Homilía en la Parroquia de Santa Teresita
Toma de posesión del Vicario General Mons. Leodegario Gómez
30-Agosto-2016
Va y vende cuanto tiene y compra el campo
Este breve texto del Evangelio de hoy, transmite dos pequeñas parábolas, una sobre el tesoro en el campo y otra sobre la perla preciosa. Aparentemente tienen los mismos elementos y la misma línea de interpretación, se podría decir: ¿Para qué dijo Jesús dos parábolas, si bastaba con decir una? Pero si se pone atención en las diferencias, descubriremos su complementariedad y una gran riqueza.
En la primera parábola, se habla que el reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. No dice qué tesoro, aunque se puede pensar en monedas de oro, pero no habla de ello necesariamente, puede ser un campo que sea propicio para la agricultura y que producirá una gran riqueza porque está al lado de un rio, lo cual sería otro tipo de tesoro, que no se acaba. Sin embargo al pensar en monedas de oro enterradas, esas se terminan. Ésta es una primera diferencia.
La reacción del que encuentra es clara, porque lo vuelve a esconder y lleno de alegría va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. Se encuentra otra diferencia, porque lo vuelve a esconder. ¿Qué vuelve a esconder, el tesoro o el campo? ¿Se puede esconder un campo? No. Entonces si el tesoro está escondido, quiere decir que él descubrió donde está la riqueza de ese campo. El descubrimiento acerca de cuál es la riqueza de ese campo, queda en incógnita.
Se encuentra otra diferencia, la primera parábola no menciona el oficio del que encuentra el tesoro, simplemente se menciona: el que lo encuentra, es decir ahí está el campo, el tesoro. Hay entonces alguien que lo descubre y se sorprende de ese hallazgo.
En cambio la segunda parábola indica el oficio: El reino de los cielos se parece también a un comerciante. Teniendo esta forma de vivir, dice el texto: al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
Las comparaciones las utiliza Jesús para la explicación del Reino de los cielos. No se puede quedar por tanto, en lo que materialmente habla cada una de ellas. Sino en lo que quiere explicar Jesús acerca del Reino de los Cielos. ¿Cuál es ese campo? ¿Cuál es ese tesoro? ¿Cuál es la perla valiosa?
Si se identifican las dos parábolas se puede perder de vista las diferencias. La relación entre las parábolas sobre el Reino de los Cielos hay que tenerla muy en cuenta para la interpretación de ellas. Jesús en la parábola del sembrador había explicado que nosotros somos la tierra en donde Dios siembra su semilla y según cada tipo de tierra (de persona o comunidad) será la cosecha de cien, sesenta, o treinta por ciento.
El campo se refiere a las personas como miembros de la Iglesia, o como comunidad de discípulos que por ser hijos de Dios encierran un tesoro. Así pasa en un hogar, ¿cuál es el tesoro, la casa misma, la cuenta bancaria, los muebles? Quienes son papás o abuelos pueden responder claramente que el verdadero tesoro son los hijos.
En el Reino de los Cielos, el principal tesoro es el hombre. El hombre es el tesoro que Dios ha creado, para gloria suya y relación de Dios para con su creatura. Este tesoro está en el campo del mundo, la sociedad, el pueblo de Dios.
Se habla de un comerciante en perlas finas. ¿Quién es el creador de toda la humanidad y quien genera el tesoro de la vida? Sin duda es Dios. El comerciante que envió Dios para un intercambio con el hombre es Jesucristo. Dios entrega a su Hijo para que cada hombre sea hijo. Éste es el intercambio de Dios, comparte su naturaleza divina con el hombre que es criatura de naturaleza humana.
Cada hombre por esta filiación está llamado a vivir la divinidad, el amor. Por tal razón, hay que salir y vender todo lo que se tenga, para tener esa perla preciosa, para que el tesoro sea un tesoro que fructifique, que se muestre como tal. Se necesita subordinar todo lo que se tiene a la luz de esta perla valiosa, para que salga a relucir el tesoro de cada persona, que es el mismo Cristo que habita en cada hombre.
La primera lectura presenta a San Pablo que narra esta experiencia a la comunidad de Corinto. Estoy celoso de ustedes con celos de Dios. El celo no es malo, cuando el celo es amor. El celo del que habla San Pablo es el celo de Dios. Ese celo que se tiene por lo que se ama. Es poner todas las fuerzas humanas al servicio de quien se ama.
Ése es el celo divino que tiene Pablo por su comunidad. Les dice: ya que los he desposado con un solo marido y los he entregado a Cristo como si fueran ustedes una virgen pura.
Cristo es la perla preciosa, que se encuentra al servicio del tesoro que está en el campo, es decir la comunidad. Pablo ha trabajado este campo, para purificar a los miembros de su pueblo, para hacerlos como una virgen pura que se despose con el mejor marido que es Cristo.
Monseñor Leodegario, aquí te entrego tu campo, aquí está tu tesoro, esta comunidad parroquial, y tú tienes la perla valiosa Jesucristo. Es una encomienda formidable traer a Cristo, la perla valiosa a través de los sacramentos, del acompañamiento en la acción pastoral de la Iglesia.
Vayan preparándose para hacer este desposorio entre Dios y el hombre, esta alianza entre Dios y su pueblo, y eso es lo que celebramos en la Eucaristía. Para que sea constante la actitud de renovación, purificación y reconciliación, para ser esos hijos de Dios que ha proyectado que sea cada uno de ustedes.
Agradezco a Monseñor Alejandro Cruz por este trabajo de seis años en esta comunidad parroquial, y pedimos a Dios por él que servirá en otra parroquia sirviendo al mismo pueblo de Dios.
Monseñor Leodegario, Padre Arturo Heredia les encomiendo esta comunidad que ya tiene una bella historia, un camino que hay que seguir fortaleciendo. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla