“Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”.
Así le piden a Jesús sus discípulos. Han escuchado la parábola del trigo y la cizaña, y escucharon también otras dos parábolas más, la del grano de mostaza y la de la levadura, muy pequeñas, breves y sencillas; en cambio, la del trigo y la cizaña, les queda la duda de la interpretación. ¿Qué quiere decirnos Jesús con esta parábola? Jesús, se las explica.
Vamos a reflexionar sobre esta explicación, pero antes, quisiera que tomáramos también la segunda lectura de San Pablo a Los Romanos, donde les dice: “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”. Pidámosle pues al Espíritu, que al reflexionar sobre el significado de esta parábola del trigo y la cizaña, nos ayude a entenderla, nos ayude a aplicarla en nuestra vida, solamente con la ayuda del Espíritu, dice San Pablo, es cómo podemos nosotros adentrarnos en la voluntad de Dios. Solamente con el Espíritu es cómo podemos interiorizar y hacer nuestra la palabra de Dios. Con humildad pues, pidámosle cada uno de nosotros, que sea el Espíritu el que nos haga entender esta importante parábola del trigo y la cizaña.
Jesús claramente indica en su explicación, que Dios nuestro Padre, sembró trigo en la tierra. Ya el domingo pasado con la parábola del sembrador, nos había explicado que nosotros somos esa tierra donde se siembra la semilla, la Palabra de Dios; pero en esta tierra que somos nosotros, crece no solamente la buena semilla que sembró Dios, sino también crece la cizaña, el trigo malo; es decir, el fruto negativo, o más directamente, la injusticia y el mal. ¿Por qué hay mal en la vida humana? ¿Por qué nos topamos con tantas injusticias?, si Dios hizo esta creación, este mundo y nos creó a todos nosotros. Esta parábola trata de ayudarnos a entender esta presencia del mal en el mundo. No es Dios el que crea el mal, sino es Dios, el que lo permite. ¿Y por qué lo permite si es que es algo malo? Porque está producido por la misma libertad de sus creaturas. Así vemos en la explicación cuando dice que: “la cizaña la sembró el diablo”. El diablo es una creatura, el diablo no es un dios, es una creatura como nosotros. La única diferencia es que él era un ángel; es decir, una creatura espiritual sin cuerpo, nosotros somos creaturas con cuerpo y alma, con cuerpo y espíritu; pero igual que nosotros los seres humanos, el ángel también tiene libertad, e igual que nosotros, los ángeles pueden actuar eligiendo el mal, y el diablo y la legión de ángeles que siguió a Lucifer, al diablo mayor, eligieron el mal; no aceptaron lo que Dios les puso como proyecto de vida. Igual que nosotros cuando no aceptamos lo que Dios nos pide hacer. La libertad que nos deja Dios a las creaturas, sean espirituales como los ángeles, sean como nosotros de cuerpo y alma, es lo que produce el mal, es lo que produce la cizaña.
¿Por qué hay mal en el mundo? ¿Por qué Dios no la arranca de una vez e implanta su Reino de justicia y de paz? Porque dice la parábola: si la arranco ahora, al arrancar la cizaña, me llevo también al trigo. Hay que esperar a que crezca. Es decir, nosotros somos esa tierra, somos ese campo; y tanto como personas, como familias, como grupo, como comunidad o como sociedad entera, tenemos trigo y cizaña sembrado en nuestro corazón.
Si queremos arrancar el mal, pues ya no quedaría nadie sobre la tierra, porque al arrancar el mal, la cizaña, nos dice Jesús, también nos llevaríamos el trigo. Hay que esperar, hay que tener esta paciencia para que crezca y darnos el tiempo necesario para que nuestra respuesta desde la libertad, sea por el Bien, que elijamos el Bien.
Cristo vino al mundo, precisamente para mostrarnos la victoria del bien sobre el mal. Su resurrección es la victoria contundente sobre el mal, de quienes lo crucificaron injustamente. En esa esperanza, es en la que nosotros debemos de confiar y luchar, para que cada vez podamos quitar, sea en nuestra propia persona, sea en nuestra familia, sea en nuestro pequeño grupo, la cizaña, el mal que descubrimos ahí presente. Y nos llena de confianza la primera lectura cuando nos dice el libro de la Sabiduría: “con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador, le das tiempo para que se arrepienta”. Son tres cosas que nos dice el libro de la Sabiduría al final de la primera lectura el día de Hoy.
El justo debe ser, humano. El justo, la persona justa, no es aquella que está pendiente de que todos hagan lo que tiene que hacer, que todos cumplan la ley, no. El justo, es aquella persona que muéstralas actitudes propias del ser humano como fue creado por Dios: para amar a los demás, para crear la fraternidad, para hacer humano; es decir, alguien comprensivo, solidario, fraterno, caritativo. Segunda cosa: has llenado a tus hijos de una dulce esperanza. Esa esperanza está en Jesucristo el Señor, que nos ha mostrado que al mal hay que vencerlo por fuerza del bien, porque si al mal respondemos con otro mal, se genera la espiral de la violencia que va creciendo. Y tercera cosa: al pecador le das tiempo para que se arrepienta. Debemos de tener ante la presencia del mal, esta consciencia de la paciencia de Dios, que está esperando la respuesta del pecador. Y con esa dulce esperanza, con esta paciencia de Dios, debemos nosotros también aprender a afrontar el mal, a fuerza del bien, actuando siempre nosotros como lo hizo Jesucristo nuestro Camino, Verdad y Vida. Como les decía al principio, pidámosle a Dios, que nos dé su Espíritu, para entender esta enseñanza tan importante que nos da hoy, en la parábola del trigo y la cizaña; para aplicarla en nuestra vida y para que nosotros crezcamos como trigo, como personas que operan el bien, que eligen el bien y que vencen el mal a fuerza del bien.
Que así sea.