Este día la palabra de Dios nos presenta una de las escenas proféticas de Ezequiel. Le tocó a este profeta, acompañar al pueblo después de una grande tragedia, una dramática situación: la destrucción de su templo, la destrucción de su ciudad; la conducción de la gente más valiosa de la saciedad, llevados como esclavos a Babilonia, a la orilla del río Quebar. Esa escena que acabamos de escuchar, es una manera de parangonar, lo que sucedió la noche de Pascua, en Egipto, cuando libero Dios a su pueblo de la esclavitud del faraón; que se vuelve a repetir y que solamente aquellos que están identificados con el Señor, logran la vida. El mensaje que trae el profeta Ezequiel, no solamente de esta escena que acabamos de escuchar, sino en su libro entero, es: que al destruirse el templo de Jerusalén, el pueblo de Dios, tenía que comprender que Dios no los había abandonado.
Ustedes solamente se quedaron un año sin Párroco, pero nunca les falto la atención pastoral, como lo acaban de decir; pero imaginen ustedes la tragedia que sucedería si todos nuestros templos quedaran destruidos de una sola vez y quedaran muertos todos nuestros sacerdotes, todos nuestros obispos. Solamente así podemos calcular el drama de lo que está hablando el profeta Ezequiel. Quiere hacerle comprender al pueblo que a pesar de eso, no los ha abandonado. El pueblo de Israel pensaba, que Dios habitaba en ese templo y que abandonó el templo, por eso lo destruyeron. Claro que el pueblo asumía la responsabilidad de haberse comportado muy mal, una conducta totalmente contraria a los mandamientos. El profeta les dice: no, la gloria del Señor, no se fue de su pueblo, solamente salió del templo, pero sigue con su pueblo a la orilla del río Quebar, en Babilonia. Dios nunca nos abandona, ese es el mensaje del profeta Ezequiel, ni ante el drama más tremendo, ni la tragedia más dura que podamos vivir, ¡Dios nunca nos abandona! Porque nos acompaña su Espíritu. El espíritu del Señor. Ese mismo Espíritu que el profeta Ezequiel va a decir: le va a cambiar el corazón de piedra que tiene, y por lo que ha sucedido, todo lo que ha sucedido, en un corazón de carne, que sea sensible al otro y eso es lo que nos dice el Evangelio: el Espíritu de Dios, puede transformarnos a nosotros en colaboradores del Espíritu de Dios, reconciliándonos con el hermano, hablando con él, convenciéndolo y ayudándose de los otros hermanos, en el caso necesario para la reconciliación. Y ayudándonos de los hermanos, dos o tres, y miren que aquí estamos más de dos o tres. Con dos o tres se hace esta unidad en donde el Espíritu de Dios se encarna, se hace presente, esta maravilla de la presencia de Dios. Y eso es lo que hacemos en una comunidad parroquial. Por eso es que necesitamos venir al templo, para encontrarnos como comunidad ante el Señor, pero como les dije, para luego salir y traer también a aquellos que están enojados con Dios. Hay mucha gente que está enojada con Dios, porque piensan que Dios la castigó, pero no es así, y hay que hablar con ellos. Hay mucha gente que está pasando una tragedia personal o familiar, hay que ir a tocar sus puertas y ver qué le pasa, y llevar el Espíritu de Dios a través de nosotros, eso es la misión. La misión no es proselitismo, no es que queramos ser más porque queremos ser los muchos, o la mayoría inmensa, no. Lo que nos lleva a ir por los alejados y distantes, es para que conozcan la maravilla que es interactuar con el Espíritu de Dios. Transformadora de personas y de comunidades, esa es la maravilla que anunciamos. Eso es lo que vamos a pedirle al Señor en esta Eucaristía, que nos de esa fortaleza de nuestra fe para, poder transmitirla a los demás, contagiar a los otros, decirles lo que puede suceder: que el Espíritu de Dios está a lado nuestro, nos acompaña permanentemente. Basta como dicen los enamorados: que me des una señal aunque sea chiquita para entender que me quieres. ¿No dicen eso los novios? Basta con que me hagas una sonrisita, me eches un ojito, y entonces empiece la relación amorosa. Eso es lo que necesitamos hacer con el Espíritu de Dios, basta que le echemos un ojito, está pendiente de cada uno de nosotros, pero quiere esa señal: de que nosotros lo buscamos, lo queremos, lo valoramos.
Vamos pues a decirle al Señor que así, nos comprometemos con él, que le vamos a hacer esa señal ¿Qué les parece? Le van a hacer la señal al Espíritu Santo, pues ahora vean como se la va a hacer el padre Rafael Campos, escuchen bien lo que va a decir.