HOMILíA DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Homilía Domingo XIX del Tiempo Ordinario

7-Agosto-2016

 

Se confortarán al reconocer la firmeza de las promesas

 

De esta manera el libro de la Sabiduría deja un criterio muy importante en la vida, la esperanza en la promesa de que se cumplirá lo que Dios anuncia.

 

Pero no es fácil esperar en algo que no se ve y tener la confianza en quien lo dijo. Para eso sirve la Historia, y eso es lo que narra la primera lectura, cuando recuerda la liberación de la Pascua y el paso del mar Rojo, dejando la esclavitud y conviertiéndo a los hebreos en un pueblo libre.

 

El texto afirma que ese acontecimiento fue un cumplimiento de la promesa hecha por Dios. Pasado el tiempo, lo vivido por sus antepasados sirve a otras generaciones para tener la confianza en la Palabra de Dios, y segundo, para tener la esperanza de que sus promesas se cumplen.

 

En esta misma línea de reflexión, la segunda lectura afirma que la fe es la herramienta fundamental para caminar en esa esperanza y con esa confianza. Pone no sólo el ejemplo de la salida de Egipto, el paso del mar rojo, el paso de la esclavitud a la libertad, sino también va dando ejemplo de personajes concretos, con lo cual indica que la fe se vive no sólo de manera comunitaria como pueblo, sino también como personas concretas, tales como Abraham y Sara. Ellos caminaron en la fe a pesar de todas las adversidades que tuvieron en su vida.

 

Resumiendo de las dos primeras lecturas, un primer elemento es la Historia de Salvación, donde Dios ha intervenido en favor de nuestros antepasados. Es decir, cada persona, familia o comunidad puede recordarla gracias a quien recibió la fe: padres abuelos, bisabuelos. Esa fe que les sirvió a ellos para afrontar adversidades y que les hizo caminar en la esperanza de que Dios cumple  sus promesas, es la que ahora nos fortalece.

 

Finalmente el Evangelio que hemos escuchado ofrece, de toda la riqueza que encierra, otros dos elementos en la misma línea de reflexión de la primera y segunda lectura.

 

Jesús añade algo mucho más personal y muy importante al decir: consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón ni carcome la polilla. Cada uno puede preguntar ¿cuáles bolsas son esas que no se destruyen? Si hasta las cajas fuertes también son abiertas por los ladrones.

 

Jesús indica la clave al decir: donde está su tesoro ahí está su corazón. La bolsa que no se rompe ni se destruye es el interior del hombre. De ahí la importancia de cuidar la intimidad, porque ahí se debe estar atento, vigilando todo lo que entra en la interioridad, no dejar  pasar todo, se debe siempre esclarecer lo que conviene: el bien. Lo que va acorde con lo que la fe dice, y estar  alerta para que el corazón reciba cosas buenas y atento a detenerse ante el mal.

 

La  vigilancia, la actitud de alerta que pide Jesús es para que no entre el mal: estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Se está dirigiendo a éste corazón para que recoja lo bueno que va sucediendo en su vida, y vaya recabando ahí el verdadero tesoro, que no puede ser robado.

 

El segundo elemento que complementa esta reflexión es la Parábola con la que Jesús responde la pregunta del Apóstol Pedro: ¿Maestro, eso lo dices por nosotros que estamos contigo o por todos? Jesús no responde directamente con un sí o un no, sino que amplía la reflexión sobre la vigiliancia, añadiéndole algo muy importante: la responsabilidad.

 

El hombre tiene que ser responsable de aquello que recibe, y lo primero que tiene que reconocer que ha recibido es la vida, porque nadie ha puesto una solicitud para recibirla. La vida es un don, un regalo. Por eso, la primera responsabilidad es la propia vida. Los demás podrán ayudar, iniciando con la familia: papá, mamá, abuelos; pero la responsabilidad de la vida es de cada persona.

 

Debemos atender, por lo tanto la vigilancia del corazón para que ahí se vayan guardando las cosas que van ayudando. Seguir haciendo el bien y obtener un buen tesoro. Administrar bien lo que se va recibiendo, y llegar a ser un buen administrador.

 

La parábola se refiere a un encargado de la hacienda, de la empresa, o del negocio que administra. Sin embargo, Jesús quiere manifestar que el principal negocio es la propia vida. Jesús está indicando atender este negocio, que es la propia vida, invitando a estar alerta y vigilante, atento y responsable sin descuidar lo que en ella se va recibiendo, y acrecentando el tesoro de la propia experiencia, guardándola en su corazón.

 

Que el Señor Jesús nos ayude para que, de esa manera, lleguemos a tener llenas esa bolsas que no se rompen y obtener ese tesoro en el corazón, que nadie nos podrá arrebatar. Que así sea.

 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla