Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Hemos iniciado nuestra Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, la Centésima Séptima (107)., y quiero pedirle al Espíritu Santo en esta eucaristía, su presencia en estos días, para que crezcamos en la colegialidad, - en la fraternidad y amistad como hermanos obispos miembros de una familia; que seamos capaces de compartir la vida de nuestras Iglesias Particulares y Provincias; y buscar caminos oportunos para impulsar e implementar nuestro Proyecto Global de Pastoral.
Hoy en el evangelio escuchamos el comienzo de la amplia entrevista de Jesús con Nicodemo, que se continuará leyendo los días siguientes. En su primera parte el texto y el tono de la conversación reflejan probablemente una primitiva catequesis bautismal. Nicodemo viene a ver a Jesús de noche, en el miedo y en la oscuridad de una fe incipiente: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces sí Dios no está con él”. Su fe es imperfecta todavía y necesita entender muchas cosas. Jesús le explica con calma y paciencia.
Nicodemo era una persona que tenía una cierta posición social, era doctor de la ley. En el evangelio de Juan, él representa al grupo de los judíos que eran piadosos y sinceros, pero no llegaban a entender todo lo que Jesús hacía y hablaba. Nicodemo había oído hablar cosas maravillosas de Jesús, los milagros que realizaba y sus mensajes, ciertamente estaba impresionado. Él quiere conversar con el Maestro para comprenderlo mejor. Era un a persona culta que pensaba entender las cosas de Dios. Esperaba al Mesías con un libro de la ley en la mano (era especialista), para verificar sí lo nuevo anunciado por Jesús estaba de acuerdo. Jesús hace percibir a Nicodemo que la única manera que alguien tiene para poder entender las cosas de Dios es ¡Nacer de nuevo!.
Aquí Jesús no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la Eucaristía. Pero Jesús no se impacienta, razona y presenta el misterio del Reino. No impone: propone, conduce. Jesús ayuda a Nicodemo a profundizar más en el misterio del Reino. Creer en Jesús – este va a ser el tema central de todo el diálogo, “supone nacer de nuevo”, “renacer del agua y del Espíritu. La fe en Jesús, y el bautismo, que va a ser el rito de entrada en la nueva comunidad, comporta consecuencias profundas en la vida de uno. No se trata de adquirir unos conocimientos o de cambiar algunos ritos o costumbres: nacer de nuevo indica la radicalidad del cambio que supo el “acontecimiento Jesús” para la vida de la humanidad.
Por el bautismo somos incorporados a Cristo y hechos uno con Él, lo mismo en su muerte y sepultura que en su vida nueva. Éste es el gran secreto del cristiano, que explica los mayores interrogantes de la vida, su origen y destino. Cristo resucitado es la respuesta que nos revela la fascinante tarea de nacer siempre de nuevo a una perenne juventud en Dios mediante el agua y el Espíritu.
El evangelio con sus afirmaciones sobre el “renacer” nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo. El día de nuestro bautismo recibimos por el agua y la acción del Espíritu la nueva existencia del Resucitado.
Celebrar la Pascua es revivir aquella gracia bautismal. La noche de Pascua, en la Vigilia, renovamos nuestras promesas bautismales. Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios. No es como cambiar el traje o el vestido, o lavarse la cara, afecta a todo nuestro ser. Que esa vida de Dios que hay en nosotros animada por su espíritu, vaya creciendo y no se apague por el cansancio o por las tentaciones de la vida.
Durante el tiempo de pascua escucharemos la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, en donde encontramos la historia de la primera expansión del cristianismo, una teología de la acción del Espíritu y de la Iglesia misionera, que abrió el campo de su misión no sólo a los judíos, sino también a los paganos.
En la primera lectura de hoy vemos a los apóstoles y a la comunidad reunidos en oración. El hecho de vida que la motivó fue la persecución desatada contra ellos por las autoridades judías, como explican Pedro y Juan a su vuelta del Sanedrín y de la cárcel. La joven Iglesia no pide al Señor verse libre de persecución, pues sabe que esta continua el destino de Jesús, ellos piden “valentía para anunciar la palabra”. Al terminar la oración, como prueba de que Dios les había escuchado, sucede un nuevo y segundo pentecostés: “Tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos del Espíritu Santo y anunciaban con valentía la Palabra de Dios.
Si estamos alerta a los signos de la presencia del Espíritu podremos oír su voz. El nos guiará donde él quiere, no donde nosotros queramos, gracias a la nueva vida de Dios que se está generando constantemente en nosotros. Y la señal de que hemos nacido de arriba será que vivimos y realizamos con eficacia la palabra y el mensaje de Jesús, como hicieron los apóstoles.
Queridos hermanos y hermanas pidamos a Dios Uno y Trino en esta eucaristía la gracia de renovar nuestra opción por el “Acontecimiento Jesús”, que seamos personas de oración, discípulos misioneros valientes en todas las circunstancias para llevar con alegría su evangelio. Que la Virgen de Guadalupe estrella de la nueva evangelización nos acompañe en nuestro caminar. Amén.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla