“Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo”
Jesús utiliza esta parábola así llamada, de la viña, para explicar el Reino de los cielos. En ella encontramos dos elementos sobre los que quiero reflexionar en este domingo.
El primero es que el Reino de los cielos, según esta parábola, tiene la capacidad de darles trabajo a todos. Todos tenemos un espacio, tenemos garantizada nuestra presencia, nuestra participación en el Reino de Dios, nadie está excluido. Por eso es que vemos en la parábola, que va contratando trabajadores desde la hora temprana, a media mañana, a medio día, o ya por la tarde cuando cae el sol. Porque así sucede, porque algunos encuentran a Cristo desde temprana edad y lo siguen fielmente, otros a mitad de la vida, y otros en la ancianidad o incluso minutos antes de morir; pero para todos hay lugar. A veces, a lo largo de la historia, se ha planteado esta pregunta: ¿por qué una persona que desde niño ha sido fiel, hasta la muerte, tiene la misma recompensa que uno que dilapidó toda su vida, que fue un verdadero pecador, y en los últimos minutos de su vida logra convertirse y conocer al Señor? ¿Por qué tiene la misma paga? ¿Por qué siempre un denario? Y este es el segundo punto que tiene también esta parábola. Aquí está la respuesta: porque el pago al que se refiere es el Reino de los cielos, es el mismo para todos, entrar al Reino de Dios; pasar por esa puerta angosta para encontrarnos con Dios para toda la eternidad. No importa en qué momento de nuestra vida, lo importante, como nos dice la primera lectura del profeta Isaías, es aprovechar el momento en que nos toca a nosotros en el corazón la presencia de Cristo, el encuentro con Él. Dice el profeta Isaías: “busquen al Señor mientras lo puedan encontrar, invóquelo mientras está cerca”. Cuando el Señor toca nuestro corazón, hay que responderle, eso es todo lo que necesitamos, responderle en el momento en que nosotros lo hemos encontrado, en que se ha abierto alguna sensibilidad y mis ojos han descubierto la presencia de Dios en mi camino. Allí, es donde debemos responder. Así lo vemos también en la misma parábola. Se encuentran con el propietario de la viña y en ese momento él les dice: “vallan también ustedes a mi viña”. Este camino de nuestra vida y este encuentro con Cristo, son lo fundamental para poder participar del Reino de Dios.
Y hay una tercera consideración en esto del denario, en esto en el que nuestra meta y nuestro destino es participar de la vida de Dios. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura: “Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia”. Si lo vemos a la luz de la parábola lo entendemos perfectamente. El encuentro con Cristo nos da sentido en la vida, le da un significado del por qué nacimos; y la muerte una ganancia porque es cuando llega el trabajador a recibir su denario, su paga. El momento más hermoso es, cuando llegamos a la meta ¿Qué es lo que vemos en los deportistas cuando están compitiendo? Una felicidad de haber tocado la meta ¿Qué es lo que vemos en cualquier obrero o asalariado? Que llega el día de la paga, –la alegría de saber, mañana ya me pagan–. San Pablo por eso nos dice: “la vida es Cristo”. Cristo le da sentido a todo lo que hago y a todo lo que tengo, y la muerte una ganancia. Y también plantea: “me hacen fuerza ambas cosas, –me gustan ambas cosas–: por una parte el deseo de morir y estar ya con Cristo –llegar a la meta–, lo cual es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes”. Siempre tenemos que estar deseando ese momento, el encuentro definitivo con Cristo, porque eso es la muerte. Muchos santos a lo largo de la historia lo dicen: si recordamos aunque sea un minuto cada día, que nuestra meta es la muerte, para encontrarnos con Dios, seremos santos. Un minuto para pensar en nuestra propia muerte, en nuestro propio encuentro gozoso con Dios, en el descubrimiento del amor pleno de Dios Padre, eso en la muerte. Por eso es personal, nadie se va acompañado, todos enfrentamos personalmente ese momento y esa experiencia única; no le debemos de tener miedo, al contrario, como dice San Pablo, el deseo de morir es lo mejor que me puede pasar, porque llego a la meta, pero también el deseo de permanecer en vida, porque es necesario para el bien de ustedes. Nuestra vida se llena de sentido cuando la hacemos para pensar en los demás, para ayudar a los demás, para enfocar nuestros esfuerzos, no en la satisfacción egoísta de nuestros caprichos y pasiones, sino para servir a los otros de la mejor manera en que podamos crecer en los valores del Evangelio.
Hermanos, recordando lo que dice el profeta Isaías, tenemos entonces que asumir: “mis pensamientos, no son los pensamientos de ustedes”. Vemos cuales son los pensamientos que nos da el mundo, lo que piensa en general la gente de esta vida. Disfrutar esta vida a como dé lugar, hacer mucho dinero, tener muchas cosas. Eso no es lo más importante. Lo más importante es ir entendiendo los pensamientos de Dios, los caminos de Dios, porque de esa forma entenderemos la grandeza a la que estamos llamados para toda la eternidad. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla