HOMILíA EN LAS ORDENACIONES DIACONALES

December 31, 1969


HOMILíA EN LAS ORDENACIONES DIACONALES

 

Homilía en las Ordenaciones Diaconales

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:

Saludo con gusto  a  mis hermanos Obispos Auxiliares: Efraín Mendoza y Jorge Cuapio; a los protagonistas en esta eucaristía:  Pablo Emmanuel Fernández Alcocer, Sergio César Cárdenas Castro y Diego Alejandro Granados que el día de hoy van a ser ordenados diáconos; saludo a sus familiares de manera particular a sus papás y hermanos; a los sacerdotes que son y  han sido sus formadores; a sus maestros y maestras; a las personas que los han servido en sus etapas de formación en el Seminario; a los sacerdotes que los acompañado en su proceso vocacional; a las personas que los han apoyado y acompañado con su afecto y apoyo material; saludo a los seminaristas, a las religiosas, a los laicos y laicas aquí presentes que han venido de las parroquias de donde son originarios y en donde que han prestado y actualmente tienen su servicio pastoral. Pablo, Sergio y Diego tengan la seguridad que elevamos nuestra plegarias a Dios Uno y Trino para que su vida cómo diáconos sea fructífera.

El No. 174 de la Introducción General del Ritual de Ordenación de los Diáconos dice textualmente: “ Su oficio es administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: “Compasivos, diligentes, actuando según la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos.

Mediante la imposición de mis manos y la oración consecratoria, el Señor va enviar sobre ustedes su Espíritu Santo y consagrarlos diáconos. Al ser ordenados diáconos participarán de los dones y del ministerio que los apóstoles recibieron del Resucitado y serán en la Iglesia y en el mundo signo e instrumento de Cristo, Siervo, que no vino “para ser servido sino para servir”.

Al ser ordenados diáconos son llamados consagrados y enviados para ejercitar un triple servicio, una triple diaconía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la Caridad. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, me ayudarán a mi y al presbiterio en estos servicios que he mencionado.

El diácono, en su condición de servidor de la Palabra, es a la vez destinatario y mensajero. En la ceremonia de ordenación al entregarles el Evangelio les diré las siguientes palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual ha sido constituido mensajero: convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho vida enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”. Así es, para ser buen mensajero del Evangelio y dar frutos, es necesario leer, escuchar, contemplar, discernir, asimilar y hacer vida la Palabra de Dios. El buen mensajero se deja configurar, guiar y conducir por la Palabra de Dios, de modo que ésta sea luz para su vida transforme sus propios criterios y le lleve a un estilo según el Evangelio.

Ahora que realicé la visita a las 7 Zonas Pastorales de nuestra amada Arquidiócesis de Tlalnepantla y la vivencia de la 5ª.  Gran Misión, constaté que nuestra gente, nuestro pueblo aunque no lo diga explícitamente tiene hambre y sed de la Palabra de Dios, ustedes como diáconos tendrán de una manera especial, anunciar con alegría el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. 

Como diáconos serán también los primeros colaboradores del Obispo y del Sacerdote en la celebración de la Eucaristía, el gran “misterio de fe”. Tengan la Eucaristía como centro de cada jornada y de todo el ministerio, que sea como dice el Papa Emérito Benedicto XVI, una escuela de vida, en el que el sacrificio de Jesús en la cruz enseñe a hacer de ustedes un don total a sus hermanos.

A los diáconos, a ustedes, se les confiará de modo particular el ministerio de la caridad, que se encuentra en el origen de la institución de la diaconía. El ministerio de la caridad dimana de la Eucaristía, cima y fuente de la vida de la Iglesia. Cuando la Eucaristía es efectivamente el centro de la vida del diácono, lleva al compromiso, a atender a los pobres y necesitados, tener en cuenta las penas y sufrimientos de los hermanos ser capaces de entregarse en bien del prójimo; estos son los signos distintivos del diácono, discípulo misionero del Señor.

El Señor Jesús nos ha dado ejemplo de Siervo y Servidor, recordemos el pasaje en el evangelio cuando un día el Maestro llegó a Cafarnaúm con sus discípulos y en casa, les preguntó: ¿De que discutían por el camino?”, pero ellos se quedaron callados, porque habían discutido quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Sí alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”, que ustedes Diego, Sergio y Pablo, no discutan quien es el más importante, sino que siempre quieran ser servidores de los demás a imagen de Jesucristo.

Para ser fieles a este triple ministerio del que hemos hablado, de la Palabra, de la Eucaristía y de la Caridad, vivan cada día en contacto directo con Jesucristo a través de la oración, se ha mencionado sobre el quehacer del diácono, pero que importante es el ser y es lo primero, por ello es fundamental la oración, la cuál les ayudará a superar el ruido exterior, las prisas de la jornada y los impulsos de su propio yo, y así purificar su mirada y su corazón: la mirada para ver el mundo con los ojos de Dios y el corazón para amar a los hermanos y  La Iglesia con el corazón de Cristo.

El celibato que acogen libre, responsable y conscientemente y que prometen observar durante toda la vida por causa del Reino de los Cielos y para servicio de Dios y de los hermanos sea para ustedes símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de su servicio y fuente de fecundidad apostólica en el mundo. El celibato es un don de Cristo que tanto mejor viviremos, cuanto más centrada esté nuestra vida en él. Por su celibato les resultará más fácil consagrarse con un corazón sin división al servicio de Dios y del Pueblo.

Finalmente, pidámosle a la Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de Nuestra Arquidiócesis, en el Año Jubilar de sus 500 años nos bendiga a todos y acompañe a los que dentro de unos minutos serán diáconos. Así Sea.

 

 

 

+ José Antonio Fernández Hurtado

Arzobispo de Tlalnepantla