HOMILíA DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILíA DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Homilía Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

06-Noviembre-2016

 

Tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo, nos resucitará a una vida eterna.

 

En estos últimos domingos del año litúrgico, la liturgia presenta textos que nos recuerdan el destino del hombre, que muestran ese horizonte final, y ayudan a contemplar para qué ha llamado Dios a cada persona. Para que no se pierda el rumbo y siempre se fortalezca la esperanza, no obstante las circunstancias en las que se pueda vivir.

 

Hoy, en estos textos tanto en la primera lectura, como en el Evangelio, se encuentran elementos para recordar que la vida terrena es la primera fase de la vida humana; es decir, que el hombre es peregrino, y se va preparando para el encuentro definitivo con Dios.

 

La razón de esta vida terrestre, no termina con la muerte, sino que al contrario, con la muerte se afianza y se llega al destino final. De ahí la relación indispensable entre lo que se vive y lo que se va a vivir, y que tiene una importancia fundamental.

 

Eso es lo que afirma la primera lectura con el testimonio de los jóvenes judíos, siete hermanos que tienen toda la confianza en la resurrección. Si cada persona cree y acepta esta revelación de Dios, en la que manifiesta, que con la muerte no termina la vida, sino que se resucitará, entonces se tendrá esa capacidad de afrontar las adversidades, tribulaciones, enfermedades, todo tipo de situación, por más trágica o dramática que sea.

 

La mirada del hombre ante las adversidades tiene que estar más allá y no se puede quedar en el momento presente en que se viven, es necesario recordar el horizonte de la resurrección de los muertos.

 

En el Evangelio Jesús responde a los Saduceos, que no creían en la resurrección y que solamente pensaban que Dios daba la vida y se terminaba con la muerte. Por tanto, la relación con Dios era para que a cada persona le fuera bien en esta vida, para tener riquezas, propiedades.

 

En realidad los Saduceos eran la clase más rica y poderosa en la época de Jesús. Esto indica los elementos, que pueden nublar la vista y la convicción de la vida futura: el dinero, las riquezas, y el poder. Todo aquello que pareciera satisfacer al hombre en sus necesidades, más allá de las básicas, y llegar a extralimitarse en la percepción de poder resolver todo tipo de situaciones con su poder económico, político o social, con cualquier tipo de poder en la  tierra. Porque les hace concentrarse en el hoy, sin pensar en el mañana.

 

Ésta es la advertencia inicial del Evangelio de hoy, cuando  los Saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, le ponen  a Jesús un problema ridículo, ¿cómo va a ser la vida de siete hermanos que sucesivamente se casaron con la misma mujer sin tener descendencia, qué pasará con ellos en la vida futura? Jesús les  responde a fondo: la vida futura, no tiene los condicionantes de la vida terrena.

 

Mientras que aquí la sexualidad y otras categorías de la materia y del cuerpo tienen  sentido, en la dimensión de la vida eterna pasarán a una dimensión espiritual como la de los ángeles. Es decir, así como nuestro cuerpo mortal se transformará, también las condiciones de la vida eterna se transformarán para poder entrar en plena relación e intimidad con la vida divina, con la vida de Dios.

 

Cada persona que está en el mundo es un reflejo, una imagen de Dios, especialmente al ejercer la libertad y desarrollar la capacidad de amar. Estos son los elementos que son primicia de la vida que se tendrá en el más allá.

 

De ahí la importancia de centrar la vida en la generosidad, en el compartir, en la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados; ya que éste es el ejercicio que permitirá aprender a amar. El amor es la naturaleza de Dios, por eso el hombre debe prepararse para la vida eterna, ejerciendo el amor.

 

Jesús también afirma que para Dios todos están vivos. Siempre se plantea la pregunta, ¿aquellos que hicieron tanto daño, que pasará con ellos? La Iglesia  tradicionalmente ha contemplado tres fases, en el desarrollo de un ser humano para que alcance la vida eterna.

 

La primera fase es esta vida, la vida terrena. Se le da el nombre de Iglesia peregrinante, la iglesia que camina a su destino. La segunda fase es la etapa intermedia, purificatoria, se le llama Iglesia purgante; es decir, aquellos que no desarrollaron el amor, que no aprendieron a entregarse generosamente en el amor, tendrán una etapa de purificación, para obtener ese aprendizaje indispensable y poder compartir la vida eterna con Dios. La fase final, la definitiva, es la vida eterna. La llamada Iglesia triunfante, la que llega al destino final.

 

Esta consideración ayuda a entender los consejos que da San Pablo y que recomienda a la comunidad de Tesalónica en la segunda lectura. Sean unos con otros amables, dénse un consuelo fraterno, conforten sus corazones, dispónganse a toda clase de obras buenas y de buenas palabras, y oren por nosotros, para que Dios nos libre  de la maldad. Dios es fiel  y les da la fortaleza a ustedes.

 

Ese estilo de vida que propone Pablo a sus comunidades, que propone a nosotros, es posible vivirla, cuando se tiene la convicción de la resurrección; de ahí que en una ocasión San Pablo habla acerca de lo indispensable que es creer en la resurrección: si no se cree en la resurrección, vana es nuestra fe, no tiene sentido creer en Dios si no se cree en la resurrección.

 

La razón para portarse bien en esta vida, es fundamentalmente para ganarnos la vida eterna. De ahí que el Pueblo de Dios se congregue en torno al altar de la Eucaristía, que busque la Palabra de Dios, que se encuentre con Jesucristo y que reciba por el Espíritu Santo la fortaleza para ser discípulos de Cristo.

 

Que el Señor Jesús nos ayude, en estos últimos domingos del año litúrgico, a contemplar nuevamente la relación entre la vida eterna y la vida terrena, la conexión íntima que hay entre una y otra etapa de la vida del hombre. Que así sea.

 

 

  

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla