HOMILíA DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Homilía Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

25-Septiembre-2016

 

Padre Abraham, ten piedad de mí.

Es un grito de súplica, invocando misericordia: Padre Abraham, ten piedad de mí. Esta parábola que cuenta hoy Jesús de este rico que banqueteaba, vestía y se deleitaba con todos los placeres que se ofrece al hombre que tiene mucho dinero, y de este pobre mendigo que estaba  siempre a la puerta te de su casa, del cual se menciona su nombre: Lázaro. Esta parábola tiene una profundidad de enseñanza que retomaré en tres puntos.

 

El primero es sobre cómo la riqueza seduce, atrae, aprisiona y ciega. El dinero es indispensable en la vida, pero hay que estar siempre alerta a la seducción que causa su poder. En otros pasajes de la Escritura Jesús lo advierte con firmeza.

 

Cuando se va descubriendo que el dinero da todo lo que se quiere, y cuando aumenta la riqueza, el ser humano tiene la experiencia que todo lo puede alcanzar, todo lo que siente que es su atractivo, su placer, su razón de ser.

 

Así el rico queda prisionero, queda ciego, sólo ve lo que le atrae para comprarlo y hacerlo suyo, ya no mira más, y se centra en sí mismo, en un egoísmo insuperable: queda atrapado.

 

Éste es el primer punto, la advertencia que presenta esta parábola: estar siempre muy atentos para que el mirar del hombre sea sensible al prójimo, a los demás, que no se centre el hombre en sí mismo. Si se tiene dinero o grandes riquezas, que no sea para favorecer el propio egoísmo, sino para compartirlo con los demás, con los más necesitados.

 

En el segundo punto vemos cómo esta vida terrena, tiene consecuencias para la otra vida. Es decir, dependiendo como se viva aquí, se podrá o no alcanzar en la eternidad participar de la vida de Dios.

 

De hecho ya en esta vida participamos de la vida de Dios. Así en esta Eucaristía hemos escuchado la Palabra de Dios en el Evangelio, conocemos la vida divina, sus criterios. Los que se acerquen a comulgar  participarán de la presencia eucarística de Jesucristo, de la santidad divina. Quienes no lo hagan, espiritualmente participarán de la vida divina al estar aquí orando.

 

Esta vida es un entrenamiento para la otra, y depende de este entrenamiento nuestro destino. Eso reporta esta hermosa parábola. Cuando el rico se encuentra en el lugar  de los tormentos y lanza este grito: Padre Abraham, ten piedad de mí. Ya no es el tiempo de la misericordia.

Es esta vida el tiempo de la misericordia. Dios está dispuesto a ayudar siempre al hombre, mientras se tenga vida. Para eso es esta vida, para descubrir la misericordia de Dios.

Llegará un tiempo en el que viene el juicio, la sentencia, entonces no habrá misericordia para quien no la ha vivido en esta vida. En cambio para quien vive la misericordia en esta vida habrá plenitud de la misericordia.

Tercer punto de la reflexión, ¿con qué recurso se puede garantizar que vamos por buen camino? ¿Cómo saber que se está aprovechando esta vida para trascender y alcanzar la plenitud de la participación de la santidad divina?

Dice claramente el texto, no es en base a apariciones, porque ni aunque resucite un muerto creerán. En cambio, creerán escuchando la Palabra de Dios. En el pasaje del Evangelio, Abraham contestó al rico: tienen a Moisés y a los profetas que los escuchen.

Hoy, la primera lectura del profeta Amós, habla en la misma línea, cuando advierte a los ricos de Samaría que iban a acabar muy mal, como de hecho pasó, por haberse deleitado con las riquezas para su propio beneficio.

Escuchen a los profetas que es la voz de Dios, escuchen los textos sagrados, ése es el camino que llevará  a la plenitud de la vida, a la participación del cielo.

 

Por eso, cada vez que venimos a misa escuchamos la Palabra de Dios, con la finalidad de hacerla criterio de vida en las actividades de todos los días.

 

Eso es lo que le pide San Pablo a Timoteo en la segunda lectura: Tú como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos… te ordeno que cumplas fiel e irreprochablemente todo lo mandado.

 

Recuerda todo lo que escuches de la palabra de Dios, házlo vida, y ganarás el combate de la fe que conquista la vida eterna. Porque escuchar la Palabra de Dios es recibir vida y vida en abundancia. Que así sea.

 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla