XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO (A)

December 31, 1969


XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO (A)

 

“Piensa en tu fin y deja de odiar. Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo”

Estos son los consejos, entre otros, que nos da la primera lectura, para introducirnos a este tema que el Evangelio va a profundizar: el tema de la capacidad del perdón y de la reconciliación; el tema que nos invita a descubrir, como  nos dice el libro del Eclesiástico en esta primera lectura, que el rencor y la cólera, el enojo, la pasión desbordada y el deseo de venganza, no hacen otra cosa que sumirnos en la más profunda frustración de la vida. 

Cuando una persona no quiere perdonar, –se niega a perdonar–, está negándose hacia el futuro de su vida, está perdiendo de vista que la vida tiene un tiempo en que transcurre y que no nos podemos detener en un hecho por más doloroso que haya sido; no podemos quedarnos anclados a ese acontecimiento negativo. Siempre la dificultad, el pleito, las ofensas, las heridas que nos deja una relación humana agresiva y violenta, son acontecimientos dolorosos; pero no podemos quedarnos ahí anclados como esclavos a ese acontecimiento. Esta es la primera enseñanza que nos dice hoy la palabra de Dios. Nos recuerda que precisamente el pecador se aferra a estas situaciones y se hunde, queda sin horizonte, sin una esperanza para el futuro de su vida. Este es el primer paso de nuestra reflexión para, poder llegan entonces a, entender lo que Jesús pide a sus apóstoles en el Evangelio: la capacidad de perdonar, la capacidad de entrar en un proceso de reconciliación, la capacidad de superar esos momentos difíciles y dolorosos. 

El apóstol Pedro, que siempre lo encontramos muy transparente y franco en su relación con Jesús, también hoy en este Evangelio le pregunta abiertamente: ¿Señor y hasta cuantas veces tendré que perdonar, no sería bueno si yo llego a perdonar siete veces en la vida? Indudablemente, como a Pedro y como a todos nosotros, nos parece difícil tener esta capacidad permanente del perdón. Humanamente nos resistimos a ello porque, nos han herido, y esa herida duele y encierra en sí misma; pero lo que debemos descubrir es lo Jesús quiere enseñarle a Pedro: que precisamente perdonando nos identificamos con Dios. En esta actitud de saber dar el perdón es como mostramos la misericordia, la compasión, es como mostramos lo que es nuestro corazón y para lo que está creado: para amar. Aquel que perdona ha dado un gran paso para vivir la experiencia del amor de Dios, empieza a asemejarse a Dios, empieza a crecer en esa intimidad con Dios. Es el bálsamo más hermoso que puede recibir nuestro corazón, porque encuentra esa fortaleza y esa capacidad de entender que la vida no se queda en un hecho, un acontecimiento, sino la vida es un desarrollo, un proceso, es un constante crecimiento de la persona. Mientras más nos asemejemos a Dios, nuestra felicidad será mayor ya en esta vida, y esta vida, precisamente así, nos prepara para la intimidad con Dios, que será la vida eterna. Hermanos, por eso el perdón y la reconciliación, son una piedra fundamental de la comunión eclesial, es decir, la comunión con Dios; la podemos desarrollar en la relación personal con él, a través de la oración, a través de los Sacramentos, a través de la caridad; pero debemos de caer en la cuenta que también debemos desarrollar, la comunión eclesial, es decir, la comunión con los demás, la comunión con los otros creyentes, la comunión incluso con los no creyentes  y esa ya no depende sólo de Dios, sino también de nosotros. Si nosotros aprendemos a perdonar y a reconciliar, seremos constructores de la comunión entre los hombres. Esto hay que iniciarlo ya desde la familia. Pensemos por qué está en crisis la familia ¿Por qué tantos matrimonios se rompen, se separan, se destruyen? Si lo revisamos a fondo, siempre encontraremos la misma causa en la mayoría de los casos: no ha habido capacidad de entender, porque no ha habido capacidad de perdonar, porque no se ha caminado en la reconciliación. La familia es el seno de la Iglesia. Por eso el Papa San Juan Pablo II la llamaba la Iglesia doméstica. Ahí se aprende la capacidad de perdonar y se aprende la capacidad de amar. Hoy estamos necesitados de ese aprendizaje, para desarrollarlo en otros ámbitos de la vida, laboral, social, cultural, e incluso desde luego, eclesial, –al interior de la misma Iglesia–. Pidámosle pues al Señor, que recordemos lo que dice San Pablo en la segunda lectura que: “somos del Señor”, estamos en las manos del Señor, no detengamos el proceso de nuestra vida, no nos esclavicemos a un hecho pasado por más trágico y doloroso que haya sido, veamos hacia adelante, somos del Señor y para el Señor, vamos caminando en esta vida al encuentro definitivo con Él; con este horizonte tendremos siempre la capacidad de perdonar y, desde luego, de amar. Que así sea. 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla