HOMILíA A CONSAGRADAS DEL REGNUM CHRISTI

December 31, 1969


HOMILíA A CONSAGRADAS DEL REGNUM CHRISTI

 

Homilía a Consagradas del Regnum Christi

18-Agosto-2016

 

Reconocerán que yo soy el Señor, cuando por medio de ustedes les haga ver mi Santidad.

 

El día de hoy en este encuentro, es un gran regalo este hermoso texto del profeta Ezequiel porque es uno de los textos más hermosos, donde la profecía le da una grande  esperanza al pueblo de Israel y ahora a cada uno de ustedes.

 

El profeta dice: Yo mismo mostraré la santidad de mi nombre  y lo haré a través de ustedes. La primera cosa que se tiene que entender, la Santidad no es la perfección, porque en ocasiones se confunde perfección cristiana con Santidad. Primero está la Santidad y después la perfección. De lo contrario se transitará por el camino de los estoicos, del ascetismo por el ascetismo,  de la disciplina por la disciplina.

 

La Santidad es la vida divina que Dios nos comparte. Dios participa su santidad, comparte su vida en el mundo, fruto de éste compartir la Santidad es que el hombre puede alcanzar un desarrollo que lo lleve hacia la perfección, sobre todo por el camino de las virtudes heroicas, ya que sin la participación de la vida divina no sería posible.

 

El segundo paso surge al responder esta pregunta: ¿Cómo participa Dios la Santidad? El profeta dice: los rociaré con agua pura y quedarán purificados,  se entiende claramente desde una visión cristiana e iluminada por el Evangelio, que ese rociarnos con agua pura, es el bautismo, el profeta Ezequiel aún no lo sabía.

 

Al saberlo, el hombre se hace consciente que Dios participa la vida divina, que lo configura como hijo de Dios, lo hace miembro de su familia, participa de esa Santidad. Por esa razón todo bautizado se reconoce hermano, porque tiene al mismo Padre.

 

El profeta manifiesta después: les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. El corazón del hombre, su interior, las tendencias, la natural manera de responder a los acontecimientos, se distinguen normalmente por aceptar aquello que parece grato, agradable, conveniente y  rechazar todo aquello que no nos parece, en lo que no se está de acuerdo, esa es la manera natural de reaccionar del ser humano. Reaccionando de esa manera, el corazón se hace de piedra, entonces surge en el corazón del hombre sentimientos y comentarios: éste me cae mal porque no hace más que daño a los demás, éste otro es un mentiroso, no lo entiendo, no lo quiero, ésta otra persona sólo piensa en sus intereses.

 

La inteligencia humana ayuda a descubrir esas realidades, pero al ir descubriendo la realidad de los demás se endurece el corazón, se hace de piedra. Por esa razón se necesita que el Señor infunda su Espíritu y que nosotros aprendemos a dejarnos conducir por ese espíritu de Dios. Al dejarse conducir, Dios va dando  la gracia y el corazón se hace de carne.

 

El profeta quiere expresar la sensibilidad como camino de la comprensión para entender que la maldad no es la naturaleza del hombre porque es creatura de Dios, son caminos equivocados, conductas erróneas, consecuencia de la fragilidad humana. La vida es para educar, desarrollar, crecer, y mientras el hombre esté en esta vida no se puede descartar a nadie. El Papa Francisco está preocupado por la cultura del descarte. No se puede  dejar a nadie, porque tiene vida, y mientras tenga vida hay esperanza.

 

Dice el profeta Ezequiel: Les infundiré mi Espíritu y los haré vivir según mis preceptos y guardar y cumplir mis mandamientos. Si el hombre se deja conducir por el Espíritu de Dios, entonces vendrá la capacidad de guardar los mandamientos del Señor.

 

Algunas generaciones anteriores fueron formadas al revés: para el cumplimiento de los mandamientos. Desde pequeños se enfatizaba en aprender los mandamientos de la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia,  invitándolos a cumplirlos, de ahí el cumplimiento de asistir a misa los domingos, confesarse, comulgar.

 

El Papa Francisco, insiste en que el hombre está invitado a descubrir la misericordia del Señor, el amor que tiene al hombre, aprendiendo a descubrir sus regalos y principalmente el regalo de su Espíritu en cada corazón. Y gracias a ese Espíritu, si el hombre se deja guiar será demasiado fácil cumplir sus mandamientos, será la consecuencia de haber participado de la Santidad, de la vida divina y no al revés.

 

No por el cumplimiento de las obligaciones y de normas,  se alcanzará a Dios, sino al contrario, si se descubre el rostro misericordioso del Padre y el amor que tiene, se responde,  ése es el sentido de la parábola que escuchamos hoy en el Evangelio.

 

Nos parecería terrible tomar a la letra que el pobre hombre por no traer traje de fiesta lo hayan sacado del banquete. Lo que quiere manifestar el texto es la indispensable respuesta del hombre: si no hay respuesta del hombre, no se puede estar en ese banquete.

 

Dios muestra su misericordia, derrama su Espíritu, Dios ama. Sin embargo hay que recordar que el amor es de dos, es recíproco y sin reciprocidad, sin amor a Dios, a uno mismo y a los demás, no se tiene traje de fiesta para entrar en el banquete.

 

También descubrimos que no es condenado el que no cumplió los mandamientos cabalmente, sino aquel que no trae el traje de fiesta, la alegría que da responder al amor de Dios. Ése es el traje de fiesta. ¿Cómo se va a una fiesta? Felices, contentos,  alegres. La alegría viene del amor, de descubrir el inmenso amor que Dios tiene al hombre. No se puede desaprovechar la ocasión para poder recibir esta bendición en la que Dios ha regalado su Espíritu, ha participado de su vida divina y que está feliz porque los que se encuentran aquí ya han dado una respuesta inicial, muy importante, al consagrar su vida al seguimiento de Cristo, a ayudar y colaborar para que se  implante en este mundo el Reino de Dios.

 

Por ello, recordando el inmenso amor del Señor por nosotros hay que pedirle que el hombre lo descubra y responda para que sea el discípulo misionero que está necesitando el mundo de hoy. Que así sea.  

 

 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla