Homilía
III Domingo de Cuaresma
Saludo con mucho cariño a todos ustedes, a los niños, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, también veo hermanas religiosas y también de una manera especial a mis hermanos sacerdotes, al Padre José Carmen, al Padre Abraham, al Padre Oscar y al Padre Arturo y a mis hermanos Obispos, Mons. Efraín Mendoza y Mons. Jorge Cuapio. Sin duda que para mí hoy es un día muy especial porque por primera vez presido esta Eucaristía, como les decía, en esta bellísima Catedral de Corpus Christi.
Estamos en el tercer domingo de Cuaresma, ese camino que nos propone la Iglesia y que iniciamos en el miércoles de ceniza, precisamente con ese signo que nos ayuda a entender cómo somos seres humanos que venimos de Dios y vamos hacía Dios, que somos polvo y en polvo nos vamos a convertir, que nuestra vida tiene sentido cuando caminamos con nuestro Dios.
Cada año celebramos la Cuaresma y es una nueva oportunidad para pensar en la conversión y, como decíamos en la Oración Colecta, la Iglesia nos propone intensificar la oración, la limosna, el ayuno. Sabemos que tenemos que tener siempre los pies en la tierra pero nuestra mirada en el cielo, es el camino que se nos propone y que esta Cuaresma no termina el viernes santo, el día del viacrucis, sino que la meta es llegar a la Pascua, morir al pecado para vivir como hijos de Dios.
Nosotros creemos en un Cristo vivo, en un Cristo que dio la vida por nosotros “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, pero la historia no terminó en la muerte, sino que el Padre lo resucitó al tercer día y por nosotros creemos en un Cristo resucitado, en un Cristo vivo.
Hoy en este tercer domingo de Cuaresma, en el Evangelio se nos habla de dos cosas muy importantes: la conversión y los frutos. La conversión es de todos los días, convertirnos al proyecto del Señor, vivir como sus hijos, como hermanos. Muchas veces nosotros posponemos las cosas y decimos “mañana voy a cambiar” y mañana volvemos a decir “mañana”. Estamos invitados al cambio, a una conversión según el Evangelio de Jesucristo. Podemos nosotros hablar muchas cosas, pero en la vida lo más importante es dar frutos por eso que esta parábola hoy nos quede a nosotros muy clara, porque se va a ver esa higuera y no da frutos; el Señor nos sigue dando oportunidades, pero no debemos posponer las oportunidades sino cambiar para poder dar frutos, frutos de justicia, de paz, de generosidad, de fraternidad, de solidaridad, de comunión; ahí está la clave, estar unidos a la vid, a la raíz, a Cristo, para poder dar frutos, y todos tenemos esa gran oportunidad.
Así es que, hoy nos vamos pensando cómo va nuestra conversión para ir pensando todos estos días y decidirnos a morir al pecado para vivir como hijos de Dios y de esa manera poder dar frutos que le agraden al Señor. ¿Qué frutos estamos dando?, ¿qué frutos podemos dar en nuestra vida? Es el camino de la Cuaresma y que la tomemos en serio como hijos de Dios.
Esta semana para mí ha sido una semana muy impactante, es el primer domingo que voy a vivir aquí en esta Arquidiócesis, en esta mi Arquidiócesis, nuestra Arquidiócesis. El 25 de enero, el Santo Padre, el Papa Francisco, me nombró IV Arzobispo de la Arquidiócesis de Tlalnepantla y no fue por mis méritos, sino porque él quiso. Y desde ese día de la noticia fui preparando mi corazón para llegar a esta Iglesia, fundada en 1964; el lunes fue la toma de posesión de la que seguramente algunos de ustedes pudieron participar y antes de la celebración eucarística entré a pedirle su bendición a la Virgen de los Remedios para sentir su protección, su acompañamiento, que lo he sentido desde el primer día. Después pasamos a esta hermosa celebración, donde las parroquias de esta Arquidiócesis y personas de otras partes de la República Mexicana, incluso de otros lugares fuera del país, participaron; donde experimentamos lo que es la Iglesia, la Iglesia de Jesucristo, la alegría, la fraternidad, la comunión, ciertamente esa Iglesia que quiere caminar con alegría anunciando el Evangelio en este cambio de época que estamos viviendo.
Les comentaba estos días a los padres y a los hermanos obispos cómo me han hablado personas que vinieron de otros lugares y me hablan con una gran esperanza y también con un gran gozo por lo que vivieron ese día. Estamos llamados a vivir la fraternidad en comunión.
Cuando sentimos nosotros la presencia de Dios, la presencia de la Virgen María en medio de los obstáculos, en medio de las realidades difíciles que estamos viviendo, debemos experimentar mucha paz y mucha alegría para seguir siendo sembradores de esas semillas del Reino de Dios. Fue una experiencia maravillosa que vivimos, donde hubo una gran participación, pero yo sé que cuando hay una gran fiesta también hay una gran preparación.
Ahora llego a esta Catedral, a mi cátedra como Obispo y también fue muy significativo entrar, besar el Cristo, entrar al sagrario para pedirle la fortaleza al Señor y celebrar lo más grande que tenemos los cristianos, que es la Eucaristía.
Sigamos caminando juntos, valoro el caminar de esta Iglesia que voy conociendo, que ha habido muchos esfuerzos, que ha habido mucha generosidad de los pastores, de los Obispos, de los Sacerdotes, de las religiosas, de los agentes de pastoral, ha habido grandes esfuerzos por ir construyendo una Iglesia misionera, una Iglesia que transmita la alegría del Evangelio.
Que el Señor me conceda, y nos conceda a todos nosotros, dar frutos abundantes, frutos que le agraden al Señor. Que así sea.
+ Mons. José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla