“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas”
Este domingo, la palabra de Dios toca un tema de manera muy clara y sencilla; pero, es un tema fundamental y difícil en muchos contextos, para realizarlo de manera adecuada como nos lo pide la segunda lectura del apóstol San Pablo.
Es claro lo que Jesús dice a sus discípulos: hay que acercarnos a quien se ha equivocado, hay que orientar, hay que perdonar, acompañar y tratar de que salga de esa situación. El consejo que encontramos en San Mateo, coincide también y, lo plantea ya como una responsabilidad el Profeta Ezequiel en la primera lectura, dice: “a ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel”. Debemos ser centinelas de nuestros hermanos. ¿Qué es un centinela? Aquel que está atento y que oportunamente puede advertir cualquier riesgo que corra el otro o la comunidad. La responsabilidad está, pues, clara; pero ¿qué es lo que observamos habitualmente? Por una parte, que muchas veces vemos y advertimos esas situaciones de pecado en quienes nos rodean, y nos quedamos en un silencio de no compromiso como diciendo: esa es su responsabilidad. Es una manera de entender las cosas muy individualísticamente. La palabra de Dios quiere hoy decirnos que es nuestra responsabilidad. No tenemos que ser como Caín. Cuando nos quedamos callados, cuando no asumimos una actitud de acercarnos al otro, somos como un Caín cuando Dios le pregunta por su hermano Abel y le dice: “¿dónde está tu hermano?” Caín responde: “¿quién me ha hecho guardián de mi hermano?”. De esa manera nos comportamos y no nos acercamos y nos acompañamos. Ese es un factor, pero hay otro: cuando nos acercamos, ¿cómo nos acercamos, con qué actitud? Muchas veces movidos por la pasión, movidos por el enojo, movidos por lo que nos afecta a nosotros cuando el otro ha caído en pecado. Y así no tendremos éxito. En lugar de hacer favorable la llamada de atención, la amonestación, la corrección; va al revés, a bloquearnos y dejarnos con una gran ineficacia. ¿Qué es lo que debe de estar en nuestro corazón cuando nos acercamos a alguien que ha cometido un pecado? Debe de estar la actitud del amor. Por eso, es que, Jesús al final del Evangelio nos recuerda: “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ustedes”. Antes de ir a corregir a alguien, tenemos que orar, tenemos que presentarle a Dios esta situación, tenemos que pedirle la fortaleza para hablar con la verdad y la sabiduría para tener las palabras oportunas. Tenemos que tener la confianza de que es Dios el que va a mover en el otro su corazón, no nosotros, nosotros solamente vamos a ser una mediación para que Dios actúe; pero sobre todo, tenemos que acercarnos a quien ha pecado como se acerca Dios con nosotros, como se acercó Jesús con los pecadores, –con la que le lavó los pies, la prostituta que se acercó a Él–, como la adultera a quien se acercó Jesús a perdonarle sus pecados, con ojos llenos de misericordia y de amor. Lo que nos tiene que mover siempre en la corrección es, que el otro, que la otra persona se recupere, que encauce su vida, que reconozca la necesidad que tiene de la gracia de Dios, que vuelva a entrar en relación con Dios; porque el pecado es, precisamente, no una falta a una norma o algún mandamiento, el pecado es haber roto la comunión con Dios. Dice Jesús: “si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas”. Es decir, no basta con una primera oportunidad. Habrá que hacer una segunda insistencia. Dice Jesús: “para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos”. Y que aquel que está siendo corregido, amonestado, vea que no es la obstinación de una persona, o la manera de ver de una persona que me está imponiendo su forma de ver las cosas, sino es objetivo: haz caído en un pecado. Pero si ni así te hace caso, díselo a su comunidad, a la familia, al grupo de amigos; para que la comunidad también influya, también actúe; para que estemos pendientes de aquel que ha caído en un camino de muerte, porque todo pecado es camino de muerte; la vida solamente crece en la medida en que intimamos con Dios, que nos cercamos a Dios. En la libertad de la otra persona, –corregida–, queda su respuesta, ya no es nuestra responsabilidad. Que el Señor, pues, nos ayude a entender que debemos de acercarnos como Él se acercó con esa actitud de querer el bien para el otro, de buscar que vuelva a la casa de Dios, a la relación del amor, para que tenga vida, para que se salve. “Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes