conduce a la vida divina.

Así ha vivido la Iglesia durante estos XXI siglos. Comprendemos ahora la importancia de la misión apostólica del Papa y los Obispos, auxiliados por sus Presbíteros para apacentar al rebaño, para animarlos con la enseñanza, nutrirlos con el Pan de la Palabra y el Pan de la Vida, y para acompañarlos en el discernimiento espiritual y pastoral, y así descubrir en cada época y en cada situación concreta la Voluntad del Padre y cumplirla. Es así como se edifica la comunidad de discípulos de Cristo para hacer presente el Reino de Dios. El ministerio apostólico como jerarquía es un servicio indispensable para vivir la comunión. Actuamos en el nombre del Señor Jesús.

Por eso, nos alegramos hoy por los XXV años de ministerio episcopal de Mons. Francisco Javier Chavolla Ramos y con esta Iglesia Particular de Toluca, que lo tiene como Pastor. Por eso ponemos sobre el altar, con humildad y gratitud, estos veinticinco años de servicio episcopal.

Y no olvidemos que Cristo ha vencido el mal y la muerte misma. En Él esta nuestra esperanza. Aunque nosotros fallemos, Él nos garantiza la vida para toda la eternidad. ¡Que así sea!

 

+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla