“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Jesús, le dice a Pedro estas palabras, habiendo recibido la confesión en donde respondió a la pregunta: ¿Quién dicen que soy yo? Pedro respondió: “Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo”.
Tú eres el Mesías, es decir, Pedro lo reconoce como el esperado, como la promesa cumplida de Dios a su Pueblo; pero también lo reconoce ya en estas palabras, como después la Iglesia lo irá confirmando: que Jesús no era simplemente el Mesías esperado por el pueblo, sino que Dios, había desbordado lo esperado por el pueblo de Israel. No escogió a un hombre para que fuera el Mesías, un hombre de Dios, un hombre bueno, un hombre que fuera auténtico profeta, como pensaba la gente de su tiempo, sino, el Hijo de Dios vivo. Poco a poco fueron cayendo en la cuenta, después de la resurrección de Cristo, que Jesús era el Hijo de Dios encarnado. A la luz de esta confesión es que se construye la Iglesia, y por eso es importante ver algunos elementos que surgen de esta misma expresión:
“Tú eres Pedro”. Jesús nos indica aquí que, el ser humano, la persona concreta de Pedro en este caso, pero también el resto de los apóstoles, como después todos aquellos que aceptamos que Jesús es el Hijo de Dios vivo y el Mesías esperado, seremos la piedra y las piedras, como no dice después el mismo apóstol Pedro en su primera carta: “las piedras vivas para edificar la Iglesia”. Sobre la confesión y el reconocimiento de que Dios ha enviado a su hijo para hacerse hombre. Pero también dice Jesús: “edificaré mi Iglesia”. Necesita a Pedro y nos necesita a nosotros, pero la edificación, la construcción de la Iglesia, la realiza Jesucristo. Y esto es muy importante, fundamental, para que a nosotros nunca nos pase, lo que en la primera lectura nos dice que le sucede a Sebná, mayordomo del palacio de David, a quien departe de Dios se le dice: “te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo”. Era el mayordomo, era la piedra fundamental del gobierno en el reino del pueblo de Israel, y se le había dado como dice el texto, la capacidad de tener la llave: “lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierra nadie lo abrirá”. Igual que se le da a Pedro, cuando le dice: “yo te daré la llave del Reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Sin embargo, en esa primera lectura del profeta Isaías, podemos ver qué es lo que no debemos hacer. Si leemos el contexto de este pasaje, descubrimos que Sebná, este mayordomo destituido, lo fue porque en el ejercicio de su responsabilidad, buscó el bien propio y no el servicio a la comunidad, buscó beneficiarse así mismo, e incluso dice el texto: “buscó perpetuarse más allá de su muerte, construyéndose un sepulcro monumental”. Eso es lo que Dios no va a permitir. Y por ello es tan importante descubrir que, quien edifica la Iglesia, no somos nosotros; nosotros colaboramos en la edificación de la Iglesia, pero quien la construye verdaderamente en la unidad y en la comunión, quien hace de todos nosotros piedras vivas que armónicamente entremos en la construcción del edificio de la Iglesia, es el Espíritu de Cristo, es el Espíritu Santo. Y por eso tiene esa facultad, Pedro y todos aquellos que con Pedro, hemos recibido la encomienda de encabezar esta edificación de la Iglesia: atar y desatar. Hay muchos nudos que desatar y hay muchos elementos que promover para que estemos en lo que verdaderamente ata, que es la comunión eclesial. Como le dijo Dios al profeta Jeremías: “tienes que arrancar, destruir, para edificar y construir”. Hay muchas cosas que nos atan para ser piedras vivas, para entrar en la Iglesia efectiva y positivamente. Está esa facultad para desatar esos nudos, pero también está la facultad de unir, de hacer una relación sólida, permanente, estable, que garantice la comunidad y la unión en la Iglesia. Eso es lo que hace el Espíritu Santo, si nosotros abrimos nuestra disposición como Pedro. Y esto, nos dice hoy Jesús: “todo eso que se ate aquí en la tierra, o que se desate para la edificación de la Iglesia, quedará también atado en el cielo, o desatado en el cielo”. Es decir, lo que construimos viviendo en la edificación de esta Iglesia de Cristo, nos permite mantener esa unidad y comunión por toda la eternidad. Lo que hacemos aquí, tiene repercusión para nuestra vida eterna. Esa es la importancia de este texto, pero para ello, quiero que volvamos nuestra vista, nuestros oídos a la segunda lectura.
¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! Debemos de aprender, nos dice en este texto San Pablo, a caminar en el misterio de Dios, no podemos tener todo descrito, lo que va a suceder y cómo va a suceder, tenemos que aprender a vivir en ese misterio de dejarnos conducir en él, por el mismo Espíritu de Dios. Y por eso, constantemente la Iglesia tiene que hacer un ejercicio de discernimiento ¿Qué es lo que quiere Dios de nosotros? ¿Qué es lo que quiere Dios de mí? ¿Qué es lo que hoy toca hacer? Porque solamente así, caminaremos en el misterio de Dios, aprenderemos a descubrir su voluntad y a reconocer cómo Dios va interviniendo cuando menos lo pensamos, de maneras que ni siquiera nos habíamos imaginado; Dios nos expresa su amor y su misericordia, muy por encima de lo que nosotros podemos calcular, esperar o pensar. Dejémonos conducir, como niños por la mano de nuestro papá y nuestra mamá, dejémonos conducir por el Espíritu de Dios, cumpliendo nuestra tarea de discernir, ejecutando lo que discernimos y viviendo siempre en la esperanza de que caminando en la presencia de Dios, nunca nos soltaremos de su mano. Se lo pedimos para esta Iglesia particular de Tlalnepantla que hoy estamos en esta clausura de este año jubilar, de este año de alegría de gratitud, este año en el que hemos recordado su caminar en estos 50 años. Pidámosle que nos ayude a construir bajo su dirección, la dirección de Cristo y su Espíritu, a esta Iglesia particular de Tlalnepantla y que con nuestro testimonio y nuestra comunión y unidad, colaboremos con la Iglesia Universal bajo la cabeza, bajo el Pedro actual que es el Papa Francisco. Pidámoselo así a Dios en esta Eucaristía y como les decía al inicio, por todos aquellos que han aportado en el caminar de esta Iglesia y por todos lo que hoy vivimos y Dios espera que también le digamos que cuenta con nosotros. Que así sea.