DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

December 31, 1969


DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 

“Apártate de mí, Satanás”

Esta expresión, la dirige Jesús a su apóstol Pedro. Hace unos momentos, si tenemos en cuenta la continuidad del Evangelio que fue leído para nosotros el domingo pasado, Jesús le había dicho a Pedro: “Dichoso tú, Simón hijo de Juan, porque esto que has dicho, de que yo soy el Hijo del Dios vivo, el Mesías, no te lo ha revelado ningún ser humano, sino mi Padre que está en los cielos”. ¿Por qué este cambio tan radical? ¿Por qué después de esa bienaventuranza y de esa alabanza que Jesús le hace a su apóstol, a la cabeza de los apóstoles, ahora lo llama Satanás, que es la peor injuria que podemos recibir, identificarnos con el Príncipe del mal, de donde vienen todos los males? "¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!". Esta es la razón por la que Jesús le dice esta expresión a Pedro, dura, fuerte, increíble. Sin embargo, nos debe de dejar claro que esto que le sucede a Pedro, nos puede suceder a todos y cada uno de nosotros. Somos dichosos todos nosotros, porque hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hemos sido aceptados como hijos de Dios; somos dichosos porque formamos parte de la gran familia de Dios; somos bienaventurados porque Dios nos regaló su Espíritu y está en nuestros corazones. Tenemos una grande alegría y esperanza, porque sabemos que Dios que nos ha creado, nos espera para toda la eternidad, después del peregrinaje que hagamos por este mundo, tenemos esa fe, somos dichosos, bienaventurados; pero también podemos ser como Pedro: ciegos para ver qué es lo que Dios quiere de nosotros. Podemos aferrarnos a nuestros modos de ver, a nuestras maneras de entender, y a las influencias que nos rodean, que están todos los días en nuestra cotidianidad, en nuestra sociedad: los modos de ser del hombre. Fíjense lo que dice San Pablo en la segunda lectura: “no se dejen transformar por los criterios de este mundo” ¿Cuáles son los criterios de este mundo? Favorecen el egoísmo, el bienestar para sí mismo; preocúpate sólo por ti, es tu vida, no te importe la de los demás; despreocúpate de lo que le pueda pasar al otro, es su responsabilidad, no tu compromiso; romper los lazos de fraternidad y, por lo tanto, destruir el proyecto de una única familia de Dios, entre otros. Dice San Pablo: “no se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Así podamos ser, como lo dice al inicio de la lectura el mismo San Pablo, “ofrenda viva, santa y agradable a Dios”.

Vamos a ver un poco, qué es lo que rechazó Pedro: Jesús acepta la confesión de Pedro, de que Él es el Mesías, y está feliz de identificar a Jesús como el Mesías esperado; pero ¿Qué pensaban Pedro y todos sus contemporáneos que debería de ser el Mesías?: El que los liberara del yugo romano, el que fuera su nuevo rey. De hecho a Jesús en varias ocasiones, cuando dio a comer pan y pescado a las multitudes, con un milagro, querían hacerlo ya rey, veían que ese era el Mesías por la multiplicación que hizo de los panes; y Jesús huye, no es ese su destino. El pueblo de Israel esperaba entonces un Mesías que pusiera en orden a los políticos, a los reyes, y le diera independencia a su pueblo, respecto de los demás pueblos. Esperaban que el Mesías fuera también el nuevo ordenador de todas las situaciones de abusos e injusticias que se celebraban en el culto del templo de Jerusalén; un renovador espiritual. Y Jesús les dice a sus apóstoles: “tengo que ir a Jerusalén, para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; tengo que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. Esto es lo que no acepta Pedro. El Mesías tiene que ser un Mesías exitoso, triunfador, lograr el propósito de poner en paz todas las cosas, de darle justicia y paz a su pueblo ¿Cómo es eso que tú piensas, que van a irse en contra de ti las autoridades de nuestro pueblo? ¿Cómo es eso que piensas, que te van a condenar a muerte? No lo permita Dios Señor, esto no te puede suceder a ti, tú eres el Mesías. La imagen, el concepto de Mesías que tenía Pedro, como todo el pueblo, era un concepto que no correspondía al concepto del verdadero Mesías. A Jesús le interesa mostrar el camino, no solamente para una vida ordenada aquí en esta tierra, sino para llegar a nuestro destino final, que es la casa del Padre. A Jesús no le interesa tener un poder para someter a los demás en una disciplina, sino que le interesa transformar el corazón de cada uno de nosotros regalándonos su Espíritu; para que también nosotros, como lo hace Jesús, tengamos la fortaleza y sabiduría espiritual; para ser imagen y semejanza de Dios, para ser reflejo del amor de Dios. Y eso, indudablemente, por el respeto a la libertad humana, conlleva la necesidad de afrontar el sufrimiento, las injurias, la envidia, el celo que, en determinado momento, puedan tener a nosotros. El mesianismo de Jesús es un mesianismo que transforma al corazón, a la persona desde su interior. A lo que viene Jesús, no es solamente a poner un régimen sociopolítico justo, sino, a transformar el corazón de los hombres para que nosotros mismos, todos y cada uno, pongamos nuestro grano de arena en la construcción de una relación humana, familiar y fraterna, solidaria y subsidiaria en la comunidad social. Una labor mucho más difícil, pero es porque Dios está preocupado de todos; Dios nos quiere a todos, no a algunos pocos, a todos y cada uno, a quienes nos ha dado la vida. Y eso es lo que provoca ese gusto al discípulo de Cristo que va entendiendo este caminar. Hay por ejemplo mucha gente que dice: ¿Cómo es posible que un sacerdote no se case, renuncie a tener una familia, si es lo más hermoso que Dios ha hecho? ¿Cómo es posible que alguien renuncie a sus riquezas y las entregue para hacer instituciones que ayuden a los más marginados? ¿Cómo es posible que haya gente que esté dispuesta a dar la vida por seguir testimoniando que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida?: Por la fuerza del Espíritu, porque para eso estamos hechos. Eso es lo que dice el profeta Jeremías en la primera lectura: “me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste. A pesar de todo, la violencia, persecución, oprobio y burla que he recibido, he podido salir adelante, porque hay en mí un fuego ardiente encerrado en mis huesos, yo me esforzaba por contenerlo pero no podía”. Es la fuerza del Espíritu que estalla en el corazón del hombre que ha conocido verdaderamente a Cristo y a través de Cristo a Dios. Es la fuerza del Espíritu en cada uno de nosotros.

Hermanos, por una parte, no tengamos miedo a descubrir los conceptos falsos que tenemos, de lo que Dios quiere de nosotros y de la sociedad. Pedro después de esto que le dijo Jesús fue entendiendo su verdadera vocación y la vocación de Jesucristo. También nosotros entendamos pues nuestra vocación a la luz de Cristo. Caminemos con Cristo, por eso estamos aquí en la Eucaristía fortaleciéndonos. Caminemos juntos como Iglesia dándonos la mano para poder hacer realidad la misión de Cristo: “que el Reino de Dios esté en medio de nosotros”. Que así sea.

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla