“Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección”.
No se arrepiente de lo que ha regalado, no se arrepiente de lo que ha elegido, no se arrepiente de lo que ha decidido, nos dice San Pablo. Explicando él, por qué los Judíos son siempre una esperanza, --su conversión hacia el Mesías, hacia reconocer que Jesús es el Mesías--; pero también para nosotros. Es muy importante recordar una y otra vez que Dios no se arrepiente de lo que ha decidido, de lo que ha elegido, es decir, Dios no se ha arrepentido de que nos haya dado la vida, está contento, está feliz de habernos dado la vida. Dios no se ha arrepentido de que nosotros seamos miembros de su Iglesia, hayamos sido bautizados y Él nos haya aceptado como hijos, no se arrepiente, --por eso lo dice San Pablo--, aunque no le respondamos, aunque nos portemos mal, aunque con nuestra conducta estemos echando a perder el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para nosotros en comunidad. Eso significa, en otras palabras, como lo dice también San Pablo al final de la lectura de hoy que: “siempre manifestará su misericordia con nosotros”. Como aquella parábola en la que explicaba la actitud del Padre para recibir al hijo que se había portado muy mal, se había gastado todo el dinero que le había dado y regresa a casa pobre y hambriento, harapiento sin nada, y el Padre lo acepta. Así es Dios nuestro Padre, debemos de tener siempre esta esperanza. ¡Dios no se arrepiente de nosotros, de que seamos nosotros sus hijos!
Por eso, es importante este proyecto de una comunión de presbíteros en una responsabilidad común, para poder promover también en las comunidades parroquiales, lo que nos dice el profeta Isaías. Para favorecer que entre nosotros vallamos encontrando el camino correcto para restablecer el proyecto de Dios entre nosotros. Porque no debemos de estar simplemente esperanzados a que Dios siempre nos va a perdonar y nos va a manifestar su misericordia, porque esa no es la causa más fuerte para nosotros de vivir. Lo más hermoso en nuestra vida es que hagamos lo que Dios ha diseñado para nosotros para que seamos plenamente felices, porque bien sabemos que cuando cometemos un error, la primera que nos está recordando es nuestra conciencia y nos hace que tengamos remordimientos de culpa, y eso a nadie le gusta, tener esta sensación de haber hecho mal, en cambio cuando hacemos las cosas bien, ¿Qué nos dice nuestra conciencia?: Se feliz, estate alegre y contento, haz hecho lo que tenias que hacer, se dichoso. Nuestra propia conciencia nos da una satisfacción interior cuando hemos hecho el bien. Y eso es lo que Dios quiere de nosotros, es lo que está esperando y como nos dice la primera lectura: “está a punto de dárnoslo Dios”. Fíjense bien como empezó la primera lectura: “Esto dice el Señor: velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”. ¿Qué le falta para que sea ya manifestación? para que no solamente esté a punto, sino que ya esté como cuando dice la mamá en casa: ya está lista la comida vénganse todos a comer; no nos dice está a punto de que todo esté listo, sino que ya está en la mesa y ya la podemos comer. ¿Qué hace falta para que ese estar a punto pase ya a estar en obra, en acción? Lo que dice el profeta: “velen por los derechos de los demás y practiquen la justicia”. Nos tenemos que preocupar unos de los otros. Por eso la parroquia de Jesús de Nazaret, les va a dar la casa a los cuatro padres; pero la parroquia de Jesús de Nazaret se va a preocupar de las otras cuatro parroquias, y las parroquias, la Lupita, Santo Niño de Atocha, Juan Diego y San José, van también a aportar para la comunidad de Jesús de Nazaret, va a ser una puesta en común, de todas sus actividades pastorales ¿Para qué? Para velar por los demás, para que estemos pendientes del camino de los otros. Si va bien la Lupita en su comunidad, tiene que ir bien la de San José