“Te pido me concedas sabiduría de corazón”
El rey Salomón sabe de su pequeñez, de sus limitaciones, sabe que su elección, para suceder a su padre David, como rey de Israel, fue una decisión de Dios; no fue por sus méritos, sino una elección amorosa y por tanto acude a quien lo eligió. Reconoce que es Dios el que ha decidido que sea el sucesor de su padre. Y por eso se dirige en oración a Él, a quien lo ha elegido, a quien le ha manifestado su amor, pero ¿qué es lo que le pide? Le pide sabiduría de corazón, y a Dios le pareció que ha pedido lo mejor y le agradó a Dios la oración de Salomón, por eso le concedió esa sabiduría de corazón y como consecuencia muchas otras cosas, como dice el texto: gloria y riqueza como ningún otro rey haya tenido. Esta es la actitud que nos ayuda para entender cómo hacer nuestra oración. Cómo oramos a Dios, qué le pedimos a Dios: cosas, situaciones, el cambio de circunstancias, ¿Qué le pedimos a Dios cuando oramos? Hoy la palabra de Dios nos pone este modelo: pedirle la sabiduría de corazón.
¿Para qué nos sirve la sabiduría de corazón? El texto del Evangelio nos presenta tres parábolas sobre lo que es el Reino de los cielos. Nos dice que: “el Reino de los cielos se parece a uno que encontró un tesoro en un campo, lo encuentra y lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar un perla muy valiosa, va vende cuanto tiene y la compra”. Las sabiduría de corazón es precisamente la que nos va a capacitar, para descubrir el verdadero tesoro de lo cual todo lo demás depende; la perla preciosa, la que es importantísimo tener, para que todo lo demás salga bien. La sabiduría de corazón, también implica lo que dice la tercera parábola, la de la red que, los pescadores echan en el mar y, recoge toda clase de peces: “Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos”. La sabiduría de corazón, nos capacita en el discernimiento para distinguir lo bueno de lo malo, para poner en el canasto de nuestra experiencia, las cosas que nos llevan al bien y para desechar lo que nos lleva al mal. La sabiduría de corazón es, por tanto, lo más importante que necesitamos en la vida. Si tenemos sabiduría de corazón, sabremos distinguir el bien del mal, aunque el mal se nos presente con un disfraz de bien, aunque se nos presente atractivo, aunque nos seduzca, lo sabremos distinguir; esa es la sabiduría de corazón y por ello nuestra oración debe de estar siempre consciente de que debemos constantemente pedirle al Señor, esa capacidad de mi mente y mi corazón, para saber qué es lo que Dios quiere.
El texto de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, nos dice que: “nos ha llamado Dios, para que reproduzcamos en nosotros la imagen de su propio Hijo”. Ese es el objetivo para el que fuimos creados. Nosotros estamos hechos para ser imagen y semejanza de Dios, estamos hechos para reproducir a Cristo en nuestra vida; y cualquiera reconocemos de inmediato, la dificultad tan grande de esta tarea, de este proyecto que Dios nos tiene: somos limitados. Por eso como Salomón, tenemos que reconocer que es Dios el que nos ha elegido para esto, es Dios el que nos va a dar la sabiduría y la fortaleza para cumplir nuestra tarea. Ninguno de nosotros podrá decir que es fácil ser como Cristo, amar como Cristo, servir como Cristo, dar la vida como Cristo; sin embargo no por eso debemos de decir que es imposible, sino que con la ayuda de Dios, es como lo podremos lograr. De ahí es la necesidad de la oración, no des aprovechemos esos momentos de oración para hacer una lista enorme de cosas que nos gustaría que Dios nos resolviera, nos la pasamos pidiendo por fulano, por mengano, por perengano, y se nos olvida lo más importante: Señor dame la sabiduría de corazón para saber conducirme ante los problemas que tengo, ante las angustias y esperanzas, ante los proyectos e ilusiones, dame la sabiduría de corazón para que yo pueda discernir qué es lo que te place, que es lo que quieres de mí, dame la sabiduría de corazón para que yo sea un buen discípulo tuyo y que pueda seguir los pasos del maestro.
Que así sea.