VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA DEL ROSARIO DE FÁTIMA

December 31, 1969


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA DEL ROSARIO DE FÁTIMA

 

“Mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”

Con estas palabras Jesús nos da una lección muy importante, nos dice que, si bien los lazos de la sangre son una manera de relación de amor, una manera de vinculación entre los seres humanos      – papás, hijos, hermanos, sobrinos, todos los que venimos de los mismos troncos familiares, – los vínculos de la sangre nos dan una natural cercanía, una capacidad de relación y una insipiente, siempre insipiente, empatía para vivir en común.  Sin embargo, dice Jesús que, los lazos de la fe, la vinculación en la fe, es todavía más fuerte.  Es aquí donde debemos ubicar la misión de la Iglesia. Si ya la vinculación de la sangre permite descubrirnos hermanos, con cuanta mayor fuerza se hará cuando nos vinculamos en la fe. Y esta es la misión de la Iglesia: propiciar esta vinculación y acrecentar la relación de la familia de Dios. 

Por el bautismo nosotros recibimos la condición de hijos en el Hijo único, en Jesucristo; de hijos adoptivos, en el Hijo único de Dios. Esa realidad sacramental tiene que desarrollarse y tiene que experimentarse practicando la fe. Y nos dice Jesús con toda claridad, que eso se da cuando escuchamos la palabra de Dios y la ponemos en práctica.  

Es consciente Jesús de decirnos: no basta la escucha.  Aunque es el primer paso indispensable, saber escuchar. Por eso quiero compartir con ustedes esta reflexión: la capacidad de escucha, es silenciar nuestro propio interior y es silenciar nuestros sentimientos, nuestros afectos y silenciar nuestros conceptos, nuestra ideología. Parecieran enemigos, por ejemplo, quienes piensan de manera distinta radicalmente. Se dice por ejemplo en la política, que la izquierda es irreconciliable con la derecha, por la ideología, y que no es posible que se encuentren las fuerzas contrarias para colaborar juntos. Eso que sucede en la política, sucede también en la relación académica entre los intelectuales, cuando tienen una manera determinada de interpretar la realidad y sus ideas contrastan con otras; no es lo mismo un ideólogo del comunismo que un ideólogo de la economía de mercado abierta, y es muy difícil que se pongan de acuerdo. También podemos descubrir cómo nuestras ideas nos contra ponen cuando conversamos con otras personas sobre un tema, cuando contrastamos nuestras ideas con otras personas. Pues lo mismo nos pasa en nuestra relación con Dios. Si nosotros no tenemos esta capacidad de escucha, de silenciar nuestros sentimientos y afectos, y silenciar también nuestras ideas, no vamos a ser capaces de escuchar la palabra de Dios, de escuchar a Dios. Cuántas veces nos dirigimos a Dios pensando que oramos, pero con la convicción de que Dios nos haga lo que nosotros pensamos que debe de hacer, –que me devuelva la salud, que me ayude con un problema moral, que me resuelva mi situación económica, que me sane a mi hijo enfermo–, son maneras de concebir la ayuda de Dios para nosotros, muy lógicas, muy humanas, a todos nos pasa. Porque pensamos que Dios está, con toda su omnipotencia, para ayudarnos. Y entonces nos relacionamos con Dios desde esta idea: de que Dios, en su omnipotencia, está para ayudar. No es que eso sea falso, lo que quiero decirles es que cuando nos acercamos a la palabra de Dios, tenemos que acercarnos desnudos de nuestros pensamientos, y Dios nos va a sorprender. Porque de la manera más extraña o menos esperada, Dios nos va a responder y ayudar. Este silencio interior, es el que nos va a permitir escuchar la palabra de Dios, escucharlo a Él; pero dice Jesús: hay que escuchar la palabra y ponerla en práctica. Cuando nosotros alcanzamos esta capacidad de escuchar en el silencio, entonces nos va a sorprender también el Señor en las maneras de entender cómo poner en práctica su palabra, porque también allí muchas veces estamos condicionados por como pensamos que deben de ser las cosas, y Dios nos vuelve a sorprender.

El Papa Francisco tiene una frase muy hermosa al respecto, dice: “el discípulo de Cristo, tiene que acostumbrarse a vivir de las sorpresas de Dios”. ¿Cómo ven ustedes la cara de un niño cuando le dan un regalo que no esperaba? Es igual que cuando le dan el regalo, –si el pidió un carrito, un monito, ¿es lo mismo? Es totalmente distinto–. La sorpresa siempre es una maravilla, una admiración que nos genera: ¡cómo se te ocurrió regalarme esto! En la vida es sumamente importante aprender a dejarnos sorprender por Dios, y para eso necesitamos superar esa tentación de quererle construir a Dios la forma en cómo nos va a ayudar. Ya tenemos establecidos los parámetros de si Dios nos ayudó o no nos ayudó. Por eso hay que aprender a escuchar en el silencio, en el silencio interior. Que por otra parte, siempre ha sido difícil, no es una cosa sencilla silenciarnos; pero en este tiempo es más difícil, ya que hay muchas cosas que nos distraen. Cuando nosotros, entonces, escuchamos la palabra de Dios y la ponemos en práctica, desde la misma escucha de la palabra, van a ustedes a sorprenderse de las cosas que Dios hace a través de ustedes y los va a sorprender, y a los que conviven con ustedes. Esta es la maravilla de la vida y, curiosamente, el hombre tiene la tendencia a la instalación y a establecerse en parámetros rutinarios de la vida. Y Dios lo que quiere es que seamos como el niño, curioso, – ¡mamá por qué esto!– que tengamos siempre esa curiosidad de las cosas que van sucediendo,  interpretarlas y descubrir la voluntad de Dios. Cuando esto se realiza y se practica, no sólo de manera personal, sino también de manera comunitaria, entonces, se vincula en la fe y la vinculación en la fe se hace más fuerte que la vinculación en la sangre. Vamos a escuchar bajo esta reflexión el texto del Evangelio que nos fue proclamado. Fíjense bien en lo que dice Jesús y por qué lo dice:

“Fueron a ver a Jesús su madre y sus parientes, pero no podían llegar hasta donde Él estaba porque había mucha gente. Entonces alguien le fue a decir: tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte. Pero Él respondió: mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. Que así sea.    

 

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla