HOMILíA DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Homilía Domingo XXX del Tiempo Ordinario

23-Octubre-2016

 

Queremos ir contigo, pues hemos oído decir que Dios está con Ustedes

Hoy la Iglesia invita a celebrar en este domingo, el día mundial por las misiones. Nos presenta un texto del Profeta Zacarías, con el cual muestra que la misión de la Iglesia, para anunciar a Jesucristo, para darlo a conocer y proponer cómo ser su discípulo, no es una acción de proselitismo, no es por una intención de querer ser una gran comunidad y tener muchos adeptos, no se está en competencia  con alguna otra manera de vivir la religiosidad.

La convicción de la Iglesia es, que quien conoce a Jesucristo, no solamente puede saciar su instinto natural de relación con el Ser Divino que se piensa  ha sido el Creador; sino también y sobre todo, recibir la acción redentora de Cristo, para transformarse en esa nueva creatura, que tantas veces es necesario rehacer, reconstruir, y así, animar a otros a que aprovechen este enorme beneficio.

Dada la fragilidad humana es indispensable la obra redentora de Jesucristo, que no significa simplemente alcanzar un boleto para llegar al cielo, sino prepararse en esta vida en la relación íntima con quien ama al hombre profundamente, con Dios su Creador y Redentor.

Redimir a la humanidad es la razón por la que Cristo se encarnó. La redención es la razón por la que Cristo fundó a su Iglesia. Y cada cristiano debe impulsar la necesidad de anunciar a Cristo en el mundo de hoy, tan deteriorado, con tanta fragilidad, con tanto pecado.

Hoy dice el texto del profeta Zacarías, que la forma de anunciar a Jesús, es con un testimonio veraz donde los demás vean que Dios  está presente en cada persona, y puedan decir: Queremos ir contigo, pues hemos oído decir que Dios está con Ustedes.

Por tanto, no se trata de anunciar como un producto de mercadotecnia, sino anunciar a Cristo a través de la propia vida. Anunciarlo precisamente en base a la experiencia, que se ha tenido de Dios. La experiencia que surge de relacionarse con Él.

Por esa razón son interesantes las otras dos lecturas escuchadas en este día. La lectura del Evangelio, presenta a dos hombres que subieron a orar al templo. Un fariseo, instruido en las cosas de Dios, decía en su interior, en su oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombre: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias. Ésta es la parábola que propone Jesús, de estos dos hombres.

El segundo es un hombre publicano, que estaba consciente de su pecado, se consideraba indigno de presentarse en el templo, y por eso dice el texto: se quedó lejos, a la entrada del templo y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía es golpearse el pecho diciendo, Dios mío, apiádate de mí que soy un pecador.

Jesús, después de presentar estas dos situaciones, dice: yo les aseguro que éste, el publicano, bajó a su casa justificado, y aquel, el fariseo, no. Dando una razón explícita: el que se enaltezca será humillado y el que se humilla será enaltecido.

¿Cuál era la debilidad en la oración del fariseo? Éste consideraba que el haber cumplido con los mandamientos era por mérito propio, y descuidó descubrir y reconocer que era fruto de la gracia que proviene de Dios. La consecuencia: su soberbia lo llevaba a despreciar a los demás que no cumplían con lo mandado.

De ahí la importancia de recoger este punto del Evangelio: Dios da la gracia para poder vivir en consonancia con el modelo que es Cristo. Esa gracia es lo que se tiene que pedir en la oración, sobre todo para descubrir lo que Dios quiere y espera de cada persona.

Se tiene que pasar de la oración infantil: oraciones, rezos, y devociones, que está bien para iniciarse en la relación con Dios como una primera etapa; pero hay que desarrollar la oración que es diálogo con Dios a través de Jesucristo, y discernimiento de la voluntad del Padre.

Un diálogo cuya finalidad es encontrar la voluntad de Dios para mi persona. Una vez descubierta su voluntad, pedirle la gracia, para cumplir esa voluntad. Éste es el punto central de la oración, que permitirá descubrir cómo Dios fortalece mi interior ante cualquier adversidad, conflicto, drama, sufrimiento o angustia.

Así iniciamos una experiencia de Dios, en ese proceso se toma conciencia de la presencia de Dios. El hombre va percibiendo una paz interior, una manera de vivir, en la que a todo se le encuentra sentido, y todo se convierte en oportunidad para hacer el bien.

Ésta es la experiencia de Dios que debe generarse en cada persona. Y cuando el hombre falla, hay que reiniciar como el publicano del Evangelio, con el reconocimiento de las propias culpas y de los propios pecados. Recordando siempre que Dios está para redimir al hombre, rehacerlo cada vez que se necesite. Para acompañar al hombre, darle la mano  y fortalecerlo.

Dios nunca abandonará al hombre, y cuando más solo y abandonado se sienta el hombre, más sentirá su presencia amorosa, cercana en cada momento.

Ésta es la experiencia del Apóstol Pablo en la segunda lectura: la primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos.

Esto es lo que nos prepara para cuando lleguemos a ser adultos mayores, ancianos, o cuando vislumbremos que llega el final de nuestra vida. Escuchemos al Apóstol Pablo: Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora solo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.

De esta manera, nosotros que ya hemos avanzado en la vida daremos un gran testimonio a las nuevas generaciones. Porque si vivimos esta experiencia de oración, esa experiencia personal de descubrir la mano de Dios en nuestra vida, podremos transmitir una experiencia de vida como lo afirma el Profeta Zacarías:  Queremos ir contigo abuelo, abuela, pues hemos oído decir y sabemos que Dios está contigo. Que así sea.

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla