“Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús”.
En este segundo domingo de la Cuaresma, nos presenta la liturgia esta escena de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Es una escena del Evangelio que nos permite descubrir, por una parte, que Jesucristo viene a cumplir lo que desde muchos siglos atrás había ya preparado Dios, preparado su pueblo. En esta escena tenemos, entonces, a Elías y Moisés, conversando con Jesús. ¿Quiénes son Elías y Moisés? Elías representa al padre del profetismo, es decir de aquellos hombres que fueron transmitiendo a lo largo de los siglos, al pueblo de Israel, la palabra de Dios; los hombres que hablaban en nombre de Dios. Y Moisés representa a quien fue el mediador de la alianza entre Dios y su pueblo. Por tanto estos dos elementos, “Palabra y Alianza”, es lo que fraguó a lo largo de la historia a un pueblo elegido para ser el pueblo de Dios. Jesucristo viene en esta misma línea de la pedagogía divina. Jesucristo viene, no solamente para dar un paso más sino, para llevarlo a la plenitud, el proyecto de Dios. Por eso esta escena nos permite descubrir que Jesús es la plenitud del proyecto de Dios, una plenitud que ya está a nuestro alcance.
Todo el tiempo de la historia de la humanidad, después de Jesucristo, contamos nosotros con la posibilidad de recibir el beneficio de esta relación entre Dios y su pueblo; pero depende que lo hagamos, depende que lo ejercitemos, este proyecto de Dios en nosotros. Esa es nuestra responsabilidad. Por eso la liturgia nos presenta este texto en la Cuaresma, este tiempo preparatorio.
Nosotros al llegar ya este segundo domingo de la Cuaresma –nos quedan todavía estas cuatro semanas por recorrer antes de la Semana Santa– nos podemos plantear como preguntas a la luz de este texto: ¿Yo he escuchado la palabra de Dios, cuál es mi experiencia de ser oyente de esa palabra? Y una segunda pregunta en torno a la figura de Moisés ¿Yo he vivido la alianza con Dios, de qué manera he vivido esa alianza, de qué manera he experimentado que Dios está de mi parte; y si no le he experimentado así, descubrir qué ha fallado en mí, que yo no he sentido la protección la bendición y el acompañamiento de Dios en mi vida? Esto lo podemos hacer –estas preguntas– tanto en el nivel personal, individual, como en el nivel comunitario y social.
Un segundo aspecto que nos permite profundizar en esta lectura del Evangelio y de su mensaje, es que Jesús es presentado en esta escena por la voz de Dios Padre diciendo: “Éste es mi hijo amado; escúchenlo”. ¿De qué manera hemos desarrollado, entonces, nosotros la capacidad de escucha? Escuchar significa poner los oídos y el corazón atentos a lo que se nos está diciendo; captar el por qué de lo que se nos está diciendo y el para qué de lo que se nos está proclamando. Hoy, lamentablemente, en nuestra sociedad es muy común encontrarnos, en ambientes, en relaciones, donde no somos capaces de escuchar. Somos capaces de hablar y de decir cosas, pero no de atender qué es lo que realmente está detrás de lo que escucho, qué es lo que el otro me quiere decir. Y en la medida que yo vaya adquiriendo esta capacidad, de escuchar a los demás, también seré capaz de escuchar la palabra de Dios; se capacitará mi persona, mis habilidades –en la escuchar de los otros– para habilitarme en la escucha de la palabra de Dios.
Tercer punto. Esta escucha de la palabra, cuando es atenta, cuando se deja penetrar y que llegue al corazón, es entonces cuando viene la disposición y la obediencia a esa palabra. Nos cuesta mucho trabajo imponernos las normas y los estilos de conducta unos a otros y a las nuevas generaciones. Es muy difícil que las personas se comporten como debe de ser; es todo un ejercicio educativo que hoy nos está costando mucho trabajo, porque no hay capacidad de escucha y porque no se descubre el por qué y el para qué de lo que escuchamos de Dios. Entonces aquí tenemos, también, que hacernos esta pregunta ¿Vivo los mandamientos de Dios, de la alianza con Dios, simplemente porque están mandados o porque soy obediente, es decir, porque los he escuchado y me convencen y mi corazón está en la mejor disposición para yo vivirlos? Esta fue la obediencia que tuvo Abraham y que nos relata la primera lectura. Y por eso dice el texto al final: “Por eso tus descendientes, serán bendecidos, porque tú obedeciste mis palabras”. Si nosotros seguimos al Señor, como Abraham, entonces también nuestra obediencia será fecunda, la acompañará siempre la bendición de Dios.
Finalmente tenemos en la segunda lectura un elemento de reflexión que nos propone san Pablo para este caminar de la Cuaresma: Si Dios está de nuestra parte, ¿por qué tenemos tantos miedos? Si Dios es nuestro Padre y nos ha dado hasta a su Hijo, y el Hijo nos ha mostrado su amor hasta entregarse a la muerte y muerte en cruz; dónde están nuestros miedos. Si tenemos esos miedos, es porque todavía no hemos hecho la experiencia de descubrir el amor que Dios me tiene. Y eso lo podemos ir reflexionando a lo largo de esta Cuaresma: descubrir cómo Dios sí me ama y me ha acompañado. No sólo me ha regalado la vida, sino me la ha regalado para un proyecto de vida en el cual él está pendiente de mí, como un buen Padre, como una buena madre, está esperando que dé yo buenos resultados.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía, en este segundo domingo de Cuaresma que también nosotros podamos como Pedro, Santiago y Juan, subir a ese monte, poner nuestro esfuerzo, buscar esa soledad fecunda, ese silencio que me permite escuchar. Y así poder como ellos, descubrir en esa blancura del alma de Cristo, descubrir que esa divinidad se ha hecho hombre por amor a mí y por amor a la humanidad. Que yo pueda así, también, descubrir a Cristo en mi prójimo, que pueda descubrir ese interior donde Dios habita, en la morada de cada uno de los hijos de Dios. Pidámosle pues que como Iglesia nos ayudemos a través de esta escucha de la palabra de Dios, a caminar esta Cuaresma para llegar renovados, y purificados a las fiestas de la Pascua que ya se aproximan. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla