Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
4-Septiembre-2016
¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios?
Con esta pregunta la primera lectura inicia una reflexión sobre la sabiduría y el indispensable discernimiento para todo discípulo de Cristo.
El Señor da la sabiduría enviando su Santo Espíritu, esa sabiduría es la que procede de Dios y es la que ayuda al hombre a descubrir sus caminos y conocer lo que le agrada. Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el inicio.
La sabiduría es una reflexión sobre la vida, no es una doctrina previa a la vida. Es el resultado de la experiencia en las distintas circunstancias en las que el ser humano le toca vivir. Por eso no se tiene que confundir la sabiduría con la ciencia. No hay que confundir la sabiduría que es el arte de vivir, con la ciencia que es el mucho aprender de la inteligencia en los mecanismos y las maneras como funciona la naturaleza.
La sabiduría directamente es promovida por el Espíritu de Dios en los hombres. La sabiduría está al alcance de todos, no es necesario ir a la escuela, a la universidad para ser sabio. En cambio es indispensable para adquirir la Ciencia asistir a la escuela o a la universidad y llegar a ser profesionista en alguna especialidad sobre el conocimiento de la naturaleza humana o de la naturaleza creada.
La sabiduría está al alcance de todo ser humano, porque es un regalo de Dios para el que se deja conducir por su Espíritu. ¿Cómo se puede recibir ese aprendizaje? Ya que es un regalo que necesita ser descubierto su dinamismo, por eso es necesario aprender el discernimiento.
Jesús en el Evangelio de hoy expresa a sus discípulos: aquel que quiera seguirme, y ser mi discípulo, tendrá que preferirme a mí sobre su propio padre, madre, o sobre cualquier otro afecto o sentimiento, o sobre cualquier otra cosa de su propio agrado. Aquel que quiera seguirme tiene que ponerme en primer lugar.
Jesús indica un criterio de discernimiento: Jerarquizar las cosas y las personas. Subordinarlas de acuerdo a la sabiduría que se posee. Jesús pone estos dos ejemplos: Uno sobre la estrategia de financiamiento de la construcción de un edificio y otro, sobre la estrategia militar para ganar una batalla.
Estos dos ejemplos Jesús los usa para clarificar su enseñanza: el discernimiento radica en clarificar dónde está el bien y dónde el mal, qué es benéfico y qué es perjudicial. En qué puedo ceder y en qué no debo ceder.
Al vivir ese discernimiento se debe aplicar, no solamente en el aspecto individual, sino también en el aspecto comunitario. A esta capacidad de discernir comunitariamente, el Papa Francisco la llama discernimiento pastoral. Discernir qué beneficia a la comunidad y qué perjudica a la comunidad.
Para poder entrar en esta capacitación se necesita el espíritu de Dios. De ahí la importancia de la oración. La relación directa con Dios a la que todos, por ser bautizados, tenemos acceso, como el hijo tiene acceso con el padre. Cada bautizado tiene esa relación de hijo con su Padre, que es Dios. La oración es poner las circunstancias sobre las que se quiere discernir para distinguir el bien del mal. O para distinguir entre dos bienes, cuál es mejor o más conveniente.
La segunda lectura muestra claramente ese tipo de discernimiento en vista de discernir lo mejor. Pablo, hace un discernimiento para clarificar lo que debe pedir a Filemón en favor de Onésimo.
Onésimo es un esclavo de Filemón que huyó de la casa de su amo. Por tanto, según las leyes de la época, merecía la muerte por ser un esclavo que abandonó a su dueño. Onésimo se encontró con Pablo, quien le dio a conocer a Cristo y Onésimo se convirtió en cristiano; a partir de entonces Onésimo, con gran amor y afecto, atendió y sirvió a Pablo, que estaba en la cárcel a causa del evangelio.
Pablo descubre una conversión sincera y comprueba el cambio de vida de Onésimo. Por esa razón le escribe esta carta a Filemón. Pablo discierne que tiene que actuar y hablar con Filemón como lo dice en la lectura: quiero pedirte algo en favor de Onésimo, mi hijo a quien he engendrado para Cristo aquí en la cárcel. Te lo envío. Recíbelo como a mí mismo. Yo hubiera querido tenerlo conmigo, para que en tu lugar me atendiera, mientras que estoy preso por causa del Evangelio. Pero no he querido hacer nada sin tu consentimiento.
Pablo reconoce que Onésimo le pertenece a Filemón, es su esclavo legalmente. Por eso Pablo le dice: para que el favor que me haces no sea como por obligación, sino por tu propia voluntad. Así pues te envío a Onésimo ya no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como hermano amadísimo.
Así se ejerce la sabiduría, discerniendo las circunstancias y llegándolas a transformar a tal punto que de una relación de dueño a esclavo, se convierte en una relación de hermanos, de quienes se aprecian y se sirven en la libertad. Pablo buscó el bien no para sí mismo, sino para Onésimo y para Filemón.
Hay que pedirle al Señor Jesús, que mediante este ejercicio del discernimiento, lleguemos a ser discípulos de Cristo, con la capacidad y la habilidad de descubrir el bien para cada persona y para cada comunidad.
Hay que suplicar la ayuda del Espíritu Santo, que nos ha sido derramado en la Confirmación, y que desde ese momento está en nuestro interior.
Esta relación con el Espíritu Santo hay que ponerla en práctica, porque muchos cristianos la dejan de lado, hasta que sucede una tragedia o un drama, y entonces buscan a Dios. No hay que esperar a que eso suceda, aprovechemos ya desde cada circunstancia actual, confiando en la presencia del Señor Jesús, quien está pendiente de cada persona, sólo quiere que lo busquemos en plena libertad, por propia convicción.
Que el mismo Dios nos conceda esa gracia. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla