Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe
12-Diciembre-2016
Ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero
Con estas palabras el Apóstol San Pablo, explica el cambio de condición en la relación con Dios. El hombre fue creado por Dios, y creó esta casa para la humanidad, que es la tierra, y determinó las leyes de la naturaleza, las leyes de la fisiología humana, para que nosotros naciéramos.
Pero Dios en la plenitud de los tiempos, dice San Pablo, en el término de toda su obra creadora, ha dado un nivel, una condición al género humano, que ninguno merece y no la imagina, ser hijos como el Hijo de Dios.
Nuestra naturaleza humana es frágil, con potencialidades y habilidades, pero siempre limitada. Sin embargo, Dios mismo nos participa de su naturaleza divina, y nos da elementos de esa condición de hijos, nos hace herederos. La herencia es ser hijo, llegar a esa plenitud de hijo, a esa condición como la del único Hijo de Dios, que es Jesús.
Para ello, dice San Pablo: Dios envió a cada uno de nosotros el Espíritu de su Hijo. Lo envió a cada persona. Precisamente con la acción del Espíritu Santo se forma en el seno de María, el Hijo de Dios encarnado. Es decir no solamente eleva la condición humana: de ser creaturas a ser hijos; sino el propio Hijo de Dios asume la condición de la naturaleza humana.
De esa forma se vuelve Jesús accesible a nosotros, y el inicio de esa accesibilidad es nacer como nacimos todos, de una mujer. María cuando le fue anunciado ésto, no lo entendió, pero acató, aceptó: Hágase en mí según tu palabra. Recibió entonces el Espíritu Santo.
Este Espíritu Santo, narra el Evangelio de hoy, muestra cómo empieza a actuar en dos mujeres que han descubierto la gracia de Dios en su propia persona. María concibiendo al Hijo de Dios. Isabel estéril, teniendo a un hijo, a Juan.
El Espíritu Santo en su actividad, lo que realiza en nosotros, es la generación de la característica fundamental de la naturaleza divina. Porque eso es lo que hemos heredado, la naturaleza divina. La naturaleza humana, no es herencia, ya se posee, ya la hemos recibido por gracia de Dios y es un regalo.
La característica de la naturaleza divina, es la comunión. Dios es tres personas y un solo Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero ellos están en tan íntima comunión, tan perfecta, que teniendo todo el poder, como Dios que son cada una de las tres personas, entran en perfecta comunión y unidad.
No hay competencia, no hay rivalidad, no hay actitudes en las que se pisa a uno para que el otro sobresalga. Es comunión que logra la unidad. Esto es la naturaleza divina. Y esa es la herencia. Por eso caminar para recibir la herencia de Dios: Es caminar en la comunión. Esta gracia, se va desarrollando por la gracia del Espíritu Santo.
Ahora ustedes pueden imaginar, si nosotros asumimos nuestra herencia, ¿Qué sociedad habría? Donde queda superada la rivalidad, el celo, la envidia, el sometimiento de los otros, esa es la sociedad que Dios quiere. Por eso, decidió que esa misma Virgen María, que le dio carne a Jesús, viniera a México, entrara en la historia, desde el origen de esta nación. Para dar esa mirada materna, que es la que nos ayuda, no sólo a consolarnos, y ayudarnos, sino a descubrirnos y vivir como hermanos.
Ésta es la casita que Dios quiere y para la que ha enviado a María de Guadalupe. La casita de la única familia, la de los hijos de Dios que se reúnen entorno a su madre. Así caminamos en esa herencia de la naturaleza divina.
Dios nos invita a ver la importancia que hay en el corazón de cada una de las personas, cuando se reconoce a María de Guadalupe como nuestra madre. Ella está dentro de la religiosidad del pueblo mexicano. Por eso debemos aprovechar para que no se quede solamente en devoción, sino que se desarrolle en acción transformadora. Para que se llegue a esa plenitud de los tiempos que quiere Dios. El ya hizo lo suyo y nos ha dado el Espíritu Santo, pero cada persona tiene que aprender a relacionarse con el Espíritu de Dios.
El mejor ejercicio para aprender y dejarse conducir por el Espíritu de Dios es el discernimiento, es esa constante búsqueda de responder a la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Para qué me ha creado? ¿Por qué me quiere como hijo? Y este discernimiento también tiene su expresión comunitaria, es decir: ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es la sociedad que Dios quiere?
Esa es la tarea, Dios ya hizo lo suyo, ¿estamos dispuestos a hacer nuestra parte? Digámosle a María de Guadalupe, que ha estado en la historia de nuestro pueblo en estos ya casi cinco siglos, que nos ayude, acompañe y aliente.
Que recordemos la herencia a la que hemos sido llamados, a ser hijos de Dios, miembros de una sola familia, donde nos reconozcamos como hermanos. Que así sea.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla