HOMILÍA DE CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR POR LOS 50 AÑOS DE LA ARQUIDIÓCESIS

December 31, 1969


HOMILÍA DE CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR POR LOS 50 AÑOS DE LA ARQUIDIÓCESIS

 

“Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios, esto dice el Señor”.

Esta es la vocación nuestra como Iglesia: ser el pueblo de Dios. Ha sido un pasar de los siglos en el que con gran paciencia, que sólo Dios tiene, ha ido preparándose a su pueblo, ha ido Él saboreando cuando las respuestas han sido positivas, pero también con dolor, acompañando cuando su pueblo no lo reconoce, cuando su pueblo lo rechaza o incluso con la indiferencia lo margina ¿Qué se necesita para ser una respuesta fiel, a esta vocación de ser el pueblo santo de Dios? La primera lectura que escuchábamos del profeta Ezequiel, nos dice que, esto solamente será posible si transformamos nuestro corazón, y por ello Dios anuncia esa promesa: “Yo les quitaré el corazón de piedra y les pondré un corazón de carne”. Un corazón sensible, un corazón que descubra que el otro es su hermano, un corazón que se mantenga sensible, que sea siempre de carne; porque con el paso del tiempo, con el afrontar las adversidades, con el ver la constante indiferencia o rechazo a la fe o a la vivencia plena de la misma, el corazón vuelve a ser de piedra, vuelve a quedarse bloqueado y queda también incapaz de corresponder a esta vocación de edificar, de construir, de desarrollar el pueblo de Dios. Para que esta promesa de Dios, que se realiza en Cristo, se mantenga, sea estable, sea constante; dice el profeta que, es indispensable recibir el Espíritu: “Yo les infundiré mi Espíritu”. Pero también a ese Espíritu necesitamos ser fieles. ¿Cómo podemos establecer este caminar constante en la fidelidad? Solamente a través del discernimiento. Por eso el Papa Francisco nos está insistiendo en el discernimiento personal y en el discernimiento pastoral. Si nosotros perdemos de vista que, lo más importante es saber qué quiere Dios de nosotros, qué pueblo de Dios quiere formar en nosotros, entonces perdemos el sentido de nuestro ser iglesia.

Vamos a descubrir en el Evangelio que hemos escuchado, de qué tenemos que prevenirnos y qué tenemos que proponernos al escuchar a Jesús, que tan duramente critica a quienes se suponía que eran los pastores de su tiempo:

Tres cosas hemos escuchado hoy en el Evangelio. La primera es: que dejemos pasar, que seamos capaces de abrir puertas, no de cerrarlas; que seamos capaces de presentar lo que hemos recibido, no lo que nosotros creemos o pensamos, simplemente, que es lo mejor; sino ser fieles a la encomienda y la transmisión de la fe que hemos recibido ¡Dejar entrar! ¿Qué es lo que nos puede entorpecer este trabajo de abrir las puertas?  Como nos lo dice Jesús en la segunda advertencia: que a los que servimos, los que son también discípulos y miembros de la Iglesia, crezcan, se desarrollen, porque dice Jesús que: “si ustedes consiguen ganan un adepto, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos”. Esto es cuando el guía, el maestro, el pastor, lo que quiere es tener un seguidor suyo; pero no un discípulo de Cristo. Tenemos entonces que cuidar que lo que ofrezcamos sea Cristo, que los apegos naturales humanos de la mediación, sean eso, transitorios, mediaciones; pero que nunca oscurezcamos hacia dónde vamos. Y eso es precisamente la tercera advertencia que nos da Jesús en el Evangelio de hoy: que no nos quedemos en lo primero de la mediación, que no nos quedemos en el oro, en la ofrenda; que vayamos más allá, que veamos  que el oro vale si está en el templo, por el templo, porque por eso fue puesto allí,para pensar en lo que resplandece, para llegar a la fuente; que si valoramos la ofrenda, veamos que se da la ofrenda para el altar, para que Cristo se haga presente, para que esté en medio de nosotros; que si valoramos el trono, la cátedra, es para ver quién está sentado allí, para ver quién es el que nos espera, el que está sentado a la derecha de Dios. No tenemos que ser miopes ni ciegos en quedarnos en la mera mediación, tenemos que llegar a descubrir al Señor de la vida y de la historia, entonces seremos buenos pastores. Y el pueblo de Dios podrá crecer, podrá tener más adeptos, pero serán mejores que nosotros. Esta es una de las señales de que vamos caminando bien en nuestro pastoreo en pueblo de Dios, que quienes nos siguen, a quien hemos instruido, sean mejores que nosotros, más dignos de santidad que nosotros, abrir los espacios de nuestro corazón; y eso es de lo que le da gracias San Pablo en la segunda lectura cuando se dirige a los Tesalonicenses. Dice el texto: “debemos dar gracias a Dios en todo momento, como es justo, por lo mucho que van prosperando ustedes en la fe; y porque el amor que cada uno tiene a los otros, es cada vez mayor”. Con un corazón agradecido, tenemos que pensar siempre que quienes nos superen, es una garantía de que estamos respondiendo fielmente a nuestra vocación. Dice san Pablo, también, que debemos de orar siempre por ustedes, por la comunidad, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado y con su poder lleve a efecto, tanto los buenos propósitos que ustedes ha formado como, lo que ya han emprendido por la fe. Estar pendiente de la comunidad, estar pendiente de su crecimiento y de su desarrollo; estar constantemente dándole gracias a Dios que en nosotros sea, prácticamente nuestra relación con el Señor, una constante acción de gracias, del fruto que hace el Espíritu en medio de nosotros y a través de nosotros. Así seremos fieles y así podrá ser siempre, una realidad en camino, una realidad dinámica, en proceso es verdad, no en plenitud, pero será siempre real lo que anuncia el Señor. “Ustedes serán mi pueblo, Yo seré su Dios”.

Pidámosle al Señor que así sea, para nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla, que nos esforcemos y pongamos lo mejor de nosotros como pastores, lo  mejor de nosotros como fieles, como discípulos de Cristo; para que esta Iglesia ayude a las demás Iglesias en el caminar de una sola comunidad, un sólo pueblo de Dios en el mundo. Que así sea.