también, y la de San Juan Diego y la de Santo Niño y la de Jesús de Nazaret. Si velamos los unos por los otros, si estamos atentos a lo que se está haciendo en una parte y en otra y lo estamos poniendo en común, vamos a lograr que ya no solamente escuchemos eso que dice el profeta: “ya está a punto de llegar la salvación a nosotros”. No, ya la vamos a ver en obra y entonces nuestra conciencia y nuestra satisfacción, será plena, de nuestro actuar pastoral. Ya no será promesa, será realidad. Cristo para eso vino al mundo, para cumplir la promesa. Era una expectativa de siglos, que iba a llegar el Mesías, y esa llegada del Mesías, ¡llegó!, ¡Dios cumplió su palabra y mandó más de lo que esperaban en el pueblo en Israel! ¡No solamente mandó a un profeta eminente como el Mesías!; mandó a su propio Hijo para que se encarnara y por eso es que el pueblo de Israel le costó trabajo creer que Jesús era el Mesías, porque desbordó lo que Dios había prometido; porque se pasó, se fue más allá. En lugar de haber escogido a un hombre de los que ya estaban en el pueblo y decir: sobre de éste doy la responsabilidad del Mesías –que así lo esperaba el pueblo Judío-- Dios nos desbordó y nos mandó al propio Hijo de Dios, al Dios mismo encarnado en la forma de un hombre: “Jesús de Nazaret”. Y por eso dijeron: no entonces no es, esto no es posible, ¡no quisieron creerlo! --ojalá que no nos pase lo mismo he, hay que estar atentos--. Hay que estar dispuestos a las sorpresas de Dios, como la que vemos en el Evangelio, de esta mujer, cananea, es decir, no pertenecía al pueblo de Israel, no era elegida para recibir al Mesías y por eso Jesús sigue su camino, pero los apóstoles le dicen: es que está insistiendo, grita y no deja de hablar, “no he venido para las ovejas, sino las de Israel”, --les dice Jesús--, sin embargo la mujer se acerca a Jesús y le dice: “tengo enferma a mi hija, está poseída del demonio, solo tú puedes salvarla”. La fe de la mujer es tan grande que Jesús la pone de ejemplo: miren está no estaba preparada, su pueblo no estaba preparado para esta fe tan grande que manifiesta y sin embargo la tiene. Eso es también otro elemento que debemos de tener en cuenta en nuestro trabajo pastoral, a veces pensamos que los que más van a responder son lo que ya son agentes de pastoral, los que ya están en un equipo de liturgia, los que ya están en un movimiento, y no una cananea por allí, es decir, en nuestro caso, alguna que está por allí metida en la prostitución; Jesús dijo, las prostitutas se nos van a adelantar en el Reino de Dios, en cuanto escuchan la palabra, todos los que están a veces esclavizados por la droga, que han caído tan hondo en su dignidad humana degradada por el alcohol, por las drogas; cuando se recuperan logran ver lo bueno que es la vida y lo bueno y misericordioso que es Dios, pues resulta que son más generosos que los que habitualmente estamos con el Señor. Así que tenemos que hacer como Jesús: tener la capacidad de reconocer la fe y las respuestas y poder integrar a nuestra comunidad a todas aquellas personas que estaban distantes, alejadas, que a lo mejor eran temidas por la maldad con que actuaban y, sin embargo, son capaces de adelantarse a nosotros, si les presentamos a Cristo, ¡si les presentamos a Cristo, esa es la condición y esa es nuestra responsabilidad! Nosotros que si valoramos nuestra fe, que si creemos en Cristo, que está presente en la historia, que está en medio de nosotros, eso es lo que tenemos que anunciar y dar testimonio y entonces las maravillas de Dios, empezarán a manifestarse en medio de nosotros. Pues eso es lo que le pedimos hoy en esta Eucaristía al Señor, que ustedes junto con sus pastores, sus cuatro párrocos y todo el decanato que son otros cuatro, puedan anunciar a Cristo a nuestros hombres y mujeres de hoy. A todos los alejados, los distantes, vamos a pedírselo así al Señor. Que así sea.