Homilía Nombramiento del Vicario Episcopal de la Zona II
08-Octubre-2016
La Palabra de Dios no está encadenada.
Al transmitir la experiencia de vida apostólica el Apóstol Pablo a Timoteo, discípulo y sucesor, Pablo hace una afirmación: acuérdate que Jesucristo resucitó de la muerte. Acuérdate que nos pueden encadenar como yo estoy encadenado, pero la Palabra de Dios no está encadenada.
Ésta afirmación es fundamental. Que la Palabra de Dios no está encadenada, significa que está en salida, que entra y sale, y ejerce su misión de ser proclamada y escuchada. No es una simple palabra, como refiere el Apóstol Pablo, no son como todas estas palabras que se transmiten en las conversaciones. Pablo se refiere a la Palabra encarnada, al Hijo de Dios, a Jesucristo, a la Palabra del Padre.
Esta Palabra como lo expresa la Carta a los Hebreos, entra como espada de doble filo y penetra hasta lo más profundo del alma. Es decir, transforma el corazón de la persona que escucha la Palabra, descubre la verdad porque ilumina su vida, porque así camina de la mano de Dios. Esto es lo que ofrece la Palabra de Dios.
El Apóstol afirma: no está encadenada. Es decir, nadie puede impedir que la Palabra de Dios llegue a cada corazón humano. Aunque puedan encadenar a los ministros, encarcelar o matar, los discípulos de Cristo son mediadores con el testimonio de la eficacia de esta Palabra, y del sentido que da a la vida el escucharla y aplicarla en la vida.
Es importante el testimonio, pero es más importante recordar que la Palabra de Dios permanece para siempre, no es flor de un día, dice el profeta Isaías. Es palabra de vida. En la sinagoga de Cafarnaúm, al explicar Jesús que Él era el Pan de la vida la mayoría de sus seguidores lo abandonaron, sólo quedaron los doce que eligió como discípulos. Jesús les preguntó, ¿también Ustedes me quieren dejar? ¿También ustedes me van a abandonar? Pedro le respondió: Señor a quién iremos, sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
De ahí la importancia que demos a conocer y ofrezcamos a los cristianos el conocimiento de esta Palabra. La principal manera de hacerlo es ofreciendo los Evangelios para la lectura y meditación del discípulo de Cristo en comunidad. Esto es lo que estamos haciendo en la Arquidiócesis.
No basta ser católico por herencia y tradición, por cultura, eso es insuficiente en estos tiempos de confusión, de ambigüedad y de transformación de la sociedad. La Iglesia ha sobrevivido gracias a la Palabra de Dios en las distintas épocas, que han tenido las características de hoy.
Leer los Evangelios, practicar la Lectio Divina en pequeñas comunidades, es hacer camino de vida, y ésta, es la tarea que promovemos a partir de la Gran Misión Católica en la Arquidiócesis. Por eso invitamos a los católicos a integrarse en las pequeñas comunidades parroquiales, que vayan leyendo a lo largo de un año un Evangelio hasta completarlos en cuatro años.
Ésta es la manera como la Palabra de Dios entrará en cada corazón, y al escucharla en su interior, la compartirán con los demás con gran provecho. Así entra el Espíritu Santo, como dice la Carta a los Hebreos: como una espada de doble filo que toca hasta lo más íntimo.
En la primera lectura escuchamos que Naamán, un extranjero Sirio, quería darle regalos al profeta Eliseo porque lo había curado de la lepra, pero el profeta le dice: de ninguna manera, no recibiré nada a cambio. Así el profeta Eliseo muestra que Dios no cobra por su Palabra y su acción, es gratuita, es regalo, es don suyo. No pide nada, y lo da todo. La Palabra de Dios es gratuita, no pide nada a cambio. Escuchar la Palabra de Dios y aplicarla en la vida conduce a la plenitud de la vida terrestre, dándole significado.
La relación del hombre con Dios muchas veces se ha establecido como un intercambio. Te doy para que me des, se reza una novena para ser ayudados en un peligro, se hace una peregrinación para obtener el regreso de un hijo perdido. Se ha acostumbrado el hombre a esta religiosidad natural, y se ha descuidado la principal manera de relacionarse con Dios: a través de su Palabra.
De ahí que la Iglesia en este tiempo, de confusión, de ambigüedad, de cambio, necesita volver a la raíz. El Papa Benedicto XVI afirmó hace diez años en Aparecida, si no se le da al Pueblo de Dios la Palabra, si no se le ofrece el conocimiento de Cristo, ¿cómo podrá darlo a conocer? En esos difíciles tiempos, ¿cómo va a poder cumplir la Iglesia su misión? La Palabra de Dios es la roca sobre la que se tiene que construir la casa, la Iglesia.
Por ello, anunciar el Evangelio es más importante que todas las devociones particulares, que las mismas fiestas patronales, que tanto empeño se pone en organizar y celebrarlas. Si se quiere sanar esas lepras que se cargan en la vida, en la sociedad, se necesita acudir a la Palabra.
De diez leprosos que escucharon a Jesús: vayan a los sacerdotes, sólo uno regresó. Jesús no los curó directamente, no los tocó, les dijo que fueran donde los sacerdotes, porque había ritos establecidos para la curación de la lepra en el templo de Jerusalén.
Nueve de los diez leprosos, quizá pensaron que habían sido curados en el camino, porque cumplían con ir donde los sacerdotes. Sólo uno tuvo la sensibilidad, tuvo la agudeza de descubrir que, quien lo había sanado era la Palabra Encarnada: Jesucristo.
¿Hemos descubierto a este Señor de la Historia? ¿Es Él en quien ponemos toda la confianza? San Pablo afirma: si morimos con Él, viviremos con Él. Si el mismo hombre se mantiene firme, reinará con Dios. Si niega a Dios, Él también lo negará. Si el hombre le es infiel, Dios en cambio permanece fiel, porque no se puede contradecir.
Por eso cuando caemos en la infidelidad, dice el Apóstol: no tengan miedo porque Dios es fiel. En ocasiones el hombre tiene miedo de acercarse a Cristo, pensando que exigirá mucho, quizá ha oído que el Señor Jesús es muy exigente.
Por eso el Papa Francisco ha querido que este año, una y otra vez, proclamemos que Cristo es el Rostro misericordioso del Padre. Y Jesús es la misericordia andando, que toca el corazón de la persona.
Recordemos pues: la Palabra de Dios no está encadenada, nadie va a quitarle su fuerza, nadie puede detener su eficacia. Nadie porque no está encadenada, porque está para ser recibida, por quien la quiera recibir.
Esta es la misión de la Iglesia, esta es la misión que le encomiendo al Padre Alfredo Jacinto, en esta Parroquia, en esta Vicaría Episcopal. Una hermosa tarea, ser mensajero de buenas noticias. Ése es el ministerio tan agradable de los sacerdotes que comparten con los fieles laicos. Ayudar a descubrir la Palabra de Dios.
El Señor bendiga al Padre Alfredo Jacinto, con la ayuda de los Párrocos solidarios en esta Unidad Pastoral; con la ayuda de los Padre de la Zona II para llevar a cabo el proceso misionero y entregar la Palabra de Dios a todos los fieles. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla