“Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura”. (Ne 8,8)
Esta página del libro de Nehemías recuerda ese momento tan grato del Pueblo de Israel, de regresar del exilio y volver a Jerusalén, de encontrarse de nuevo en casa, en su patria. Pero no solamente era un simple retorno. La experiencia vivida en el destierro ellos habían podido transmitir a los suyos, de alguna forma, la esperanza de este regreso prolongado setenta años.
Hoy se habla que cada quince o veinte años es una nueva generación, de manera que podemos entender, que casi todos los que fueron desterrados ya no volvieron, sino fueron los hijos y nietos de los desterrados, quienes volvieron.
Esto es una manifestación de una promesa cumplida de parte de los profetas en nombre de Dios, que les toca vivir a los descendientes, y en esa experiencia vemos la importancia de la transmisión de la fe a las siguientes generaciones. Si aquellos que fueron desterrados se hubiesen olvidado de esta promesa… nunca se hubiera cumplido. Pero transmitieron esta esperanza a sus hijos y a sus nietos.
La transmisión de la fe es fundamental para poder heredar la experiencia de vida, en este caso, la experiencia de Dios. A eso están llamados ustedes ministros lectores, a eso están llamados ustedes ministros acólitos. Son los primeros pasos para este servicio, que ahora en la narración bíblica vemos desempeñado por los levitas, el orden sacerdotal, el Pueblo de Israel.
Segundo elemento: en ese regreso quizá habían heredado de sus padres algunos conocimientos de la Ley, pero no muchos. No tenían ni la estructura, ni la manera de mantener en amplitud y profundidad el conocimiento de su fe, a partir de la historia del pueblo elegido. Por eso, ese día que hoy narra el libro de Nehemías, tiene esos sentimientos que brotan del corazón. Viviendo la experiencia histórica del regreso se encuentran ya en Jerusalén, y los levitas leen el libro de la Ley, el libro de las promesas de Dios, el libro de los mandamientos de Dios, el libro de la historia de su pueblo.
Lo hacían con claridad y explicaban el sentido. No basta proclamar la Palabra, es una responsabilidad muy importante del Ministro del Señor: explicarla. Y explicarla no simplemente en su texto, en su letra sino en la iluminación de los momentos que va viviendo la comunidad, para que en esa esa experiencia de vida descubran la presencia de Dios en medio de ellos.
Por tanto, no es simplemente el gozo de regresar, sino el gozo de descubrir que Dios ha caminado con ellos, que Dios está en medio de su Pueblo, que no nos ha abandonado, y que seguirá con ellos mientras sean fieles a la Ley.
Por eso, dice el texto, que empezaron a llorar, es el primer sentimiento que brota de la alegría. Esta relación entre vida y fe para la cual está la proclamación de la Palabra, es lo que tenemos que suscitar en nuestro Pueblo. No simplemente explicación teórica de un texto, sino relación con las propias experiencias de vida.
Ustedes como seminaristas, -y me dirijo no solamente a los que recibirán los ministerios sino a todos-, tienen que hacer de su vida del Seminario ese tránsito, ese peregrinar a través de lo que les va sucediendo, y a la luz de la Palabra, saberlo interpretar para ustedes, y descubrir esa presencia del Dios que los ama. Si lo hacen así podrán después, con mayor facilidad, cumplir esta tarea y explicárlo al Pueblo de Dios.
El Evangelio, por su parte, narra esta escena en la que Jesús les plantea a sus discípulos una necesidad humana muy común de todos los vivientes: el hambre. “Tengo hambre mamá” le dice el niño a la madre y le compra un taco o una torta, y para complementar lo lleva a la casa para darle de comer. Jesús no espera que le digan “tengo hambre”. Jesús se da cuenta y dice a sus discípulos: Hay que darles de comer. Sus discípulos contestan: Pero Señor no tenemos qué darles, es una multitud.Pero Jesús insiste: “Dénles ustedes de comer” (Mc 6,37).
Jesús les dice, cuando descubre que son incapaces de hacerlo, “agrúpenlos de cincuenta en cincuenta (Mc 6,40)”. Interesante esta observación. Es fácil centrar nuestra atención del relato en la multiplicación milagrosa de los panes y olvidar los detalles. Este detalle está indicando, que nos necesitamos unos a otros para poder descubrir lo que hace Dios en nosotros. Es muy difícil que lo haga cada uno de forma individual. Cuando compartimos nuestras experiencias, entonces descubrimos que la mano de Dios ha estado presente.
La Tradición siempre ha señalado esta escena como una explicación del Misterio Eucarístico. Es en Cristo, en quien satisfacemos nuestra hambre de Dios, pero necesitamos compartirlo. Por eso no basta venir solamente a Misa y participar, es muy importante, pero no suficiente. Se necesita posterior o previamente haber descubierto esta Palabra de Dios proclamada, y compartirla en familia, papás con hijos, en el Seminario, o en grupos apostólicos, para no dejar el talento descubierto, sino ponerlo para beneficio de los demás. Esto es lo que ustedes tienen que promover en su ministerio de acólitos: centrar su vida en Cristo Eucaristía, Palabra y alimento de Vida, y compartir su experiencia de Dios.
Pidámosle al Señor Jesús, que al dar este paso, ustedes los ministros lectores descubran con mayor claridad el sentido de la Palabra de Dios, y ustedes los acólitos el sentido de la Eucaristía y del alimento que necesita nuestro Pueblo para relacionar experiencia de vida con experiencia de Dios, acontecimientos de tristeza o de alegría, con la fe y la presencia de Dios en su vida.
Que así sea.
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México