"Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2).
Hoy celebramos este misterio de la Epifanía. Epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Es el misterio de la manifestación de Dios hecho hombre. Una novedad jamás pensada por ningún pueblo, por ninguna religión primitiva, incluso el mismo pueblo elegido para esperar el Mesías jamás imaginó, que el Mesías iba a ser la Encarnación del Hijo de Dios. Misterio inaudito, increíble. Dios viene a esconderse en la condición humana, en la fragilidad humana, en la vida del hombre. Por eso se le llama al Misterio de la Encarnación, el Misterio de la plenitud de los tiempos. Con él inicia la plenitud de los tiempos para la humanidad.
El Mesías era esperado por el pueblo de Israel, no por los demás pueblos. Sin embargo, como dice el Profeta Isaías hoy, es también para todos los otros pueblos, aún lo más lejanos, es para toda la humanidad; por tanto, la universalidad de la misión del Mesías ya estaba anunciada. Pero no estaba transmitida ampliamente, y había un cierto celo en el pueblo elegido hacia los otros pueblos. Por ello, se pensaba que algunos serían incluidos, pero no todos, no todos los hombres ni todos los pueblos.
El Misterio de la Epifanía, es precisamente la manifestación que Jesús Mesías es para todos y cada uno de los hombres, para toda la humanidad y para todos los pueblos de la tierra. La venida de Jesús, que se haya hecho hombre el Hijo de Dios, es para bien de todos. Eso es lo que celebramos este Domingo: el Misterio de la Epifanía.
Y, ¿qué nos dicen estas palabras? ¿Qué nos dicen estas lecturas que se han proclamado? Vamos a tomar un elemento de cada una de ellas. Del Evangelio: “Vimos su estrella y hemos venido a adorarle” (Mt 2,2). ¿Cómo supieron estos hombres de Oriente, de un Oriente lejano, que había surgido una estrella que anunciaba la llegada del Mesías? Porque tienen una actitud de sorpresa ante lo que han observado. Tienen una actitud, una mirada que está atenta a lo que sucede, y están abiertos a interrogarse, qué significa lo que acontece. Éste es el primer elemento interesante, que ofrece el Evangelio. Para ello debemos preguntarnos, ¿tengo yo también esa actitud de una mirada atenta a los acontecimientos? ¿Estoy no solamente atento a los acontecimientos, sino incluso a seguir esa inquietud hasta que llegue a conocer la razón de lo que ha sucedido? Ésta es la actitud que puede ayudarnos a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos de todos los días, esa actitud que puede ayudar a entender al otro, si estamos atentos, si salimos de nosotros mismos, y eso es lo que hicieron estos magos de Oriente. Salieron de su país, camino a descubrir qué significaba esa estrella que había aparecido. Muchos, la mayoría, ni cuenta se dieron. Y así nos pasa a la humanidad: la mayoría sigue encerrada en sí misma, en esa tendencia egoísta de sólo pensar en su bienestar, sin mirar lo que acontece al lado. Ésta es la primera enseñanza.
La segunda enseñanza es, que la develación de este Misterio no es para que nos quedemos con él, sino para compartirlo. Además dice claramente San Pablo en la segunda lectura, que es un gran privilegio: “Hermanos, han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha confiado en favor de ustedes. Se me dio a conocer este designio secreto que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, pero ha sido revelado ahora por el Espíritu” (Ef 3,2).
Nos podemos preguntar cuántos, –incluso católicos– desconocen la profundidad, el sentido de este Misterio de la Epifanía. Nos quedamos a veces en lo superficial: ¡Ah, es el día de los Reyes! Es el día en salen algunas personas vestidas de reyes en las plazas, ofreciendo regalos; y ahí se quedó toda la Epifanía. ¡Cuántos no conocen este Misterio del Señor que está para anunciarlo a todos! ¡Y cuán pocos –los invito a ustedes a preguntarse– estamos dispuestos a ser transmisores de este Misterio de la Epifanía! ¿Cuántas veces he hablado yo de la importancia de que Dios se haya encarnado, se haya hecho hombre? ¿Qué significa para mí? Y si respondo esa pregunta y tengo un contenido de respuesta, ¡pues a transmitirla! ¿Cuántas veces lo he hecho? Y entonces, entenderemos que es una gracia de Dios a la que estamos llamados, no sólo a recibir el misterio, sino a transmitirlo a los demás.
Y tercero: El profeta dice: “Levántate y resplandece Jerusalén porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti” (Is 60,1). “Levántate y resplandece Jerusalén”. ¿Quién es Jerusalén? ¿La Ciudad que está allá en el Oriente? Según el Nuevo Testamento, según Jesús, Jerusalén somos nosotros. La Nueva Jerusalén somos todos los bautizados, los que creemos en Cristo, el Señor.
Entonces entendamos estas palabras: “Levántate y resplandece.” Esta luz de la Estrella del Misterio de la Epifanía tiene que resplandecer en ti, y ¿para qué es? Dice el Profeta: “Mira, las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria” (Is 60,2).
El que se adentra en el conocimiento del Misterio de la Encarnación y de la Epifanía, es decir, del porqué Dios se encerró como criatura, como ser humano en esta fragilidad, y sabe que este Misterio es para la salvación de todos, resplandecerá para los demás, será luz para los demás. Porque sabiendo que Dios está tan cerca, que está dentro de nosotros, que cada ser humano es una casa de Dios, una presencia divina, cambiaría mucho las actitudes de odio, de agresión, de falta de respeto a la persona, de falta de respeto a la dignidad humana.
¿Estamos pues dispuestos a adentrarnos en el Misterio de la Navidad, de la Encarnación, y a manifestar ese misterio, el misterio de la Epifanía? Pidámosle al Señor Jesús, que nos dé esta gracia de sorprendernos, de alegrarnos, y como los magos de Oriente, venir a adorarlo para llevarlo a los demás.
Que así sea.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Electo Arzobispo Primado de México