"Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido"
Lo que están admirando será destruido. Ante esta advertencia de Jesús debemos plantearnos qué es lo que estamos mirando, qué es lo que nos atrae con tanta fuerza, donde está clavada nuestra mirada, o con otras palabras de Jesús, ¿dónde está nuestra riqueza? Porque donde está nuestra riqueza, ahí está nuestro corazón.
Descubramos y tomemos conciencia de nuestra mirada, en qué se entretiene y se deleita, ¿en una belleza transitoria y pasajera que será destruida?
Jesús hace la advertencia, pero quienes lo escuchan se fueron a la curiosidad del cuándo va a ocurrir esta destrucción. Se quedaron en la superficialidad, mostrando con ello su incapacidad de ir a lo profundo, a lo verdaderamente valioso, a lo que no será destruido, a lo trascendente y eterno. Y así serán muy propensos a ser engañados, por eso les responde: cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: “Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado”.
Cuando no aprendemos a mirar en profundidad seremos incapaces de descubrir los verdaderos valores. Seremos dominados por el pánico y el temor de los acontecimientos: guerras, revoluciones, terremotos, epidemias y hambres. Quedaremos a merced de los embaucadores y falsos mesías.
Jesús con toda claridad dice que esas tragedias tienen que suceder, las tenemos que vivir, pero no son el fin. Nuestra meta es distinta y en medio de las turbulencias y desastres no debemos perder el rumbo para el que fuimos creados. Por tanto, sean cuales sean las circunstancias históricas que nos toquen vivir, nuestra tarea es anunciar la buena nueva: el Reino de Dios ya está en medio de nosotros, y debemos proclamarlo y transmitirlo, mediante la vivencia de los valores, dando testimonio de ellos con nuestra vida y ministerio.
Por ello, la importancia de descubrir con una mirada sutil y profunda el interior del hombre, tanto de nosotros mismos como el de los demás. Debemos aprender como nos indica el Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes que: Las gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobretodo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.
Y más adelante, en el número 4, la misma Constitución señala que para cumplir esta misión , es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que… pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas.
Por esto necesitamos adquirir y desarrollar la capacidad de mirar y contemplar la realidad en profundidad. No quedarnos en la superficie de los sucesos, en la información de los mismos; sino interpretarlos y descubrir, lo que a través de ellos, Dios quiere decirnos. Debemos pues aprender a ser interpelados por lo que acontece y responder, mostrando el rostro misericordioso de Dios, nuestro Padre, como nos ha insistido el Papa Francisco a lo largo de este año jubilar de la Misericordia.
Al estar aquí hoy, en esta bella Basílica de San Andrés Apóstol, en la que nos hemos reunido para dar gracias a Dios de la elección que el Papa Francisco me ha hecho para colaborar en la misión de la Iglesia, como miembro del Colegio Cardenalicio, los invito a orar para que tomemos conciencia de nuestra noble y hermosa vocación como discípulos de Cristo, y que aprendamos a mirar en profundidad la realidad, como Iglesia, especialmente la realidad compleja y desafiante de nuestro país, de nuestro querido México, de nuestras queridas Diócesis de donde provienen la mayoría de Ustedes, que hoy me acompañan: Tepic, Texcoco, Teotihuacán, Tlalnepantla y demás Diócesis que integramos la Provincia Eclesiástica de Tlalnepantla, para que tanto Ustedes como yo y los Obispos y Sacerdotes aquí presentes cumplamos nuestra misión, dando testimonio del amor misericordioso de Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, con la ayuda del Espíritu Santo y bajo el manto materno de María de Guadalupe. Que así sea.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla