DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar”.

Así comienza esta primera lectura del profeta Isaías, que nos ha sido proclamada este domingo. Cuando escuchamos esta arenga, pareciera que está criticando el profeta el comercio de los alimentos; pareciera, que dice, que todo tiene que ser gratis. Pudiéramos pensarlo así si nos fijamos en las palabras: “los que tengan sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar”. Pero en seguida propone una pregunta, en donde ya podemos descubrir el sentido de su llamada: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” El profeta Isaías terminará este capítulo, precisamente, indicando que lo que alimenta al hombre, es la palabra de Dios y que lo que así llamamos alimento y bebida, agua y pan, vino y leche, son para sobrevivir, para que el cuerpo siga sirviendo; pero que no es lo más importante en esta vida. Y hoy viene bien esta reflexión, en primer lugar porque, estamos en un momento de la humanidad, en el que se desperdician con facilidad los alimentos; en el que países ricos desechan cantidad de alimentos, dejándolos que caduquen, dejándolos en la improductividad. Frutos de los arboles, que no son recogidos y no se aprovechan. Por otra parte, ese fenómeno, contrastado con países muy pobres que no tiene que comer, y constantemente padecen de hambre. Ya esto sería un buen llamado de lo que hoy el profeta Isaías nos propone. Pero todavía el mensaje va más a fondo. Hay muchas personas que teniendo capacidad económica, derrochan sin sentido, en un dinamismo consumista, impulsado por los medios de comunicación y por las propagandas masivas e intensas, de que, esta vida es para comprar, causando la sensación de que, solamente el dinero nos hace feliz, y sobre todo gastándolo en aquellas cosas que nos atraen. El profeta Isaías, sin embargo; (todavía su mensaje va más allá, es más profundo) también nos está advirtiendo que esta vida, no tiene sentido, aunque tengamos buena comida y buena bebida, aunque tengamos el dinero suficiente, no tiene sentido si no sabemos a dónde vamos y para que vinimos. Y por eso es que propone que: el principal interés en nuestra vida, sea escuchar y recibir, aceptar, la palabra de Dios. Esta palabra es precisamente lo que estamos haciendo en este momento, la hemos escuchado, y está en relación con las tres lecturas que nos propone hoy la liturgia. Esta lectura del profeta Isaías, nos abre la visión, nos abre este panorama y culmina diciendo: “préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua”.

¿Por qué nos invita Dios a escucharlo? Porque quiere compartir su vida con nosotros, para eso fuimos creados. Esa es la razón de nuestra vida. Fuimos creados para compartir la vida de Dios; y por eso Él nos propone ir hacia Él y sellar un pacto, una alianza para siempre con Él. Eso hermanos, es lo que nos trata de decir en otras palabras la segunda lectura y también el mismo Evangelio que hemos escuchado.

Vamos a entretener un poco ahora nuestra mirada en el Evangelio.

Dice el texto que: “al enterarse Jesús de la muerte de Juan el bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario”. Jesús como Juan Bautista, eran predicadores que hablaban con la verdad, pero la verdad molesta y muchos no quieren escucharla. En este caso, Juan Bautista, como consecuencia de predicar la verdad, fue encarcelado y decapitado. Al enterarse Jesús, prudentemente, deja la región donde estaba, para no ser también Él encarcelado y muerto como lo fue su primo Juan el Bautista, alejándose del dominio del rey Herodes. Sin embargo, dice el texto del Evangelio: “al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos”. Jesús se va en una barca a la otra orilla, que ya era otro dominio de otro rey, y la gente lo sigue por la orilla del lago. Cuando Jesús, dice el texto, desembarcó, “vio a aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos”. Aquí entonces, muestra Jesús que, por encima de la prudencia, o de cualquier temor por su vida, su misión es atender a la gente; toma conciencia de su presencia y sensible a sus necesidades, se pone a enseñarles. Durante toda la jornada Jesús está enseñando, curando, atendiendo. Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: “maestro estamos en despoblado, ya empieza a obscurecer, ya despide a la gente, para que vayan y coman algo”. Los discípulos parecen pues, atentos también a la necesidad de la gente, pero en una dinámica en donde ellos quieren que cada persona resuelva su problema de comer. “Jesús les replicó: no hace falta que se vayan. Denles ustedes de comer”. Imaginen ustedes la sorpresa en que cayeron los discípulos, ¿De dónde? ¿Cómo? ¿De qué manera?: “Denles ustedes de comer”. “Ellos le contestaron a Jesús: no tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados, es todo. Jesús les dijo: tráiganmelos, luego mando que la gente se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente”. Todos, dice el texto, “todos comieron hasta saciarse, incluso con lo que sobró se llenaron doce canastos, y los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”. Evidentemente, Jesús ha realizado aquí un milagro, eso es indudable; pero ese milagro no está hecho simplemente por llamar la atención, quizá la gente ni cuenta se dio; pensaron que ahí tenían ya embodegada la comida y que lo tenían preparado. Pudieron pensar de otra forma, pero nunca se imaginaron en medio de la multitud, (tengan ustedes en cuenta cinco mil personas, qué se van a dar cuenta lo que está acá platicando Jesús con sus discípulos, a los que están allá en las orillas de la multitud) simplemente les llegó algo que comer y lo comieron. El signo del milagro de la multiplicación de los panes, no es pues, por parte de Jesús, un signo para llamar la atención, para mostrar su omnipotencia, para que vean que Él es un milagrero; la razón es para mostrar un signo de lo que debía de venir: el signo de la Eucaristía, que eso es lo que hacemos aquí. Ustedes viene, ojala siempre, con hambre, pero con hambre de lo que, como nos dijo Isaías, de la palabra de Dios y viene y la escuchan; esa es la primera parte de la Misa, están atentos, están nutriendo su espíritu; pero viene una segunda parte, en donde ofrecemos el pan y ofrecemos el vino y todos ustedes están invitados a participar habitualmente de ese pan y de ese vino, es decir, de la presencia eucarística de Jesús. Este es el signo por el cual Jesús realizó ese milagro y proyecto para el futuro la Eucaristía; y eso es lo que celebramos domingo a domingo con gran alegría, ¿por qué? porque eso sella la alianza entre nosotros y Dios, porque eso nos da el alimento de vida eterna, pero sobretodo, porque es ésta, la Eucaristía, la que nos manifiesta que estamos en una intimidad con Cristo, en una relación permanente con ÉL. Es la Eucaristía, lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura, lo que nos da la garantía de que estamos en una relación de intimidad y de amor con Cristo. Por eso podemos decir con Pablo: “¿Qué podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Tribulaciones? ¿Angustia? ¿Persecución? ¿Hambre? ¿Desnudez? ¿Peligro? ¿La espada?” ¡Nada nos puede apartar del amor de Cristo! La presencia eucarística de Jesús, que compartimos domingo a domingo los cristianos, es lo que nos mantiene en la conciencia y en el crecimiento del amor de Cristo. Nos da vida y vida en abundancia. Eso significó aquel milagro, y eso es la realidad que hoy vivimos. Hay pan para todos, el pan de la vida; hay palabra para todos, la palabra de Cristo. Ojala que esto lo vayamos meditando y asumiendo cada día más en nuestra conciencia, desde la familia. Desde ese ceno en que los padres comparten con sus hijos. Piensen ustedes, eso mismo hacen ustedes y recibimos cuando fuimos niños, no pagamos pan, no pagamos agua, porque nuestros padres nos compartieron lo que tenían, o ¿alguien pagó de niño la cuota de pan o de agua para poder vivir y crecer? Habitualmente el amor de nuestros padres hizo posible que nosotros lo recibiéramos sin pagar. Ese es el ejemplo de por qué la familia es el ceno donde se transmite el amor de Dios, porque papá, mamá al compartir lo que tiene con sus hijos con sus demás hermanos, expresan el amor de Dios. Eso es lo que vivimos en esta Eucaristía. Aun más, la Iglesia preocupada por aquellos que quizá ya no son capaces de tener lo suficiente para comer, la Iglesia, busca formas de hacerles llegar algo para la subsistencia. Y eso es lo que hacen todos ustedes cada domingo trayendo esa cesta que generosamente compran a la entrada de catedral, cada mes se distribuye lo recaudado en esto, para las personas mayores de todos los alrededores de la catedral, que son entres 300 y 400 que vienen habitualmente a recoger ese subsidio de ayuda alimentaria.

Que el Señor nos ayude pues a redescubrir, estas presencias, este amor de Cristo y, este mensaje central que es más que el pan material, tenemos que buscar el pan que da la vida verdadera, la palabra de Dios y el pan de la vida en la Eucaristía.

Que así sea.