HOMILÍA DEL XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILÍA DEL XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“La palabra que sale de mi boca, no volverá a mí sin resultado, cumplirá su misión”.

Así, nos dice la primera lectura, tomada del profeta Isaías; para explicarnos, cómo el instrumento que tiene Dios; que ha escogido para anunciar, proclamar y conducir a su pueblo en la construcción del Reino de Dios, es su palabra.

Desde el domingo pasado, comenzamos a escuchar lecturas que nos hablan del Reino de Dios; y así lo seguiremos escuchando a lo largo de este mes de julio cada domingo. Hoy, nos explica este fundamental aspecto, para el Reino de Dios. La palabra, nos dice Jesús en el evangelio, es lo que siembra Dios en nuestros corazones. Nos pone ese ejemplo de la misma naturaleza: cómo el sembrador echa la semilla en la tierra, pero no toda la semilla crece, no toda la semilla alcanza su madurez y da fruto, porque depende de la tierra. De esa manera nos hace entender, que cuando Dios siembra la palabra en nosotros, también no toda semilla lamentablemente, sale adelante y da fruto. Todos tenemos oídos, todos tenemos la capacidad de escuchar la palabra, pero nos dice en este hermoso evangelio, que cerramos el corazón. O que las adversidades y las circunstancias de nuestra vida, ahogan esa palabra que hemos escuchado, la olvidamos con facilidad, no la relacionamos con nuestras actitudes y por ello no la ponemos en práctica. La palabra es la que establece el diálogo, la relación. Si nosotros estamos mudos, se nos hace muy difícil la comunicación con los demás. No es que sea imposible, se puede hacer a señas; pero es mucho más fácil si hablamos. Por eso, encontramos una grave dificultad cuando vamos a otro país y no hablan nuestra lengua, se nos dificulta la comunicación. La palabra de Dios también tiene esas dificultades: nuestras preocupaciones nuestras angustias, nuestros problemas; no nos dejan escuchar la palabra de Dios y entenderla, la sofocan, hace que no entre en nuestro corazón. Y eso, la palabra de Dios, que es como dice el profeta Isaías: “como la lluvia y la nieve que no vuelven, sino después de empapar la tierra, fecundarla y de hacerla germinar”, es decir, no es culpa de la semilla, la semilla es buena, lo que deposita Dios en nosotros es algo que puede tener mucho fruto; pero que está condicionada a nuestra libertad y a nuestra capacidad de respuesta. El Reino de Dios, se va construyendo a partir de quienes si reciben la palabra, y por eso Jesús en el evangelio nos dice: “dichosos ustedes, que sí escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. Son felices y los serán, a pesar de que no todos respondan a la palabra de Dios.

En la segunda lectura del apóstol San Pablo, nos presenta otro ejemplo para ayudarnos a entender, que la respuesta de unos y la no respuesta de otros, es lo que hace que se compliquen las situaciones humanas y que florezca el sufrimiento, que aparezca la dificultad para poder establecer el Reino de Dios, y nos lo pone con el ejemplo de la misma naturaleza. Cómo, hasta el presente, con gemidos la creación va desarrollándose; así también la vida humana, con gemidos, va como con dolores de parto gestando la creatura. De esa misma manera, nosotros al responder a la palabra de Dios, estamos inmersos en una sociedad, donde no todos han respondido, o todavía no alcanzan a responder. Y estas son las confrontaciones normales, ordinarias de la vida de respuesta a Dios, de la vida en el Reino de Dios.

El Reino de Dios alcanzará su plenitud, en la eternidad. Mientras tanto, tenemos que aprender a responderle a Dios desde la adversidad, desde el dolor, desde el sufrimiento, desde la preocupación de que otros no alcanzan a entender de lo que Dios quiere de la vida humana. Tenemos que aprender para poder entender a los otros, eso significa abrir nuestro corazón a lo que Dios quiere y entender lo que pasa en los otros para tener la paciencia como la tiene Dios, para esperar a cada uno en su momento de respuesta. Dios tiene la confianza y la esperanza de que todos le vamos a responder y por eso nos deja los tiempos para que le descubramos. Pidámosle pues a Dios que la Iglesia que somos nosotros los bautizados, podamos ser tierra buena, tierra fecunda donde la palabra de Dios encuentre eco, donde la palabra de Dios entre a nuestro interior y donde nuestra conducta y nuestras actitudes estén acordes a esta semilla de la palabra de Dios.

Que así sea.